Si se observa de modo superficial, sin
considerar el misterio de Cristo, puede interpretarse que San Juan Bautista da
su vida por un determinado orden moral, el que se deriva de la ley natural. En
efecto, el Bautista muere como consecuencia de su enfrentamiento con Herodes,
el cual cometía el pecado de adulterio con la mujer de su hermano (cfr. Mt
14, 1-12). De esta manera, el Bautista aparecería como ofrendando su vida por
una causa noble, como lo es la defensa del orden natural, según el cual el
hombre debe unirse a su esposa en matrimonio monogámico, quedando vedado todo
tipo de relación fuera de esta. Si Juan el Bautista hubiera muerto por esta
razón, no sería de ser una muerte por una causa loable, visto que el matrimonio
entre el varón y la mujer es una institución de derecho natural, cuya
alteración y/o destrucción conllevan graves peligros para la familia y la
sociedad humana.
Sin embargo, Juan el Bautista da su
vida por algo infinitamente más grande que la unión esponsal monogámica entre
el varón y la mujer, y es el misterio de Cristo: Juan el Bautista da su vida
por un matrimonio, pero no por el matrimonio terreno, entre el hombre y la
mujer, sino por la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la Iglesia
Esposa. Cristo, en cuanto Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María
Santísima, es el Esposo de la humanidad, que se une en nupcias místicas
precisamente en la Encarnación, al asumir una naturaleza humana. La Encarnación
del Verbo de Dios, esto es, la unión en la hipóstasis o Persona divina del
Verbo de la humanidad de Jesús de Nazareth, es descripta por los Padres de la
Iglesia, por la Tradición y por el Magisterio de la Iglesia, en términos de amor
nupcial y de bodas místicas, lo cual explica que uno de los nombres de Jesús
sea el de "Esposo", tal como Él mismo se lo aplica -"Los amigos
del esposo no ayunan mientras este está con ellos"-, y explica que la
Iglesia sea llamada "Esposa mística del Cordero", por cuanto la
Iglesia está formada por las almas humanas, a las cuales Cristo las une a sí
mismo por medio de la gracia santificante. Cristo entonces es el Esposo divino
de la Iglesia Esposa, que se une a ella por la Encarnación y que da la suprema
muestra de amor esponsal, al ofrendarse por ella en la Cruz.
Es esta unión esponsal entre Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa, llevada a cabo por el Amor divino en la Encarnación,
lo que da fundamento a la unión esponsal terrena entre el varón y la mujer, ya
que convierte a esta unión en un espejo o reflejo de la unión esponsal entre
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Además, la unión entre Cristo y la Iglesia
en nupcias místicas es lo que explica las características del matrimonio
monogámico, al tiempo que hace imposible que la unión verdaderamente esponsal
sea otra distinta a la del varón con la mujer. El esposo-varón y la
esposa-mujer, unidos de modo indisoluble, cuyo fin del matrimonio es el fruto
que son los hijos, adquiere estas características -unidad, indisolubilidad,
heterosexualidad- como consecuencia de estar enraizado el matrimonio terrenal
entre el varón y la mujer en un misterio infinitamente más grande, el misterio
de la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. En otras palabras,
las características del matrimonio monogámico no se derivan de arbitrios
eclesiásticos, sino de la naturaleza misma del matrimonio místico entre Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa, de cuyo matrimonio es un reflejo en el mundo y un
testigo ante la sociedad humana, el matrimonio entre el varón y la mujer.
El martirio de Juan el Bautista, por
lo tanto, no es por el mero testimonio del orden natural que debe observarse en
el matrimonio; su muerte martirial debe leerse a la luz de las palabras de San
Pablo a los Efesios: "Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y a
la Iglesia" (5, 12).
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