Santo Domingo Savio, alumno de Don Bosco, expresó un deseo
el día de su Primera Comunión: “Morir antes que pecar”. A su corta edad, no más
de diez años, el niño expresaba la característica fundamental de la santidad:
estar dispuestos a morir antes que cometer un pecado. Esta determinación se
basa en la profunda apreciación de la vida de la gracia: la gracia es algo tan
alto y valioso, que es preferible perder la vida terrena, antes que cometer un
pecado mortal, pues este hace perder la gracia y, con la gracia, la vida
eterna. La firme determinación de Santo Domingo Savio no es consecuencia de su
carácter natural, ni se debe a que el niño era de mente lúcida, a la vez que
poseía un temperamento fuerte y decidido, puesto que la valoración de la gracia
que hace se equipara a la de los grandes santos y sobre todo a la de los
mártires, quienes precisamente se convirtieron en mártires, porque eligieron la
muerte corporal antes que perder la vida eterna por el pecado.
¿De dónde podía venir este aprecio por la gracia? Sin ninguna
duda, venía de la Virgen, porque Santo Domingo Savio había fundado, con escasos
doce años de edad, la “Compañía de María Inmaculada”, la mayoría de cuyos
integrantes estuvo presente cuando Don Bosco fundó, dos años después, la
Congregación Salesiana[1]. Este
hecho, la devoción a la Virgen por parte de Domingo, es lo que explica el
aprecio del santo a la vida de la gracia, porque la devoción a la Virgen es una
consecuencia de la libre adhesión del alma a la invitación de la Virgen a consagrarse
a su Inmaculado Corazón. En otras palabras, el hecho de que Santo Domingo prefiera
morir antes que pecar, demostrando una apreciación y valoración sobrenatural de
la vida de la gracia, y funde la Compañía de María a los doce años, indica que
su corazón pertenece a María y que se ha consagrado a Ella en cuerpo y alma,
respondiendo a la invitación maternal de María, e indica además que,
perteneciendo a María y siendo hijo suyo, es Ella quien le comunica la
valoración y el amor por la gracia, amor y valoración que no se explican por
ninguna causa humana o creatural. La Virgen le concede tan alta vivencia de la
vida de la gracia, que Domingo prefiere perder la vida terrena antes que cometer
un pecado mortal, porque el pecado mortal, aunque conserva la vida corpórea,
hace perder la vida de la gracia y, con ella, la vida eterna.
Como todo santo, Domingo Savio es ejemplo para el cristiano,
y lo es ante todo en su devoción mariana y en la determinación suya de morir
antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.
Ahora
bien, este deseo del santo está expresado en la oración del “Pésame” que rezamos
cada vez que nos confesamos, cuando decimos: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”. No se
trata de una frase hecha, ni de una expresión genérica; claramente, expresamos
el pesar por no “haber muerto”, es decir, por no haber perdido la vida
corporal, antes que pecar, antes que “haber ofendido a un Dios tan bueno y tan
grande”. La conmemoración de Santo Domingo debe llevar entonces a renovar el
dolor de los pecados, la apreciación de la vida de la gracia, y aquello que
decimos a Cristo, oculto en el sacerdote ministerial, en el momento de
confesarnos sacramentalmente. Y para que este deseo de morir corporalmente
antes que pecar no quede en una mera expresión de deseos, sino que se convierta
en un programa de vida, en un camino de santidad y en una puerta abierta al
cielo, como lo fue para Santo Domingo Savio, es conveniente pedir esta gracia,
todos los días, a la Virgen: “María, Auxiliadora de los cristianos, concédeme
la gracia de morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado”.
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