El
Papa León Magno, hablando de su ministerio petrino, hace una consideración acerca
de la naturaleza de los bautizados en la Iglesia y su función: con respecto a
la naturaleza, dice que son “sacerdotes” –bautismales, no ministeriales- y con
respecto a su función, afirma, citando a San Pedro, que es la de “ofrecer
sacrificios espirituales”. Dice así el Papa San León Magno: “La señal de la
cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu
Santo los consagra sacerdotes; y así (…)
todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes
del linaje regio y del oficio sacerdotal”[1]. Con
respecto a la función cita, como dijimos, a Pedro: “(…) nuestra unidad de fe y
de bautismo hace de todos nosotros una sociedad indiscriminada, en la que todos
gozan de la misma dignidad, según aquellas palabras de san Pedro, tan dignas de
consideración: “También Vosotros, como piedras vivas, entráis en la
construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para
ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo; y más
adelante: Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios””[2].
Según
las palabras del Papa San León Magno, los bautizados tienen entonces una
dignidad y una función altísimas, la de ser “sacerdotes” que ofrecen “sacrificios
espirituales”. Ahora bien, si todos los cristianos son sacerdotes –bautismales,
no ministeriales- y la función en cuanto sacerdotes es la de “ofrecer
sacrificios espirituales”, ¿en qué lugar ejercen esta función y de qué manera? En
la Santa Misa, porque allí participan del sacrificio que el Sumo Sacerdote
Jesucristo realiza, a través del sacerdote ministerial, la inmolación de Sí
mismo como Víctima Pura y Santa por la salvación de los hombres. Es en la Santa
Misa, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, en
donde los bautizados ejercen en su máxima plenitud y perfección su sacerdocio,
porque uniéndose espiritualmente al sacerdote ministerial, que obra in Persona Christi, ofrecen a Dios Trino
el sacrificio espiritual perfectísimo y agradabilísimo, la Carne Purísima,
embebida en el Espíritu Santo, del Cordero de Dios, Jesucristo. Es en la Santa
Misa en donde los bautizados ofrecen el sacrificio espiritual perfectísimo, el
Cordero inmolado en la cruz que renueva sacramentalmente su sacrificio en el
altar eucarístico, bajo las especies de pan y vino.
De
esta manera vemos cómo la Santa Misa no es, de ninguna manera, algo “aburrido”,
tal como algunos cristianos, impíamente, la catalogan, sino el acto de amor más
grande que un bautizado pueda hacer a Dios Uno y Trino.
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