San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 13 de junio de 2017

San Antonio de Padua


         Vida de santidad.

         San Antonio nació en 1195, en Lisboa. Bautizado como Fernando, cambió su nombre por Antonio en homenaje al titular del convento franciscano de los Olivares, martirizado en Marruecos junto con otros frailes. Se destacó en su vida –y también luego de su muerte- por el don que Dios le concedió, de hacer innumerables milagros. Algunos de estos milagros son los siguientes: un día fue invitado a comer y le pusieron ponzoña en el plato para matarlo, Antonio hizo la señal de la cruz sobre el plato y comió sin recibir mal alguno. Treinta y dos años después de su muerte, su cuerpo debía ser trasladado: se encontraron entre sus huesos su lengua tan entera y fresca como si estuviera viva.

Un día orando se le aparece el Niño Jesús que se posa sobre los evangelios y lo abraza[1].

Otro de sus milagros fue la reimplantación de un pie amputado: en Padua, un joven de nombre Leonardo, en un arranque de ira, pateó a su propia madre. Arrepentido, le confesó su falta a San Antonio quien le dijo: “El pie de aquel que patea a su propia madre, merece ser cortado”. Leonardo corrió a casa y se cortó el pie. Enterado de esto, San Antonio tomó el miembro amputado del joven y milagrosamente lo reunió al cuerpo[2].
Era gran devoto de la Eucaristía, y por un milagro, hizo que una mula se arrodillara ante el Santísimo Sacramento: cierto día discutía con un hereje, el cual se negaba obstinadamente a admitir el misterio de la transubstanciación, porque después de las palabras de la consagración no percibía cambio alguno en las especies eucarísticas. Antonio trataba en vano de convencerlo, citando la Escritura y la Tradición; todos sus esfuerzos chocaban con la obstinación de su interlocutor. Cambió, entonces, de táctica. –Usted tiene –dijo– una mula. Voy a presentarle una hostia consagrada; si se postrase ante el Santísimo Sacramento, ¿admitirá la presencia real del Salvador en las especies eucarísticas? –Sin duda–, respondió el incrédulo que esperaba dejar en situación embarazosa al apóstol con semejante apuesta. Acordaron realizar la prueba tres días después. Para garantizar mejor el éxito, el hereje privó al animal de cualquier alimento. En el día y hora fijados, Antonio que se había preparado con redobladas oraciones, salió de la iglesia portando el ostensorio en sus manos. Por el otro lado, el incrédulo llegaba sujetando al hambriento animal por las riendas. Una multitud considerable se agolpaba en la plaza, llena de curiosidad en presenciar el singular espectáculo. El hereje, pensando ya que había triunfado, colocó ante el animal un saco de avena. Pero la mula se desvió del alimento que se le ofrecía y dobló las patas ante el augusto Sacramento; sólo se levantó después de haber recibido el permiso del Santo.  Ante el evidente milagro, el hereje mantuvo la palabra y se convirtió; varios de sus correligionarios abjuraron también de sus errores y también se convirtieron.
Poco después, San Antonio hizo otro milagro en la misma ciudad. Los herejes se burlaban de sus sermones: –Ya que los hombres no quieren oír la palabra de Dios –les dijo– voy a predicar a los peces. Se dirigió hacia las verdes márgenes de un río, que daba ya al mar e invitó a los peces a alabar al Señor. Para sorpresa de los asistentes los peces se fueron reuniendo cerca de la playa; ponían la cabeza hacia fuera y parecían escuchar al orador con atención. Apoyado en tales manifestaciones sobrenaturales, el ministerio del Santo produjo frutos abundantes.
Son favores temporales, curaciones, conversiones retumbantes y hasta resurrección de muertos. El Santo devolvió la vida hasta a su propio sobrino que se había ahogado por accidente en el Tajo. Otro don que tenía, era el encontrar objetos perdidos, encontrados contra toda esperanza. –Don Íñigo Manrique, que fue obispo de Córdoba en el siglo XVI, había perdido un anillo pastoral de gran valor. En vano había invocado a San Antonio: imposible encontrar la preciosa joya. Un día el prelado contaba su desventura a sus secretarios, que compartían con él la mesa. “Obtuve muchas gracias por la intercesión de este ilustre taumaturgo –les decía– pero de esta vez no estoy contento con él”. Acababa de decir estas palabras y una mano invisible hacía caer sobre la mesa el anillo perdido. Este hecho impresionó profundamente a personas tan dignas de crédito que dieron testimonio de él.
La Virgen Inmaculada socorrió aún por medio de intervenciones visibles a su fiel siervo. Por dos veces, en Brive y en Padua, el demonio asaltó al ardoroso predicador que le arrancaba tantas víctimas. Antonio lanzó a María un grito de súplica; recitó el himno: “Oh gloriosa Domina”, que tanto le gustaba repetir. La Reina del Cielo se le apareció en medio de una claridad deslumbrante y puso en fuga al espíritu maligno. 
El Salvador también visitó a nuestro Santo. Antonio, según una antigua tradición, se alojó en la casa del señor de Chateauneuf, región de Limoges. Este señor se proponía observar atentamente la conducta del religioso, cuya reputación le lo asombraba. Caída la noche espió, con indiscreta curiosidad, lo que su huésped hacía en el cuarto. Fue así testimonio de un gracioso prodigio: el Niño Jesús reposaba en los brazos de Antonio que lo colmaba de respetuosas caricias.


San Antonio se dedicó a escribir los sermones de las fiestas de los grandes santos y de todos los domingos del año, hasta su muerte, el 13 de junio de 1231, a los 36 años de edad. Su vida de completa dedicación a Dios y sus milagros fueron tantos, que once meses después de su muerte, el Papa Gregorio IX lo canonizó. En 1946, el Papa Pío XII lo proclamó “Doctor de la Iglesia”, con el título de “Doctor Evangélico”.

         Mensaje de santidad.

         A lo largo de los siglos, Antonio intercedió por sus devotos, obteniéndoles para ellos numerosos milagros, multiplicando los prodigios por todas partes en donde era invocado. Sin embargo, a pesar de sus numerosos milagros, lo que hizo santo a San Antonio de Padua fue su fidelidad a la gracia y el vivir de modo heroico las virtudes cristianas. Dice de él San Buenaventura: “En San Antonio resplandece el conjunto de todas las perfecciones y de todas las gracias de los elegidos. Tiene este santo la ciencia de los Ángeles, las celestes inspiraciones de los Profetas, el celo de los Apóstoles, la austeridad de los Confesores, el heroísmo de los mártires, la Pureza de las vírgenes”. Al recordar a San Antonio de Padua en su día, le pidamos que interceda para que también nosotros seamos fieles a la gracia de Dios, eligiendo siempre “morir, antes que pecar”, como decimos en la fórmula del Sacramento de la Confesión.

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