San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 30 de septiembre de 2017

San Jerónimo y su defensa de la virginidad consagrada por encima del matrimonio


         Vida de santidad.[1]

         Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia. También promovió la vida monástica. Más tarde se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la sagrada Escritura. Murió en Belén el año 420.

         Mensaje de santidad.

         Además de su traducción latina de la Biblia –afirmaba que “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”-, San Jerónimo mantuvo una controversia con un hereje llamado Joviniano, quien afirmaba que prácticamente no había diferencias entre la virginidad consagrada y el matrimonio. A esta idea, se le opuso San Jerónimo en numerosas obras suyas.
         En una de ellas, dice así: “Me reprochan algunos que, en los libros que he escrito contra Joviniano, me he excedido tanto en el encomio de las vírgenes como en la difamación de las casadas, y dicen que ya es en cierto sentido condenar el matrimonio ensalzar tanto la virginidad que aparentemente no quede posibilidad de comparación entre la virgen y la casada. Por mi parte, si recuerdo bien la cuestión, el litigio contra Joviniano y nosotros está en que él equipara el matrimonio a la virginidad, y nosotros lo juzgamos inferior; él dice que la diferencia es poca o ninguna; nosotros decimos que es grande”[2]. En otro párrafo, condena a Joviniano por equiparar el matrimonio a la castidad perpetua:  “En suma, que si por voluntad del Señor y por intervención tuya [Joviniano] ha sido condenado, lo ha sido por haberse atrevido a comparar el matrimonio con la castidad perpetua. Porque si se tiene por una misma cosa a la virgen y a la casada, ¿cómo es que Roma no pudo oír el sacrilegio de su voz? Virgen viene de vir, no de partus. No hay nada intermedio: o se acepta mi sentencia, o la de Joviniano. Si se me reprocha que pongo el matrimonio por debajo de la virginidad, alábese al que los equipara; pero, si ha sido condenado el que tenía ambas cosas por iguales, su condenación es aprobación de mi obra”[3].
         En otro párrafo, San Jerónimo considera a la virginidad “como el oro, que es más precioso que la plata”: “No ignoramos “el honor del matrimonio y el lecho conyugal inmaculado” (Heb 13, 4). Hemos leído la primera recomendación de Dios: Creced y multiplicaos y llenad la tierra (Gen 1,28); pero de tal manera aceptamos las nupcias, que les anteponemos la virginidad, que nace de las nupcias. ¿Acaso la plata no será plata porque el oro sea más precioso que la plata? ¿O es hacer agravio al árbol y a la mies porque a la raíz y a las hojas, el tallo y aristas, preferimos los frutos y el grano? Al igual que la fruta sale del árbol y el trigo de la paja, así del matrimonio sale la virginidad”[4].
         Si se hiciera una comparación en porcentajes con respecto a los frutos, para San Jerónimo, “el matrimonio representa el 30%, la viudez el 70% y la virginidad el 100%”: “El fruto de ciento, de sesenta y de treinta por uno, aun cuando nazca de una misma tierra y de una misma semilla, difiere mucho en cuanto al número. El treinta se refiere al matrimonio; pues el mismo modo de cruzar los dedos, que parece se abrazan y se juntan como en suave beso, representa al marido y a la esposa. El sesenta representa a las viudas, que se encuentran en angustia y tribulación, pues también ellas soportan el peso de un dedo superior; y cuanto mayor es la dificultad de abstenerse del atractivo de un placer en otro tiempo probado, tanto mayor será también el galardón. En cuanto al número cien —te ruego, lector, que pongas toda la atención—, no se cuenta con la izquierda, sino con la derecha: se hace un semicírculo con los mismos dedos —no con la misma mano— con los que en la izquierda se significan las casadas y viudas, y de esa forma se expresa la corona de la virginidad» (Jeronimo, Adv. Jov. I, 3)”[5].
Por último, San Jerónimo no condena el matrimonio quien lo llama “plata”, pero declara que la virginidad es “oro”: “Ahora te pregunto: ¿Condena el matrimonio quien así habla? Hemos llamado oro a la virginidad, plata al matrimonio. Hemos declarado que el fruto de ciento, de sesenta y de treinta por uno, aunque hay mucha diferencia en cuanto al número, se produce de la misma tierra y de la misma semilla. ¿Y habrá todavía algún lector tan malvado que no me juzgue por mis dichos, sino por su propio parecer? Y a decir verdad, he sido mucho más benigno para los matrimonios que casi todos los exegetas griegos y latinos, que refieren el ciento por uno a los mártires, el sesenta a las vírgenes y el treinta a las viudas. De esa forma, según su sentencia, los casados quedan excluidos de la buena tierra y de la semilla del padre de familias”[6].



[2] San Jerónimo, Carta 49 a Pammaquio, 2
[3] San Jerónimo, Carta 49 a Pammaquio, 2.
[4] San Jerónimo, Carta 49 a Pammaquio, 2.
[5] San Jerónimo, Carta 49 a Pammaquio, 2.
[6] San Jerónimo, Carta 49 a Pammaquio, 3.

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