San Pío X se caracterizó, además de por su vida de
santidad, por combatir contra un movimiento teológico llamado
"modernismo", según el cual tanto la Iglesia como sus dogmas son solo
instituciones creadas por el hombre. Según esta concepción, si la Iglesia y sus
dogmas son creaciones de la mente humana -que los crea de acuerdo al contexto
histórico en el que vive al momento de la creación-, entonces, como tales, como
creaciones humanas, necesitan ser revisadas y reformadas constantemente, de
acuerdo a la evolución de la historia, de la cultura, del pensamiento y de los
hábitos de los hombres.
Si lo que sostiene el modernismo fuera
verdad, entonces nada en la Iglesia subsistiría y ninguno de sus dogmas sería
inmutable, y la Iglesia se conmovería en sus cimientos, porque no existiría una
Verdad absoluta divina, en sí misma, fuente de las verdades dogmáticas sobre
las que asienta el edificio espiritual de la Iglesia. Así, la Iglesia no sería
la "Esposa del Cordero", Cristo no sería el Hombre-Dios que murió en
la cruz y resucitó para salvarnos, no existirían ni cielo ni infierno -o si
este existe, estaría vacío-, etc. etc., porque si los dogmas dependen de las
elucubraciones de la mente humana, todo puede cambiar, porque el hombre de
inicios de la vida cristiana no piensa lo mismo que el de la Edad Media, y este
a su vez no piensa lo mismo que el hombre del siglo XXI. Si se siguieran los postulados
del modernismo, la Iglesia sufriría una revolución radical desde sus cimientos,
en donde perdería toda referencia a lo sagrado, con lo cual se reemplazaría a
la Esposa de Cristo por una institución religiosa de origen humano, como tantas
otras, puesto que el modernismo basa sus postulados en el racionalismo, el
subjetivismo y el relativismo, es decir, todas deformaciones del pensamiento
humano que no tiene por guía a la Verdad en sí misma, revelada en Jesucristo,
sin dar cabida, al mismo tiempo, a todo aquello que en la Iglesia es de origen
divino.
San Pío X fue capaz de entrever el
peligro mortal que para la Iglesia -y, por lo tanto, para las almas-
significaba el modernismo, y por ello dedicó gran parte de los esfuerzos de su
pontificado para combatir a este movimiento, llevado a cabo sin duda por
personas de buenas intenciones, pero que habían perdido el horizonte de la fe y
ponían por tanto en riesgo la salvación eterna propia y la de centenares de
miles de almas.
Dentro de los elementos con los cuales
San Pío X combatió al modernismo, se encuentra el denominado "Juramento
Antimodernista", que asegura, a quien lo cumple, una fe limpia, pura,
simple -por perfecta-, sin contaminación de ninguna clase.
El Juramento puede servir como un
examen de conciencia para el católico, para determinar cuán pura es su fe -y así
adecuar las obras a la fe-, puesto que no es lo mismo creer en los postulados
del modernismo, que en los postulados del Juramento Antimodernista de San Pío
X.
Según el Juramento Antimodernista, el
católico cree en Dios como principio y fin de todas las cosas, que puede ser
conocido por la razón, por medio de la Creación -obra de la Sabiduría y del
Amor divino-, así como la causa se conoce por el efecto. Con esto se descarta
de raíz el planteamiento central del gnosticismo de la Nueva Era, según el cual
Dios es en realidad "energía cósmica impersonal".
Para el católico, los milagros y las
profecías no son "fabulaciones de la mente", sino signos certísimos
del origen divino de la religión cristiana, signos los cuales son acordes a los
hombres de todos los tiempos.
El católico cree que la Iglesia ha
sido instituida de modo próximo y directo por Cristo en persona, y que está
edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía, y sobre sus sucesores hasta el fin
de los tiempos. Al mismo tiempo, solo la Iglesia es guardiana y maestra de la
Palabra revelada, porque está guiada por el Espíritu Santo.
El católico recibe y cree, con el
mismo y sentido y la misma interpretación, la doctrina de la fe transmitida por
los Apóstoles a través de los Padres ortodoxos. En consecuencia, rechaza la
suposición herética de que los dogmas "evolucionan", pudiendo cambiar
de sentido para constituirse en otro diferente al dado por la Iglesia.
El católico cree que "la fe no es un sentido religioso
ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del
corazón y el movimiento de la voluntad", sino el asentimiento libre por el
cual se cree a Dios que se revela y que en cuanto tal es Verdad absoluta en sí
misma, lo cual quiere decir que no puede enseñar nada falso o engañoso.
El
católico sostiene que su fe no contradice a la historia, y que sus dogmas se
corresponden con el origen real de la religión cristiana.
El
católico rechaza la "doble personalidad", como si su fe de creyente
contradijera a los hechos históricos, y también se niega a sostener cosas que
contradigan la fe de la Iglesia, como así también a establecer premisas que,
sin negar directamente los dogmas, llevarían a concluir que los dogmas son o
bien falsos, o dudosos.
El
católico juzga e interpreta la Sagrada Escritura según la Tradición de la
Iglesia, la analogía de la fe y las normas de la Sede Apostólica, al tiempo que
rechaza los errores de los racionalistas que eliminan de raíz el misterio
divino.
El
católico cree firmemente en el origen sobrenatural de la Tradición católica y
en la promesa divina de preservar por siempre toda la Verdad revelada.
El
católico se declara "opuesto al error de los modernistas que sostienen que
no hay nada divino en la Sagrada Tradición", aunque también rechaza el
sentido panteísta, según el cual "un grupo de hombres por su propia labor,
capacidad y talento han continuado durante las edades subsecuentes una escuela
comenzada por Cristo y sus apóstoles".
El
católico promete, ayudado por Dios y los Santos Evangelios, mantener su fe
incontaminada con los errores modernistas.
San Pío X nos ayuda, entonces, a
mantener pura nuestra fe católica, para que, obrando según lo que creemos,
alcancemos la eterna felicidad en el Reino de los cielos.
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