Santa Juana de Arco nació en
día de la Epifanía
de 1412, cerca de Champagne, Francia. Se caracterizó por su gran bondad y por
su laboriosidad en el hogar, pero nunca aprendió a leer ni a escribir.
Los vecinos de la familia,
en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores
de la piedad y ejemplar conducta de la joven. Tanto los sacerdotes que la
conocieron como sus compañeros de juegos, atestiguaron que le gustaba ir a orar
a la Iglesia,
que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y
era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez,
cedió su lecho. Según uno de los testigos “era tan buena, que todo el pueblo la
quería”.
Santa Juana era todavía muy
niña cuando Enrique V de Inglaterra invadió Francia, asoló Normandía y reclamó
la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la
guerra civil entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orleáns,
de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra
parte, después de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los
hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su
causa. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente
la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. Entre
tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación
perdida sin remedio y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte.
A los catorce años de edad,
Santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas que habían de
conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero
oyó una voz, parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las
voces se multiplicaron y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran,
entre otros, San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita. Poco a
poco, le explicaron la abrumadora misión a la que el cielo la tenía destinada:
¡Ella, una simple campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera
de su padre, Santa Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se
hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de
Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de
Vaucouleurs. Santa Juana consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la
llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la
doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su padre le diese unas
buenas nalgadas.
En aquel momento, la
posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban Orleáns,
el último reducto de la resistencia. Santa Juana volvió a Domrémy, pero las
voces no le dieron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina
que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces le replicaron:
"Dios te lo manda." Incapaz de resistir a este llamamiento,
Santa Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El
escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la noticia oficial de
una derrota que Santa Juana había predicho; así pues, no sólo consintió en
mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Santa
Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre para proteger su
virtud.
Los viajeros llegaron a
Chinon, donde se hallaba en monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Santa Juana no
consiguió verle sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para
desconcertar a Santa Juana; pero la doncella le reconoció al punto por una
señal secreta que le comunicaron las voces y que ella transmitió sólo al rey. Ello
bastó para persuadir a Carlos VII del carácter sobrenatural de la misión de la
doncella. Santa Juana le pidió un regimiento para ir a salvar Orleáns. El
favorito del rey, la
Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a
Santa Juana como una visionaria o una impostora, se opusieron a su petición. El
rey decidió enviar a Santa Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de
sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio
que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada
que reprochar a la joven y aconsejó que el rey se valiese, prudentemente, de
sus servicios. Santa Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los
preparativos para la expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se
confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y de
María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles le presentaban, de rodillas,
una flor de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Santa Juana iba
al a cabeza, revestida con una armadura blanca.
A pesar de algunos
contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orleáns, el 29 de abril y su
presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes
ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Santa
Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había
profetizado todos estos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La
doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían
asegurado que no viviría mucho tiempo. Pero La Trémouille y el
arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orleáns como obra de la
buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se
permitió a Santa Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de
Alencon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas
de Sir John Fastolf, en Patay. Santa Juana trató de coronar inmediatamente al
delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último
obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.
Los nobles franceses
opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a
Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado.
Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al
rey. Con la coronación de Carlos VII terminó la misión que las voces habían
confiado a la santa y también su carrera de triunfos militares.
Santa Juana se lanzó
audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los
refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La
santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y el duque de Alencon
tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua de invierno que siguió, la pasó
Santa Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo.
Cuando recomenzaron las hostilidades, Santa Juana acudió a socorrer la plaza de
Compiegne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la
ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del
pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó
demasiado pronto el puente levadizo, y Santa Juana, con algunos de sus hombres,
quedaron en el foso a merced del enemigo. Los borgoñeses derribaron del caballo
a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de
Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces
hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de
Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por
rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la
olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21
de noviembre, por una suma equivalente a 23,000 libras
esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los ingleses, Santa Juana estaba
perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la
acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la
orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los
ingleses y los borgoñeses habían atribuido sus derrotas a conjuros mágicos de
la santa doncella.
Los ingleses la condujeron,
dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente
fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había
intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la
encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de
1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro
Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir
la sede arquiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal,
cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores,
clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones
privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visones y
"voces", de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones
para someterse a la
Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus
jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y
su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los
jueces y a la Universidad
de Paría un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a
ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó
en términos violentos.
En la deliberación final el
tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al
brazo secular. La santa se negó a retractarse a pesar de las amenazas de
tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de
Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo,
que no se conservan los términos de si retractación y que se ha discutido mucho
sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese
respiro no duró mucho tiempo.
Ya fuese por voluntad
propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Santa
Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado
sus enemigos. Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en su celda
sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Santa Juana, que había
recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las
voces procedían de Dios.
Según se dice, al salir del
castillo, Cauchon dijo al Conde de Warwick: “Tened buen ánimo, que pronto
acabaremos con ella”. El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír
el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como
hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Santa Juana fue
conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada en vida. Cuando los
verdugos encendieron la hoguera, Santa Juana pidió a un fraile dominico que
mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió rezando. Invocaba al
Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción e invocando
el nombre de Jesús tres veces, entregó su espíritu al Señor. La santa no
había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al río
Sena. Más de uno de los espectadores debió haber hecho eco al comentario amargo
de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique: “¡Estamos perdidos!
¡Hemos quemado a una santa!”.
