En un siglo dominado por las sectas, en donde se deja cada
vez más de lado al único y verdadero Dios en pos de los ídolos, San Carlos Lwanga y sus compañeros
mártires constituyen un luminoso ejemplo de cómo es preferible dejar la vida en
pos del Cordero, antes que rendir culto idolátrico al neo-paganismo de la Nueva
Era.
En
efecto, los mártires ugandeses murieron en la hoguera al oponerse a las
costumbres paganas, las cuales permitían todo tipo de excesos morales y de
aberraciones contra la naturaleza. En este sentido, el paganismo es aquello que
se opone radicalmente al cristianismo, porque no solo no hay que negarse a uno
mismo, sino que se deben exaltar las pasiones y las peores perversiones de la
naturaleza humana caída a causa del pecado original. En el paganismo, se exalta
el propio yo y sus pasiones hasta el punto de caer en la idolatría de sí mismo:
nada se niega, ninguna pasión queda satisfecha, y el yo ególatra se envanece al
adorarse a sí mismo, colocándose en el puesto que le corresponde a Dios. El hombre
se convierte así en su propio centro, en su propio dios, y es él quien
dictamina qué está bien y qué está mal, y como su conciencia está oscurecida
por el pecado, se inclina siempre hacia la perversión. En consecuencia, para el
paganismo, todo exceso está permitido, porque lo que establece qué es el bien y
qué es el mal es la propia conciencia, pero como conciencia del hombre sin la
gracia es solo oscuridad, todo en el paganismo es oscuridad, tinieblas, aberración
y perversión moral.
No
en vano Jesús nos recomienda en el Evangelio negarnos a nosotros mismos, cargar
la Cruz y seguirlo todos los días (cfr. Mt
16, 24-28), porque solo de esta manera, en la negación de nuestras pasiones, en
el cargar la Cruz todos los días en el seguimiento de Jesús, puede el hombre
viejo, contaminado con el pecado original, subir al Calvario para allí morir
crucificado, de modo que pueda nacer el hombre nuevo, el hombre regenerado por
la gracia santificante de Jesucristo, el hombre que vive las virtudes naturales
y sobrenaturales en su máxima plenitud y en este seguimiento de Jesús, hasta
dar la vida, es en donde reside el testimonio más valioso de los mártires y
santos como San Carlos Lwanga y compañeros.
Sin
embargo, lo más grave, dañino y peligroso en el paganismo no es la aberración
moral, sino el hecho de la desviación y perversión espiritual que esto supone: ser
pagano, o neo-pagano, o wiccano, es en el fondo ceder a la trampa del
gnosticismo, trampa tendida por el Tentador, Satanás, que de esta manera hace
caer al hombre en su mismo y odioso pecado, la auto-idolatría de sí mismo. El paganismo
o neo-paganismo wiccano es una imitación y prolongación, en el tiempo y en la
historia humana, del gesto de soberbia rebelión iniciada en los cielos por el
demonio, rebelión que le valió el perder la gracia para siempre. Es en esto en
lo que radica la malicia del paganismo –de todas las épocas y particularmente
el de nuestra época, el neo-paganismo de la Nueva Era-: desplazar a Dios del
corazón y de la propia vida para erigirse en un dios propio, imitando y
convirtiéndose en aliado del Dragón o Serpiente Antigua, Satanás.
La
contemplación de su ejemplo de vida y de amor a Cristo nos hace ver que a quien
lo sigue por el Camino Real de la Cruz, hasta dar la vida por Él, Jesús le da
el ciento por uno en esta vida y la vida eterna en los cielos: ellos murieron quemados
vivos en la hoguera por no postrarse a los ídolos paganos, y en recompensa
ahora arden en el fuego del Amor divino, adorando al Cordero en los cielos por
la eternidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario