San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 11 de noviembre de 2015

San Martín de Tours y su perfecto cumplimiento de la Voluntad de Dios


         A San Martín de Tours se lo asocia con uno de sus episodios más clamorosos, que es con el que se lo representa iconográficamente con más frecuencia, y es el encuentro que él tiene, siendo oficial del ejército, con un mendigo –quien luego resultó ser Jesús-, al que le termina dando la mitad de su capa para que se resguardara del frío intenso que hacía en ese momento. Debido a esto, San Martín de Tours es ejemplo de caridad y de misericordia para con los más necesitados.
         Sin embargo, hay otro episodio en la vida de San Martín de Tours, también ejemplar, en este caso, en relación al deseo de cumplir en todo la Voluntad de Dios y este episodio sucede en los instantes previos a su muerte. El hecho sucedió en un monasterio, adonde San Martín de Tours fue para pacificar los ánimos entre los monjes. Una vez restablecida la paz entre ellos por la mediación de San Martín, éste decidió regresar a su propio convento, pero fue en ese momento en que empezó a sentir que sus fuerzas lo abandonaban. Al saber que iba a morir, los monjes le pidieron que se quedara; San Martín de Tours, sabiendo que iba al cielo, con lo que eso supone, la felicidad eterna, y en respuesta de caridad al pedido de los monjes, se dirigió a Dios pidiendo que se cumpla su Voluntad: si era su voluntad divina, él se quedaría entre los monjes; de lo contrario, iría al cielo. Finalmente, y luego de rechazar al demonio que se le apareció en persona, San Martín de Tours fue llevado al cielo. Este hecho es relatado así por Sulpicio Severo: “Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas: “¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas”. Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos: “Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo; hágase tu voluntad”. ¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo: “Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor”. Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo: “¿Por qué estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme”. Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas”[1].
         San Martín de Tours no elige la vida eterna, ni tampoco elige quedarse para auxiliar a los hermanos que se lo pedían: no hace su voluntad, sino que le pide a Dios que se haga su voluntad: “Hágase tu voluntad”. Y esto, aun cuando la voluntad de Dios implicara el no ingresar todavía al cielo, lo que significaba postergar su felicidad eterna para encima continuar con las fatigas de esta vida terrena, y todo por socorrer misericordiosamente a sus hermanos monjes que se sentían desolados por su partida. Aquí está, entonces, el otro ejemplo de San Martín de Tours: hasta el último instante de la vida, a punto de entrar en la vida eterna, de sus labios se desprende la misma oración de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Hágase tu voluntad”.




[1] De las Cartas de Sulpicio Severo, Carta 3, 6. 9-10, 11. 14-17, 21: SC 133, 336-344.

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