San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 14 de mayo de 2013

San Isidro Labrador y la adoración eucarística




         Nació en Madrid, España, en el año 1130. Debido a la escasez de recursos, sus padres no pudieron enviarlo a la escuela, por lo que se preocuparon ellos mismos de darle educación, al mismo tiempo que le enseñaron aquello que sería lo más valioso para San Isidro, puesto que le valdría la vida eterna: le enseñaron el horror al pecado y el amor a la oración[1].
         Desde muy joven, comenzó a trabajar como labrador en la casa de un rico hacendado, Juan de Vargas, en donde se desempeñaría en ese oficio hasta su muerte. Con su esposa, que luego también sería santa y sería llamada “Santa María de la Cabeza” -porque se acostumbraba sacar la reliquia de su cabeza en procesión en tiempos de sequía-, tuvo un solo hijo, el cual murió siendo niño; desde entonces, hicieron voto de vivir en perfecta continencia para mejor servir a Dios.
         Existe una anécdota, en la vida de San Isidro, proporcionada por su empleador, Juan de Vargas, la cual contribuyó a la fama de santidad que ya tenía. San Isidro acostumbraba a levantarse muy temprano para ir a Misa, y ya en el trabajo, conversaba con Dios, con su ángel de la guarda y con los santos del cielo. Los días de fiesta los pasaba visitando al Santísimo en las distintas iglesias de Madrid y sus alrededores, visita que hacía también cotidianamente. Precisamente, fueron estas visitas al Santísimo, realizada todos los días antes de ir a trabajar, las que le valieron la acusación de parte de sus compañeros de trabajo: lo acusaron ante su patrón de que llegaba tarde a trabajar. Juan de Vargas quiso comprobar personalmente si era verdad aquello de lo que se lo acusaba, y se puso a espiarlo. Comprobó, efectivamente, que San Isidro llegaba tarde al trabajo, debido a sus visitas al Santísimo, y se dispuso por lo tanto a reprocharle su proceder. Sin embargo, con gran admiración, vio que una yunta de bueyes blancos, conducidos por un desconocido, araba el campo al lado del arado de San Isidro, realizando en tiempo y forma el trabajo que San Isidro debía estar haciendo. Minutos después, la yunta de bueyes y el misterioso personaje desaparecieron, comprendiendo Juan de Vargas en ese momento que el cielo mismo se encargaba de hacer el trabajo que debía hacer San Isidro y que no lo hacía en ese momento por estar adorando a su Dios en el Santísimo Sacramento del altar.
         San Isidro amaba mucho también a los pobres, a quienes invitaba con frecuencia a comer, reservándose para él los restos de comida. Amaba también a los animales y una anécdota lo demuestra: en un frío día de invierno, vio una bandada de pájaros acurrucados en la rama de un árbol, y comprendió que no habían encontrado nada para comer. Ante la burla de sus compañeros, sacó las semillas que llevaba en su bolsa, y les dio la mitad de lo que llevaba, y continuó su camino. Al llegar al lugar donde debía sembrar, comprobó que la bolsa estaba llena; además, la semilla produjo el doble de esperado. Murió el 15 de mayo de 1130.

         Mensaje de santidad

San Isidro Labrador nos muestra que la pobreza material no es incompatible con la riqueza espiritual, puesto que naciendo, viviendo y muriendo pobre, fue en la vida más feliz que muchos ricos con posesiones materiales, ya que vivió en permanente estado de gracia, y fue por lo tanto capaz de alcanzar la riqueza que no se corrompe, la vida eterna en los cielos. Siendo pobre materialmente, San Isidro sin embargo no codició nunca los bienes materiales de su amo rico; por el contrario, los tuvo en nada, en comparación con el bien incomparable de la gracia santificante. Supo “atesorar tesoros en el cielo”, como nos pide Jesús, esto es, la oración, la adoración eucarística, el amor a Dios y al prójimo, y así se convirtió en santo, que vale más que todas las riquezas del mundo juntas. También nos enseña a cumplir el mandamiento que dice: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 34-34), porque San Isidro hacía visitas a las iglesias para adorar a Jesús Dios, presente en el Santísimo Sacramento del altar para cumplir con el deber de amar a Dios, lo cual está antes incluso que el deber de trabajar, y la anécdota con los bueyes nos enseña que cuando se cumple este deber de amar a Dios por encima de todas las cosas, Dios mismo se ocupa de hacer nuestro trabajo[2], y esto constituye un gran ejemplo para los adoradores eucarísticos: la Santa Misa y la adoración eucarística están antes que todo. 
Otra enseñanza que nos deja San Isidro es el amor a los pobres, ya que siendo él mismo pobre, no se excusó en su pobreza para no atender a los más necesitados, ya que les daba de su propia comida, reservándose para sí los restos. En recompensa, Jesús le abrió las puertas al Banquete de bodas del Cordero, en donde la fiesta y la alegría son continuas por la visión de la Trinidad, y se come el manjar exquisito de los cielos, el Pan de Vida eterna, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo.
        
        



[1] Cfr. Alan Butler, Vidas de los Santos, Volumen II, México2 1968, Ediciones Clute, 310ss.
[2] Hay anécdotas similares con otros santos, como por ejemplo, con Santa Catalina de Siena.

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