De acuerdo a los escritos de San
Bernardo sobre el amor, no existe ser humano que no pueda darle algo a su
Creador, y ese algo es, precisamente, amor: "Entre todas las mociones,
sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la creatura puede
corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede
restituirle algo semejante a lo que Él le da"[1]. creado
por amor, por el Amor, y para el Amor, el hombre posee en sí mismo, en su alma,
una cualidad que no la posee ninguna otra creatura del universo visible, y es
la capacidad de amar. El hombre ha sido creado "a imagen y semejanza"
de Dios, y es parte esencial de ese ser "imagen y semejanza" de Dios
(cfr. Gn 2, 7), el poder crear actos de amor. Es decir, Dios crea al
hombre por amor, a su imagen y semejanza, la cual consiste en estar dotado de
la capacidad de crear actos de amor. De esta manera el hombre, para devolver el
amor que Dios puso en el acto de su creación, lo único que tiene que hacer es
devolverle algo -siempre será una infinitésima parte, insignificante, en
relación al acto creador de Dios, pero al menos es algo- de ese amor, creando
en sí mismo un acto de amor a Dios. Por este motivo, el mandamiento de la Ley
de la Caridad de Jesucristo, no es algo impuesto artificialmente al hombre, ni
es algo que el hombre no pueda o no sepa hacer, o no quiera hacer: el amor a
Dios está como sellado en su esencia y por esto no hay algo más natural para el
hombre que amar a Dios. Esto también nos hace ver que nadie puede excusarse de
amar a Dios, porque está en su esencia humana, y es así que puede hacer un acto
de amor a Dios tanto un mendigo como un multimillonario, un pobre o un rico, un
hombre de raza blanca, o negra, o de cualquier raza, porque el amar a Dios no
es algo extrínseco a la naturaleza humana, sino algo inherente a ella. De esto
se también que al condicionar nuestra entrada a los cielos -y por lo tanto,
nuestra salvación eterna-, al cumplimiento del Primer Mandamiento -"Amar a
Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo"-, Jesús no solo
no nos pide nada imposible, sino que nos concede la llave para la felicidad,
tanto en esta vida como en la otra, porque como vemos, hemos sido creados por
el Amor para el Amor, para amar, tanto a Dios como al prójimo, que es su imagen
viviente en la tierra.
Por supuesto que esta tendencia
natural del hombre a amar a Dios -y a su imagen viviente, el prójimo-, puede no
solo ser sofocada y disminuida, sino bloqueada e incluso pervertida, al amar
algo o alguien que no sea Dios y, por el Amor de Dios, a su imagen viviente, el
prójimo. Pero esta "capacidad",
que se pone en acto como consecuencia del pecado original, no es una excusa para no amar a Dios, porque
esta permanece aún en estado de pecado y, lo más grandioso, se potencia al
infinito por medio de la gracia divina, y de tal manera, que el hombre se
vuelve capaz de amar a Dios con su mismo Amor, con el Amor mismo con el cual
Dios se ama a sí mismo desde la eternidad.
[1][1] San Bernardo
Abad, Sermones, sobre el Cantar de los cantares, Sermón 83, 4-6: Opera
omnia, edición cisterciense, 2, 1968, 300-302.
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