Veintitrés años después de
la muerte de Santa Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se
examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión
encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión
rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16
de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada por el Papa
Benedicto XV[1].
Mensaje de santidad de Santa Juana de Arco
En un siglo caracterizado
por la ideología atea y globalista, que busca hacer desaparecer el amor a Dios
y a la Patria,
Santa Juana de Arco es un precioso y valioso ejemplo de cómo amar, hasta el
extremo de dar la vida, tanto a Dios como a la Patria: a Dios, por ser Él
quien es, Dios de majestad infinita; a la Patria, por ser la Patria un regalo del Amor
divino.
Pero esta muestra de amor a
Dios y a la Patria
no surge en Santa Juana por sí misma, sino que le es dada, como un don, por el
cielo, y su mérito está en su docilidad a la gracia, aun cuando el camino que
se le presentaba era el del sacrificio de la propia vida y el ser acusada de
sacrílega y blasfema, hasta el punto de perder la vida por falsas acusaciones
luego de un juicio inicuo.
Santa Juana ama a su Patria,
a la cual rescata con la ayuda sobrenatural del cielo, y la prueba de la ayuda
del cielo está en que cuando el cielo no la ayuda, fracasa en sus empresas
militares, y ahí es cuando es capturada.
Santa Juana ama a Dios y a
sus ángeles y santos y da testimonio público de Jesucristo, porque cuando
recibe las locuciones de San Miguel Arcángel y de los santos, se muestra dócil
a ellos y obedece a sus órdenes, obediencia mediante la cual obtiene resonantes
triunfos sobre sus enemigos. La lucha contra los enemigos terrenos de la Patria, que amenazan su
existencia, representa la lucha contra los enemigos del alma, las “siniestras
potestades de los aires”, que amenazan la vida del alma buscando la eterna
condenación.
Santa Juana enarbola con
amor y valentía el estandarte que el cielo le manda confeccionar: los nombres
de Jesús y de María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles le
presentan, de rodillas, una flor de lis. El estandarte, que flamea victorioso
al viento, es una representación del corazón de Santa Juana: por acción de la
gracia, en el corazón de Santa Juana de Arco inhabitan Jesús y María, y ella
misma está representada en la flor de lis, cuya belleza y aroma agradan a Dios
Padre y a sus ángeles.
Santa Juana de Arco no sabía
leer ni escribir, pero sin embargo poseía la sabiduría venida de lo alto, pues
sabía discernir entre el Bien y el mal y su alma pura y cristalina por la
acción de la gracia santificante, era capaz de escuchar las voces del cielo,
voces que la guiaron, por el camino del amor y de la fidelidad a Dios y a la Patria, a lo más alto del
cielo.
Santa Juana cumplió
fielmente la misión que Dios le encomendó: ser en la tierra la conductora de un
ejército victorioso, y para eso le envió como instructor y guía al Príncipe de la Milicia celestial, San Miguel
Arcángel, cuya protección siempre invocó, hasta momentos antes de espirar.
Santa Juana imitó a Jesús,
ya que dio la vida por Dios, por su Patria y por sus compatriotas, cumpliendo
con su gesto las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por
los amigos”. También como Jesús, que siendo Dios en Persona y por lo tanto Tres
veces Santo, fue acusado falsamente de estar inspirado por Beelzebul, Santa
Juana, estando en estado de gracia santificante, fue acusada falsamente de
hechicería y brujería, pero al igual que Jesús, que triunfó sobre el infierno
en la Cruz, así
Santa Juana triunfó sobre sus enemigos, “las potestades siniestras de los
aires”.
Santa Juana siguió fielmente
el camino de la Cruz,
en la imitación de Jesús, porque compartió con Jesús el amargo sabor del
abandono y de la traición de aquellos mismos por quienes daba su vida,
participando de esta manera de la traición que sufrió Jesús a manos de Judas
Iscariote, ya que de la misma manera a como Jesús fue vendido por treinta
monedas de plata, así Santa Juana fue comprada por 23.000 libras
esterlinas, pero así como Jesús fue reconocido como el Hijo de Dios, Tres veces
Santo, luego de su muerte, al dar la lanzada el soldado romano y exclamar:
“Verdaderamente, este era el Hijo de Dios”, así también Santa Juana, luego de
ser quemada en la hoguera, fue reconocida como santa, tal como lo expresó Juan
Tressart, secretario del Rey Enrique: “¡Hemos quemado a una santa!”.
Se mantiene fiel en todo
momento a Jesús y a la Iglesia,
y por esa fidelidad, se muestra capaz de vencer a los enemigos de su Patria y
liberarla, pero también por esa fidelidad soporta la traición y el juicio
inicuo que la conducen a la hoguera, y por esa fidelidad a Cristo y a su
Iglesia en la hora de la prueba, de la tribulación y del dolor, es premiada con
la corona de la gloria eterna en los cielos. Santa Juana es así ejemplo de amor
a Dios y a la Patria,
y constituye un glorioso arquetipo de héroe y de santo para todas las
generaciones.
Santa Juana se mantiene fiel
a Jesucristo hasta la muerte, porque pide al verdugo morir elevando sus ojos a
Cristo crucificado, y expira luego de invocar su nombre por tres veces, para
luego pasar a la vida eterna y seguir entonando el dulce Nombre de Jesús, Dios
Tres veces Santo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario