San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 27 de septiembre de 2017

San Vicente de Paúl, presbítero y fundador


Vida de santidad.

Nació en Aquitania el año 1581. Cursados los correspondientes estudios, fue ordenado sacerdote y ejerció de párroco en París. Fundó la Congregación de la Misión, destinada a la formación del clero y al servicio de los pobres, y también, con la ayuda de Santa Luisa de Marillac[1], la Congregación de Hijas de la Caridad. San Vicente veía en los pobres el rostro del Señor doliente[2]. Murió en París el año 1660[3].

Mensaje de santidad.

San Vicente de Paúl se caracterizó por toda clase de obras de misericordia, dirigidas ante todo hacia los prójimos más vulnerables, los pobres. Además de su propia vida de santidad, dedicada literalmente a los pobres, San Vicente nos dejó abundantes escritos con un contenido espiritual maravilloso, sumamente provechosos para el crecimiento del alma en el amor a Dios y al prójimo. Uno de sus escritos es el siguiente, y sobre el cual haremos una breve reflexión.
En este escrito[4], San Vicente de Paúl nos advierte que no nos debemos dejar llevar por las apariencias con respecto a los pobres, pues ellos, por lo general, son “rudos e incultos”, pero esto, lejos de disminuir su valor, lo acrecienta incalculablemente, porque para San Vicente, con su pobreza, imitan a Nuestro Señor Jesucristo, que siendo Dios –es decir, infinitamente rico con la riqueza de su Ser divino trinitario-, se hizo pobre, es decir, asumió nuestra naturaleza humana, infinitamente más limitada que la naturaleza divina: “Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que con frecuencia son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre”.
Es decir, para San Vicente, el pobre se asemeja a Nuestro Señor en la Encarnación, porque siendo infinitamente rico –era Dios- asumió nuestra naturaleza humana, sin dejar de ser Dios, lo cual equivale a que un hombre multimillonario se vista como un indigente. Todavía más, el pobre se asemeja a Cristo no solo en la Encarnación, sino también en la Pasión, porque allí Nuestro Redentor, así como un pobre, que siendo pobre pierde lo poco que tiene, quedando aún más pobre que al inicio, así Jesús, en la Pasión, siendo ya pobre al haber asumido nuestra naturaleza humana, se hizo más pobre aún al casi perder por completo -a causa de los golpes, las heridas y la Sangre Preciosísima que lo recubría de pies a cabeza-, su naturaleza humana: “Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me envió a evangelizar a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos”. El pobre se asemeja a Nuestro Señor en la predicación –“Me envió a evangelizar a los pobres”- y nos conduce a Jesús, porque así como Jesús cuidó de ellos “consolándolos, ayudándolos y apoyándolos”, así debemos hacer nosotros, imitando a Jesús.
Para San Vicente de Paúl, el pobre es imagen de Cristo pobre, que en todo eligió la pobreza, identificándose incluso con los pobres, al punto de considerar como hecho a Él tanto el bien como el mal que a ellos se les hiciera: “Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres”.
Debemos amar a los pobres, porque Dios los ama y debemos amarlos, si queremos ser amados por Dios: “Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres, ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres”.
Antes de visitarlos, debemos implorar a Dios para que nos infunda “sentimientos de caridad y compasión”, para que nuestros corazones estén configurados al Corazón de Jesús, extra-colmado de estos sentimientos: “Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo para todos. Por lo cual todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos”.
La oración es central y esencial en la vida del cristiano y ante todo del religioso, pero si debe dejar por un momento la oración para atender al pobre, no debe dudarlo un instante, porque en este caso, la atención al pobre no es desprecio a Dios, sino servicio a su hijo más amado: “El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos”.
No es que la oración deba ser dejada de lado por un absurdo activismo: permaneciendo la oración como eje central de la vida espiritual del cristiano –la caridad es la máxima norma del cristiano y la oración es expresión de la caridad o amor del alma hacia Dios-, lo que dice San Vicente es que, dado un caso puntual, en el que se deba dejar por un momento la oración para atender al pobre, no hay que dudarlo en hacerlo, porque así se presta servicio “al mismo Dios”: “Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores”. Esforcémonos, por lo tanto, según San Vicente de Paúl, en servir a los pobres, pero no de cualquier manera, sino “como a señores” que son, por ser representación del “Rey de reyes y Señor de señores” (cfr. Ap 19, 16), Cristo Dios. 










[2] Cfr. Vidas de los santos de A. Butler, Herbert Thurston, SI.
[3] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/
[4] Carta 2.546: Correspondance, entretiens, documents, París 1922-1925, 7. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario