San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Santos Cosme y Damián, mártires


         Vida de santidad.

San Gregorio de Tours, que escribe acerca de ellos en De gloria martyrium, dice así: “Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, curaban milagrosamente las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente”[1]. Según la tradición, San Cosme y San Damián son hermanos médicos y mártires, que ejercieron la medicina en Ciro, ciudad de Augusta Eufratense, sin pedir nunca recompensa y sanando a muchos con sus servicios gratuitos”[2].
A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Cyro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal. Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales fuera el de Egea, en Cilicia, donde nació la tradición llamada “árabe”, relatada en dos pasiones, y es la que recogen los actuales libros litúrgicos. Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, también fueron conocidos en Occidente, lo cual se sabe, como ejemplo, por el testimonio ya referido de San Gregorio de Tours. Hay testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña); en Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII y el oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España. Sin embargo, en donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El Papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. Su culto se expandió de manera tan notable –favorecido por los numerosos milagros de sanación que los santos concedían a sus devotos- que, además de esta fecha del 27 de septiembre, se les asignó por obra del Papa Gregorio II la estación coincidente con el jueves de la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la fecha exacta de la mitad de este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a numerosa asistencia de fieles, que acudían a los celestiales médicos para implorar la salud de alma y cuerpo.
En lo que constituye un caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta, secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus en el introito y ofertorio y estando destinada la lectura evangélica a narrar la curación de la suegra de San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que obró el Señor en Cafarnaúm aquel mismo día, así como la liberación de muchos posesos. Esta escena de compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma, en el santuario de los anárgiros[3], con los prodigios que realizaban entre los enfermos que se encomendaban a ellos.

         Mensaje de santidad.

Ante la constatación de los milagros que obraban estos santos -la gran mayoría, extraordinarios, como el que ilustra la imagen, en el que repusieron una pierna amputada a un hombre, tomando la pierna que serviría de reemplazo de un cadáver-, alguien prodría preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no obran las maravillas de las antiguas edades? Sin embargo, la pregunta debería ser otra: ¿Por qué hoy no nos encomendamos a ellos con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros? O también: ¿por qué extraño fenómeno –siniestro fenómenos- cientos de miles de católicos se aferran a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte –esto en Argentina, porque en México, los equivalentes serían Jesús Malverde, el Niño Fidencio, la Santa Muerte y muchos otros más-, en una clara y abierta muestra de superstición y apostasía, en vez de acudir a los santos católicos, esto es, a los santos canonizados por la Iglesia Católica? Todavía más, ¿por qué estos mismos católicos atribuyen a estos demonios, cosas buenas que sólo Dios, infinitamente bueno, puede dar? Porque los demonios y sus servidores solo males y desgracias pueden traer, y sin embargo, estos supersticiosos, blasfemos y apóstatas, no contentos con abandonar a Dios Trino y sus santos, atribuyen maliciosa y sacrílegamente toda clase de dones y cosas buenas que solo Dios puede conceder, a través de sus santos, a los ídolos demoníacos mencionados, agregando así ultraje sobre ultraje.
¡Cuánto contrasta la vida de santidad de los mártires Cosme y Damián, con nuestra sombría época! Por parte de ellos, merecieron el calificativo de “anárgiros”, es decir, “despreciadores del dinero”, pues nunca cobraron por sus atenciones médicas, y en esto se diferencian de miles de –en el mejor de los casos- embusteros y charlatanes que, por las prácticas esotéricas y por eso mismo diabólicas de la Nueva Era, llegan a cobrar sumas astronómicas, no por curar, porque no pueden curar, sino por dar falsas expectativas de sanación a quienes acuden a ellos. Por parte de los que acuden a estos falsos curanderos, también hay una gran diferencia con los devotos de los Santos Cosme y Damián, porque quienes acuden a ellos, lo hacen en su calidad de santos, esto es, de seres humanos que, por la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, obtenida al precio de su vida en la cruz, obtienen para sus devotos la verdadera curación de enfermedades, al tiempo que consiguen para sus devotos algo infinitamente más valioso que la salud corporal, y es la conversión del alma al Redentor de los hombres, Jesús de Nazareth. En nuestros días, se puede constatar cómo cientos de miles, e incluso hasta millones, de hombres y mujeres atribulados por alguna enfermedad o por alguna situación existencial, no acuden ya a los santos del Señor Jesús, los santos canonizados por la Iglesia Católica, sino que se dirigen supersticiosamente, de modo impío y blasfemo, a servidores del Demonio, como el Gauchito Gil o la Difunta Correa, o incluso hasta al mismo Demonio, oculto en ese ídolo demoníaco que es “San La Muerte” o “Santa Muerte”, para pedirles favores, y atribuyéndoles de un modo impío y sacrílego favores, cuando estos demonios nada bueno pueden conceder. Sombríos tiempos los nuestros, al inicio del siglo XXI, en el que los santos de Dios, como San Cosme y San Damián, que verdaderamente podrían obtener no solo la gracia de la curación de las enfermedades, sino además gracias inimaginables de parte del Único y Verdadero Dios, Uno y Trino, son dejados de lado por ídolos demoníacos como los mencionados Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, el Niño Fidencio, los cultos esotéricos, y cuanto vómito del Infierno anda circulando por ahí. Esto demuestra que nuestros tiempos son “la hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53), aunque también demuestra que está más cerca el regreso en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, porque cuando más oscura es la noche, más cerca está el amanecer.




[2] Cfr. ibidem.
[3] Se denominan “santos anárgiros” (en griego, Άγιοι Ανάργυροι, Ágioi Anárgiroi) a los santos católicos que no aceptan el pago por sus buenas obras. Se trata de médicos cristianos o santos con el don de la sanación, que en oposición directa a la práctica médica de la época, no aceptaban el pago por sus consultas. El término “anárgiro” deriva de “ana” (que no recibe, no acepta) y “árgiros” (en latín, argentum, “plata”). De su combinación resulta el significado “que no aceptan la plata”, o también “los despreciadores del dinero”. Además de Cosme y Damián, algunos otros santos anárgiros son: Zenaida y Filonela; San Trifón; Taleleo el Anárgiro1​; Ciro y Juan; San Pantaleón; Blas de Sebaste; Sansón de Constantinopla; Lucas de Simferópol. Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Santos_an%C3%A1rgiros

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