Memoria
de los Primeros mártires de Roma, es decir, de los primeros cristianos que
eligieron morir por Cristo, el Hombre-Dios, en vez de vivir y adorar a los
ídolos. La imagen no puede ser más dantesca y espeluznante: decenas y decenas
de cruces con los cuerpos de los cristianos muertos, se dispersan por el
camino, como sombrío fruto de la persecución sufrida por la Iglesia naciente.
Pero si la realidad natural conmueve el corazón y lo estruja de dolor, la
realidad sobrenatural de aquellos que ofrendaron sus vidas por Jesucristo,
llena al alma de alegría. En efecto, mientras los cuerpos muertos comienzan a
sufrir la corrupción de la muerte, al tiempo que sirven de alimento para las aves
carroñeras que se perfilan en el horizonte, sus almas -que son las almas de los
mártires descriptas en el Apocalipsis-, revestidas de blanco por la gloria
divina que las invade, llegan hasta el trono del Cordero de Dios portando sus
palmas y se postran ante Él en acción de gracias y en adoración y, embargadas
de un gozo indescriptible, lo alaban por la eternidad.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
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"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".
viernes, 30 de junio de 2017
San Josemaría Escrivá de Balaguer
Vida
de santidad.
Josemaría Escrivá de Balaguer nace en Barbastro (España), el
9 de enero de 1902, segundo de los seis hijos que tuvieron José Escrivá y María
Dolores Albás[1].
Sus padres lo bautizaron el día 13 del mismo mes y año, y le transmitieron los
fundamentos de la fe y las virtudes cristianas: el amor a la Confesión y a la
Comunión frecuentes, el recurso confiado a la oración, la devoción a la Virgen
Santísima, la ayuda a los más necesitados. El Beato Josemaría crece así como un
niño alegre, despierto y sencillo, travieso, buen estudiante, inteligente y
observador. Muy pronto, el Señor comienza a templar su alma en la forja del
dolor: entre 1910 y 1913 mueren sus tres hermanas más pequeñas, y en 1914 la
familia experimenta, además, la ruina económica. En 1915, los Escrivá se
trasladan a Logroño, donde el padre ha encontrado un empleo que le permitirá
sostener modestamente a los suyos.
En
el invierno de 1917-18 tiene lugar un hecho que influirá decisivamente en el
futuro de Josemaría Escrivá: durante las Navidades, cae una intensa nevada
sobre la ciudad, y un día ve en el suelo las huellas heladas de unos pies sobre
la nieve; son las pisadas de un religioso carmelita que caminaba descalzo.
Entonces, se pregunta: “Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el
prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? De este modo, surge en su
alma una inquietud divina: Comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que
el corazón me pedía algo grande y que fuese amor”. Sin saber aún con precisión
qué le pide el Señor, decide hacerse sacerdote, porque piensa que de ese modo
estará más disponible para cumplir la voluntad divina.
Mensaje de santidad.
Además de entrever con años de anticipación el llamado
universal a la santidad de todo bautizado, por medio del ofrecimiento del
trabajo ordinario –o del estudio, según el estado de vida- a Nuestro Señor, San
Josemaría Escrivá de Balaguer, tenía una
gran estima por el Sacramento de la Confesión, al cual le llama “maravilla de
amor”, viendo en este Sacramento el medio -junto con la Santa Misa y el trabajo
ordinario ofrecido como sacrificio-, el camino para llegar a la santidad. Con
respecto al Sacramento de la Penitencia, dice así San Josemaría: “Veo a Cristo
crucificado, más que clavado por los hierros, clavado por el amor que nos tiene
y por el deseo de salvarnos. Pero si todo eso me mueve a amar, me mueve a amar
y agradecer mucho más el perdón que nos da cuando ofendemos a Dios, cuando nos
apartamos del camino, cuando dejamos de ser hijos suyos”.
jueves, 29 de junio de 2017
San Juan Bautista y su testimonio de Cristo
Toda la vida de Juan el Bautista, desde su nacimiento hasta
su muerte, constituye un testimonio del Hombre-Dios Jesucristo.
Su nacimiento es un testimonio porque es concebido por sus
padres en la ancianidad, y Dios obra este milagro, anunciado a Zaquarías por
medio del ángel, para que el mundo, al maravillarse por el milagro, contemple
al Precursor del Mesías.
Una vez concebido, y aun antes de nacer, es iluminado por el
Espíritu Santo y “salta de alegría” en el seno de Isabel, al saber, por el
Espíritu de Dios, que el que viene en el seno virgen de María, antes que su
pariente, es el Mesías, el Salvador de los hombres.
Ya de adulto, es un testimonio del Mesías con su vida
austera, con su penitencia y prédica en el desierto, porque así anuncia que el
hombre con su vida terrena y caduca está destinado a recibir otra vida, la vida
eterna, la vida que trae el Salvador de los hombres.
En el desierto, señala y da el nombre al Mesías, llamándolo “Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”, el mismo nombre con el que la Iglesia
continuaría llamando al Mesías, en el desierto del mundo y de la historia
humana, al Mesías oculto en apariencia de pan, la Eucaristía.
Con su martirio, testimonia la santidad del Hombre-Dios, y
de su Esposa, la Iglesia Santa y pura, porque da su vida pero no por la defensa
de las buenas costumbres, sino porque testimonia que el matrimonio entre el
varón y la mujer aquí en la tierra deber ser santo, porque participa de la
santidad de otro matrimonio, anterior a todo matrimonio terreno, el desposorio
místico del Cordero, Esposo de la Iglesia Esposa, y que el adulterio equivale a
la idolatría, ya sea de un falso cristo con la verdadera Iglesia, o de una
falsa iglesia con el verdadero Cristo Eucarístico.
Como la vida del Bautista, la vida de todo católico debería
ser, desde su nacimiento en el bautismo como hijo de Dios, hasta su muerte, un
testimonio, ante el mundo, de la Presencia real, verdadera y substancial del
Mesías, el Cordero de Dios, Jesús en la Eucaristía.
martes, 27 de junio de 2017
Santo Tomás Moro
Santo Tomás Moro se encuentra con su hija luego de ser
condenado a muerte.
En
el Martirologio Romano, es considerado como mártir por haberse opuesto al rey
Enrique VIII –siendo presidente del Consejo Real- en la controversia sobre su
matrimonio y sobre la primacía del Romano Pontífice. En consecuencia, fue
encarcelado en la Torre de Londres, en Inglaterra y condenado a morir por
decapitación el 6 de julio de 1532.
Nació
en Londres, su padre era juez de Derecho común. Estudió en Canterbury Hall en
Oxford y enseñó Derecho en Inns of Court;
en el 1501, ingresó en el colegio de abogados. Se planteó hacerse cartujo o
sacerdote diocesano, aunque finalmente se decidió por la vocación matrimonial,
llegando a ser esposo y padre de familia ejemplar. Eligió el matrimonio porque,
según sus palabras, prefería “ser un fiel marido antes que un sacerdote
infiel”. En 1504 se casó con Jane Colt, con la que tendría cuatro hijos; al
fallecer su esposa en 1511, se casó por segunda vez con Alice Middleton, viuda
y madre de una hija. Fue padre de familia numerosa, rico, gran señor, enamorado
ferviente del arte y la cultura, experto en leyes, político y estadista, y
admirador de Pico della Mirándola, de quien escribió su biografía, y de los
Santos Padres y santo Tomás de Aquino. Escribió “La Utopía” (1516), que es uno
de los textos paradigmáticos de la filosofía política, en dialéctica con el
contemporáneo “El príncipe” de Macchiavello.
En
1510 fue miembro del primer parlamento de Enrique VIII, y en 1515 fue agregado
comercial de la embajada de Flandes. En 1517 fue nombrado miembro del Consejo
Real, siendo nombrado lord canciller en 1529. Ayudó al rey en su oposición a Lutero, y
escribió el libro “Diálogo sobre las Herejías” y su “Apología”. A pesar de su
alto cargo en la corte del rey, eso no fue impedimento para declararse, a causa
de su fe católica, en contra del divorcio del rey con Catalina de Aragón. Se opuso nuevamente al rey Enrique VIII y renunció
a su cargo cuando el rey, en 1531, provocando un cisma en la Iglesia, se
auto-proclamó jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Por último, estando ya
encarcelado en la Torre de Londres, y luego de negarse al juramento de supremacía,
fue condenado a morir por decapitación en la plaza londinense de Tyburn.
Mensaje
de santidad.
Su
mensaje de santidad es –además de su lucha contra los herejes y el apoyo al rey
contra Lutero- la fidelidad hasta la muerte al “Rey de reyes y Señor de señores”
(Ap 17, 14), Cristo Jesús. Con la
entrega de su vida, Santo Tomás Moro no solo nos enseña que al Único al que
debe temerse es a Nuestro Señor Jesucristo y no a los poderosos de la tierra,
sino también que la oposición al adulterio –cometido por el rey Enrique VIII al
divorciarse de Catalina de Aragón- y la adhesión a la fidelidad y unidad del
matrimonio católico no se deben a meras costumbres sociales, sino que se
derivan de la santidad de la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la
Iglesia Esposa. Este último mensaje, el de la santidad del matrimonio católico
como participación a la santidad del desposorio celestial entre el Cordero y su
Esposa, la Iglesia Católica, es particularmente válido en nuestros tiempos, en
los que se pretende instalar al adulterio como norma, lo cual equivale a
afirmar que el Cristo de la Iglesia Católica puede convivir con cualquier
iglesia, o que la Iglesia, la Esposa Inmaculada de Cristo, puede traicionar a
su Esposo, el Cordero, por cualquier ídolo.
viernes, 23 de junio de 2017
El Sagrado Corazón se nos dona en cada Eucaristía
En una de las apariciones, y para demostrarle a Santa
Margarita cuánto la amaba, Jesús le pidió a Santa Margarita su corazón y,
tomándolo con sus manos, lo introdujo en su pecho, para sacarlo luego
convertido, a este corazón de carne, en un corazón de fuego. ¿Qué era lo que
había sucedido? Lo que había sucedido era que el corazón de Santa Margarita, al
contacto con el Fuego del Divino Amor que ardía en el Sagrado Corazón de Jesús,
se había convertido en una imagen viviente de ese Corazón, al encenderse con el
fuego del Espíritu Santo.
Cuando
se medita acerca de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María
Alacquoque, no puede dejar de considerarse el extraordinario don y la
inmensidad de gracias que significaron, para Margarita y para la Iglesia toda,
estas apariciones y, de modo particular, el hecho de que Jesús tome el corazón
de la santa, lo introduzca en su pecho y se lo devuelva convertido en un
corazón encendido en el Fuego del Divino Amor. Podemos decir que es el
cumplimiento cabal de las palabras de Jesús: “He venido a traer fuego a la
tierra, ¡y cómo quisiera verlo ya encendido!” (Lc 12 49). El Fuego que arde en el Corazón de Jesús, sin consumirlo
–como la zarza ardiente-, es el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra,
y Él desea verlo ardiendo en nuestros corazones. Al obrar de esta manera con
Santa Margarita, Jesús le demuestra que el amor por ella, en persona, no tiene
límites, porque no solo se le aparece visiblemente, la elige para que sea la
difusora de la nueva devoción, sino que convierte su corazón de carne, en un
corazón que arde en el Fuego del Amor de Dios.
Sin
embargo, para con nosotros, y aunque nos parezca difícil admitirlo, porque no
poseemos el grado de santidad de Santa Margarita, Jesús nos demuestra un amor
infinitamente más grande que el demostrado a Santa Margarita en la aparición.
¿Por qué? Porque en cada Santa Misa, no nos pide nuestro corazón de carne, para
devolverlo convertido en una llama viva, luego de ser introducido en su Corazón
que arde en el Fuego del Amor de Dios; mucho más que eso, nos da todo su
Corazón, que arde sin consumirse en las llamas del Espíritu Santo, en cada
Eucaristía, para que recibiéndolo nosotros en nuestra humilde morada terrena,
nuestros corazones, al contacto con las llamas de este Amor Divino, se
conviertan, de oscuros, negros y fríos como el carbón, en brasas ardientes y
luminosas, que irradien al mundo el calor del Divino Amor. En cada Santa Misa,
Jesús nos dona su Sagrado Corazón Eucarístico, envuelto en las llamas del
Divino Amor, para que a su contacto, nuestros corazones se prendan fuego y se
conviertan en el mismo fuego, así como le sucede al hierro que, cuando toma
contacto con el fuego, al volverse incandescente, se convierte en el mismo
fuego. En la Eucaristía arde, sin consumirla, el Fuego del Corazón de Dios, que
Jesús trae en cada Santa Misa y quiere ya verlo ardiendo. Si después de
comulgar, nuestros corazones permanecen fríos y oscuros, como el hierro o el carbón,
y continuamos con rencores, venganzas, mentiras y malicias de todo tipo, el don
del Sagrado Corazón fue en vano. No desaprovechemos la Comunión Eucarística, el
don del Sagrado Corazón Eucarístico que Jesús nos hace en cada Eucaristía.
miércoles, 21 de junio de 2017
San Luis Gonzaga, Patrono de los jóvenes que desean vivir la pureza de alma y cuerpo
Vida
de santidad.
Nació
en Castiglione, Italia, en 1568, hijo del marqués de Gonzaga[1].
De pequeño aprendió las artes militares y el más exquisito trato social. Siendo
niño y sin saber lo que decía, empezó a repetir palabras groseras que les había
oído a los militares, hasta que su maestro lo corrigió. También un día por
imprudencia juvenil hizo estallar un cañón con grave peligro de varios
soldados. De estos dos pecados lloró y se arrepintió toda la vida.
San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres, librándose así de muchas tentaciones. Él era extraordinariamente amable y bien educado. Su director espiritual fue San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: frecuente confesión y comunión; mucha devoción a la Santísima Virgen; leer vidas de Santos. Un día, ante una imagen de la Virgen en Florencia, hizo juramento de permanecer siempre puro, es decir, hizo “voto de castidad”. San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo”. Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros, quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor (a veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Santísima Virgen le decía: “¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!”. Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita. Para ello, le pidió permiso a su padre, pero él no lo dejó. Y para que se quitara de la cabeza este pensamiento, lo llevó a grandes fiestas y a palacios y así olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: “¿Todavía sigues deseando ser sacerdote?”, y el joven le respondió: “En eso pienso noche y día”. Ante esta respuesta, su padre permitió entrar en la Compañía de Jesús. Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo. Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más.
San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres, librándose así de muchas tentaciones. Él era extraordinariamente amable y bien educado. Su director espiritual fue San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: frecuente confesión y comunión; mucha devoción a la Santísima Virgen; leer vidas de Santos. Un día, ante una imagen de la Virgen en Florencia, hizo juramento de permanecer siempre puro, es decir, hizo “voto de castidad”. San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo”. Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros, quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor (a veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Santísima Virgen le decía: “¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!”. Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita. Para ello, le pidió permiso a su padre, pero él no lo dejó. Y para que se quitara de la cabeza este pensamiento, lo llevó a grandes fiestas y a palacios y así olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: “¿Todavía sigues deseando ser sacerdote?”, y el joven le respondió: “En eso pienso noche y día”. Ante esta respuesta, su padre permitió entrar en la Compañía de Jesús. Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo. Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más.
Cuando
iba a hacer o decir algo importante se preguntaba: “¿De qué sirve esto para la
eternidad?” y si no le servía para la eternidad, ni lo hacía ni lo decía. En el
año 1581, cuando San Luis Gonzaga estaba ya para ser ordenado sacerdote, se
desató una epidemia de tifus y San Luis se contagió mortalmente, al echarse
sobre los hombros a un enfermo grave y tirado en la calle, para llevarlo al
hospital. A causa de este contagio, murió
el 21 de junio de 1591, a la edad de sólo 23 años. San Luis fue avisado en sueños que moriría el viernes de la semana
siguiente al Corpus, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y en ese día murió,
mirando el crucifijo y diciendo “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa
del Señor”. Su confesor San Roberto, que lo acompañó en la hora de la muerte,
dice que Luis Gonzaga murió sin haber cometido ni un sólo pecado mortal en su
vida. Santa Magdalena de Pazzi
vio en un éxtasis o visión a San Luis en el cielo, y decía: “Yo nunca me había
imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso”. Después de muerto se apareció a un
jesuita enfermo, y lo curó y le recomendó que no se cansara nunca de propagar
la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. La oración que la Iglesia le dirige a
Dios en la fiesta de este santo le dice: “Señor: ya que no pudimos imitar a San
Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar en la penitencia.
Amén”.
Mensaje
de santidad.
Algo
que se destaca en San Luis Gonzaga, es la pureza corporal, y es la causa por la
cual la Iglesia lo nombró “Patrono de los jóvenes que desean mantener la pureza”.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué es tan importante la virtud de la
pureza? Esta pregunta es todavía más urgente en nuestros tiempos, cuando vemos
que, por la ideología de género, se pretende que no solo los jóvenes, sino los
niños, desde la primera infancia, vivan un estilo de vida calificado por la
Iglesia como “impuro”, lo cual significa pecaminoso y que, de ser vivido hasta
el último día de la vida, impide la entrada en el Reino de los cielos. ¿Por qué
tiene tanta importancia la pureza corporal, siendo esta virtud la más destacada
en San Luis Gonzaga? Porque no se trata simplemente de una virtud y no se
limita al cuerpo: la pureza corporal, se deriva de la pureza del alma, la cual
a su vez, está concedida por la gracia santificante, que hace que el alma
participe de la vida del Ser divino trinitario. Y el Ser divino trinitario es
Puro e Inmaculado, y esa es la razón por la cual, quien es impuro de cuerpo, es
impuro de alma –no ama a Dios Trino y se inclina ante los ídolos, por eso es
impuro de alma y su fe es impura-, no está en gracia y no tiene en sí la vida
de Dios Trino. Por otra parte, el cuerpo, por la gracia santificante, es
convertido en “templo del Espíritu Santo” y el corazón, en altar y tabernáculo
donde es adorado Jesús Eucaristía, todo lo cual no puede suceder si hay
impureza corporal, es decir, profanación del cuerpo. La pureza del cuerpo,
entonces, no se limita al cuerpo, sino que abarca la pureza y pulcritud de la
fe, que lleva a que el alma, que sólo desea adorar y amar a Dios Uno y Trino,
no se incline ante los ídolos del mundo y no profane su cuerpo. Ésta es la
razón por la cual la pureza corporal es tan importante, en los niños, en los
jóvenes y en todo cristiano, y es la razón por la cual el ejemplo de pureza
santa de San Luis Gonzaga, es más válido en nuestros tiempos que en su propia
época.
martes, 13 de junio de 2017
San Antonio de Padua
Vida
de santidad.
San Antonio nació en 1195, en Lisboa. Bautizado como
Fernando, cambió su nombre por Antonio en homenaje al titular del convento
franciscano de los Olivares, martirizado en Marruecos junto con otros frailes. Se
destacó en su vida –y también luego de su muerte- por el don que Dios le
concedió, de hacer innumerables milagros. Algunos de estos milagros son los
siguientes: un día fue invitado a comer y le pusieron ponzoña en el plato para
matarlo, Antonio hizo la señal de la cruz sobre el plato y comió sin recibir
mal alguno. Treinta y dos años después de su muerte, su cuerpo debía ser
trasladado: se encontraron entre sus huesos su lengua tan entera y fresca como
si estuviera viva.
Otro de sus milagros
fue la reimplantación de un pie amputado: en Padua, un joven de nombre
Leonardo, en un arranque de ira, pateó a su propia madre. Arrepentido, le
confesó su falta a San Antonio quien le dijo: “El pie de aquel que patea a su
propia madre, merece ser cortado”. Leonardo corrió a casa y se cortó el pie.
Enterado de esto, San Antonio tomó el miembro amputado del joven y
milagrosamente lo reunió al cuerpo[2].
Era gran devoto de
la Eucaristía, y por un milagro, hizo que una mula se arrodillara ante el
Santísimo Sacramento: cierto día discutía con un hereje, el cual se negaba
obstinadamente a admitir el misterio de la transubstanciación, porque después
de las palabras de la consagración no percibía cambio alguno en las especies
eucarísticas. Antonio trataba en vano de convencerlo, citando la Escritura y la
Tradición; todos sus esfuerzos chocaban con la obstinación de su interlocutor.
Cambió, entonces, de táctica. –Usted tiene –dijo– una mula. Voy a presentarle
una hostia consagrada; si se postrase ante el Santísimo Sacramento, ¿admitirá
la presencia real del Salvador en las especies eucarísticas? –Sin duda–,
respondió el incrédulo que esperaba dejar en situación embarazosa al apóstol
con semejante apuesta. Acordaron realizar la prueba tres días después. Para
garantizar mejor el éxito, el hereje privó al animal de cualquier alimento. En
el día y hora fijados, Antonio que se había preparado con redobladas oraciones,
salió de la iglesia portando el ostensorio en sus manos. Por el otro lado, el
incrédulo llegaba sujetando al hambriento animal por las riendas. Una multitud
considerable se agolpaba en la plaza, llena de curiosidad en presenciar el
singular espectáculo. El hereje, pensando ya que había triunfado, colocó ante
el animal un saco de avena. Pero la mula se desvió del alimento que se le ofrecía
y dobló las patas ante el augusto Sacramento; sólo se levantó después de haber
recibido el permiso del Santo. Ante el
evidente milagro, el hereje mantuvo la palabra y se convirtió; varios de sus
correligionarios abjuraron también de sus errores y también se convirtieron.
Poco después, San Antonio
hizo otro milagro en la misma ciudad. Los herejes se burlaban de sus sermones: –Ya
que los hombres no quieren oír la palabra de Dios –les dijo– voy a predicar a
los peces. Se dirigió hacia las verdes márgenes de un río, que daba ya al mar e
invitó a los peces a alabar al Señor. Para sorpresa de los asistentes los peces
se fueron reuniendo cerca de la playa; ponían la cabeza hacia fuera y parecían
escuchar al orador con atención. Apoyado en tales manifestaciones sobrenaturales,
el ministerio del Santo produjo frutos abundantes.
Son favores
temporales, curaciones, conversiones retumbantes y hasta resurrección de
muertos. El Santo devolvió la vida hasta a su propio sobrino que se había
ahogado por accidente en el Tajo. Otro don que tenía, era el encontrar objetos
perdidos, encontrados contra
toda esperanza. –Don Íñigo Manrique, que fue obispo de Córdoba en el siglo XVI,
había perdido un anillo pastoral de gran valor. En vano había invocado a San
Antonio: imposible encontrar la preciosa joya. Un día el prelado contaba su
desventura a sus secretarios, que compartían con él la mesa. “Obtuve muchas
gracias por la intercesión de este ilustre taumaturgo –les decía– pero de esta
vez no estoy contento con él”. Acababa de decir estas palabras y una mano
invisible hacía caer sobre la mesa el anillo perdido. Este hecho impresionó
profundamente a personas tan dignas de crédito que dieron testimonio de él.
La Virgen Inmaculada
socorrió aún por medio de intervenciones visibles a su fiel siervo. Por dos
veces, en Brive y en Padua, el demonio asaltó al ardoroso predicador que le
arrancaba tantas víctimas. Antonio lanzó a María un grito de súplica; recitó el
himno: “Oh gloriosa Domina”, que tanto le gustaba repetir. La Reina del Cielo
se le apareció en medio de una claridad deslumbrante y puso en fuga al espíritu
maligno.
El Salvador también visitó a nuestro Santo. Antonio, según una antigua tradición, se alojó en la casa del señor de Chateauneuf, región de Limoges. Este señor se proponía observar atentamente la conducta del religioso, cuya reputación le lo asombraba. Caída la noche espió, con indiscreta curiosidad, lo que su huésped hacía en el cuarto. Fue así testimonio de un gracioso prodigio: el Niño Jesús reposaba en los brazos de Antonio que lo colmaba de respetuosas caricias.
El Salvador también visitó a nuestro Santo. Antonio, según una antigua tradición, se alojó en la casa del señor de Chateauneuf, región de Limoges. Este señor se proponía observar atentamente la conducta del religioso, cuya reputación le lo asombraba. Caída la noche espió, con indiscreta curiosidad, lo que su huésped hacía en el cuarto. Fue así testimonio de un gracioso prodigio: el Niño Jesús reposaba en los brazos de Antonio que lo colmaba de respetuosas caricias.
San Antonio se
dedicó a escribir los sermones de las fiestas de los grandes santos y de todos
los domingos del año, hasta su muerte, el 13 de junio de 1231, a los 36 años de
edad. Su vida de completa dedicación a Dios y sus milagros fueron tantos, que
once meses después de su muerte, el Papa Gregorio IX lo canonizó. En 1946, el
Papa Pío XII lo proclamó “Doctor de la Iglesia”, con el título de “Doctor
Evangélico”.
Mensaje de santidad.
A lo largo de los siglos, Antonio intercedió por sus devotos,
obteniéndoles para ellos numerosos milagros, multiplicando los prodigios por
todas partes en donde era invocado. Sin embargo, a pesar de sus numerosos
milagros, lo que hizo santo a San Antonio de Padua fue su fidelidad a la gracia
y el vivir de modo heroico las virtudes cristianas. Dice de él San
Buenaventura: “En San Antonio resplandece el conjunto de todas las perfecciones
y de todas las gracias de los elegidos. Tiene este santo la ciencia de los
Ángeles, las celestes inspiraciones de los Profetas, el celo de los Apóstoles,
la austeridad de los Confesores, el heroísmo de los mártires, la Pureza de las
vírgenes”. Al recordar a San Antonio de Padua en su día, le pidamos que
interceda para que también nosotros seamos fieles a la gracia de Dios,
eligiendo siempre “morir, antes que pecar”, como decimos en la fórmula del
Sacramento de la Confesión.
lunes, 5 de junio de 2017
San Bonifacio, obispo y mártir
En una de sus cartas[1],
escribe así San Bonifacio acerca de la Iglesia y su gobierno en tiempos
difíciles: “La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y
que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser
abandonada a sí misma, sino gobernada”. Utiliza la imagen de la nave que surca
los mares tempestuosos, para describir a la Santa Iglesia Católica, y afirma
que, en medio de las pruebas y tribulaciones del mundo y de la historia, “debe
ser gobernada”, y no “abandonada a sí misma”; es decir, la Iglesia no debe ser
abandonada por los hombres, frente al ataque de sus enemigos –externos e
internos-, sino que debe “ser gobernada”. Pero no se refiere al gobierno
sobrenatural, porque este está a cargo de Dios, de la Tercera Persona de la
Trinidad, el Espíritu Santo; se refiere al gobierno de los hombres, que se
dejan guiar por el Espíritu Santo, porque son dóciles a sus inspiraciones. San
Bonifacio cita a grandes papas, santos y mártires, como ejemplo de hombres que
deben guiar a la Iglesia, dóciles al Espíritu de Dios: “De ello nos dan ejemplo
nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de
Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado
de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que
es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y
sufrimientos hasta derramar su sangre”. Para San Bonifacio, los hombres que
deben gobernar la Iglesia son guiados por el Espíritu Santo, porque en medio
del reino de los paganos, guían a los bautizados con la luz de la Divina
Sabiduría, ofrecen sus sacrificios a Nuestro Señor, y llegan incluso hasta “derramar
su sangre” por amor a la Iglesia.
Cuando
San Bonifacio piensa en los santos y mártires, “se estremece de terror y temor”,
pues se compara con ellos y ve, en ellos, la santidad, y en él, “el pecado y
las ganas de abandonar”, pero “encuentra ejemplo de eso en las Escrituras y los
Padres, por lo que no lo sigue considerando: “Al pensar en éstos y otros
semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto
por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me
ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o
en la sagrada Escritura”. San Bonifacio dice esto porque cree firmemente que los
que deben guiar a la Iglesia son los santos y los mártires, es decir, los que “en
todo momento y circunstancia siguen la voz del Espíritu Santo”, según la
definición de Castellani: “(el santo es) aquél que en todo momento y en
cualquier circunstancia sigue la voz del Espíritu Santo”[2].
El
santo no debe confiar en sus propias fuerzas, sino en la santidad y la justicia
de Dios, y apoyarse en su Nombre Tres veces Santo: “Mas, puesto que las cosas
son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra
mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: “Confía en el Señor
con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos
piensa en él, y él allanará tus sendas”. Y en otro lugar: “Torre fortísima es
el nombre del Señor, en él espera el justo y es socorrido”.
Y
así, fortalecido por el Nombre de Dios, se dispone “a la prueba”, por eso de que
“el oro se prueba en el crisol” (cfr. Prov.
17, 3; 1 Pe 1, 7), ya que Dios envía
tribulaciones para probar y fortalecer a los que confían en El, pero los que en
Él confían salen siempre triunfantes: “Mantengámonos en la justicia y preparemos
nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera
y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.
Dice
San Bonifacio que la carga que lleva el que gobierna la Iglesia, ha sido puesta
por Dios mismo, pues se trata de su “yugo, que es suave” (cfr. Mt 11, 30), según sus propias palabras
en el Evangelio: “Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta
carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza
de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Quien
es puesto al frente de la Iglesia por el Señor, porque se deja guiar por el
Espíritu Santo al ser dócil a sus inspiraciones, debe enfrentar a “días de
angustia y aflicción”, porque la Iglesia debe soportar los embates del
Infierno, que ataca a la Esposa de Cristo por medio de agentes externos e
internos –los enemigos más peligrosos de la Iglesia son los modernos Judas
Iscariotes: “los falsos hombres de iglesia crucifican a los santos”[3]-,
debiendo estar dispuestos, los que aman a la Iglesia, a “morir por las santas
leyes y así conseguir la herencia eterna”: “Mantengámonos firmes en la lucha en
el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y
aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros
padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna”.
Por
último, dice San Bonifacio que al vigilar sobre el rebaño de Cristo, “no
debemos ser perros mudos” ni “centinelas silenciosos”, ni tampoco “mercenarios
que huyen del lobo, sino “pastores solícitos que anuncien el Evangelio a todo
hombre”, “a tiempo y destiempo”: “No seamos perros mudos, no seamos centinelas
silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos
que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los
grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda
condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a
destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la
Iglesia”. No seamos perros mudos, ni centinelas silenciosos, ni mercenarios,
frente al gnosticismo neo-pagano, el relativismo, el naturalismo y el
racionalismo que, negando los misterios sobrenaturales absolutos de Dios Uno y
Trino y de la Encarnación del Verbo en el seno de María Virgen, asolan a
nuestra Santa Madre Iglesia en estos sombríos y aciagos días. No seamos perros
mudos del rebaño del Señor, pues el Buen Pastor, el Sumo y Eterno Sacerdote,
Jesucristo, vigila Él mismo sobre su rebaño, y “vendrá pronto a dar a cada uno
su salario, según hayan sido sus obras” (cfr. Ap 22, 12-14).
sábado, 3 de junio de 2017
San Carlos Lwanga y compañeros mártires
Vida
de santidad.
San Carlos Lwanga, catequista nacido en Uganda y martirizado
por la fe, fue nombrado Patrono de los jóvenes católicos de África.
Sucedió
que entre los años 1885 y 1887, apenas iniciada la nueva evangelización de
África, un centenar de cristianos de Uganda,
fueron condenados a muerte por el rey Mwanga que se había pervertido con
el vicio de la sodomía. El rey Mwanga mandó
a quemar vivos, torturar, desmembrar, castrar y ejecutar a sus
servidores que se había hecho cristianos en Uganda y que se opusieron a ceder
al vicio, por lo que ellos eligieron la muerte antes que ofender a Dios.
Fueron
martirizados porque coherentemente con su fe en Cristo, no cedieron a los
deseos impuros (de Sodomía -homosexualidad) del monarca, y fueron torturados y
asesinados en la colina de Namugongo en Uganda, el 3 de junio de 1886, unos
degollados y otros quemados vivos. Estos son los nombres de los que se les hizo
el reporte: Calos Lwanga, Mbaya Tuzinde, Bruno Seronuma, Santiago Buzabaliao,
Kizito, Ambrosio Kibuka, Mgagga, Gyavira, Aquiles Kiwanuka, Adolfo Ludigo
Mkasa, Mukasa Kiriwanvu, Anatolio Kiriggwajjo y Lucas Banabakintu.- Mientras
los mártires Cristianos de Uganda eran torturados y sacrificados y muchos de
ellos quemados vivos, solo se escuchaba de sus labios cánticos e himnos de
alabanza a Dios. Su memoria es obligatoria en el Misal Romano.
Mensaje de santidad.
En un mundo en el que la impureza, tanto corporal –relaciones
contra-natura, extra-conyugales, pre-matrimoniales, ideología de género, etc.- como
espiritual –culto a los ídolos neo-paganos como el dinero, el placer, el poder,
el ocultismo, el gnosticismo de la Nueva Era-, han invadido todos los ámbitos y
todos los estamentos de la sociedad, abarcando incluso a los más pequeños,
puesto que se pretende implantar la ideología de género desde la más tierna
infancia, además de introducirlos a la práctica del ocultismo y la magia, a
través de películas como Harry Potter, los santos mártires de Uganda, San
Carlos Lwanga y compañeros, son un luminoso ejemplo de fe en Nuestro Señor
Jesucristo y de confianza en la Santísima Virgen María, porque ellos
prefirieron la muerte antes que pecar, es decir, antes que perder la gracia que
los unía a Cristo y antes que perder la pureza e inocencia que da la gracia y
que hace al alma semejante a los Sagrados Corazones de Jesús y María. No
debemos olvidar que, junto con la impureza corporal, viene la impureza del
espíritu, que es la fornicación del alma con los ídolos paganos.Es por esto
que, al recordar a los Santos mártires de Uganda, les encomendamos a los
jóvenes de nuestro tiempo para que, asistidos por la gracia, elijan siempre
conservar la pureza, tanto corporal como espiritual, frente a quienes pretenden
arrebatárserlas.
Oh
Jesús, nuestro Señor y Redentor, a través de tu pasión y muerte, te adoramos y
te damos gracias;
Santa
María, Madre y Reina de los Mártires, obtenos la santificación por medio de
nuestros sufrimientos.
Santos
Mártires, los seguidores de Cristo sufriente, obtenganos la gracia de
imitarlos.
San
José Balikuddembe, en primer mártir de Uganda, quien inspiró y alentó Nephytes,
nos obtenga un espíritu de verdad y justicia.
San
Carlos Lwanga, patrón de la Juventud de Acción Católica nos obtenga una fe firme y perseverante.
San
Matías Mulumba, ideal Jefe y seguidor de Cristo, manso y humilde, nos obtenga
un mansedumbre cristiana.
San
Dionisio Sebuggwawo, celosos de la fe cristiana y conocido por su modestia,
obtenga para nosotros la virture de la modestia.
San
Andrés Kaggwa, catequista modelo y maestro, nos obtenga un amor de la enseñanza
de Cristo.
San
Kizito, resplandeciente niño en la pureza y la alegría cristiana, nos obtenga el
don de la alegría en el Señor.
San
Gyaviira, brillante ejemplo de cómo perdonar y olvidar las lesiones, nos
obtenga la gracia de perdonar a los que nos perjudican.
San
Mukasa, catecúmeno ferviente recompensado con el bautismo de su sangre, nos
obtenga la perseverancia hasta la muerte.
San
Adolfus Ludigo, brillante por su seguimiento de nuestro Señor, espíritu de
servicio a los demás, nos obtenga un amor de servicio desinteresado.
San
Anatoli Kiriggwajjo, humilde servidor que prefirió una vida devota a los
honores mundanos, nos obtenga a amar la piedad más que las cosas terrenales.
San
Ambrosio Kibuuka, joven lleno de alegría y amor al prójimo, nos obtenga la
caridad fraterna.
San
Aquiles Kiwanuka, que por el bien de Cristo detestaba vano prácticas supersticiosas,
obtén para nosotros el odio santo a las prácticas supersticiosas.
San
Juan Muzeeyi, consejero prudente, famoso por la práctica de las obras de
misericordia, nos obtenga un amor de esas obras de misericordia.
Bendito
Jildo Irwa y el Bienaventurado Daudi Okello que dieron su vida por la
propagación de la fe católica, nos obtenga el afán de difundir la fe católica.
San
Pontaianus Ngondwe, fiel soldado, anhelo de la corona del martirio, nos obtenga
la gracia de ser siempre fieles a nuestro deber.
San
Atanasio Bazzekuketta, fiel mayordomo de la hacienda real, obtener para
nosotros un espíritu de responsabilidad.
San
Mbaaga, que prefirió la muerte a las creencias de sus padres, nos obtenga la
gracia de seguir con desprendimiento las inspiraciones divina.
San
Gonzaga Gonza, lleno de compasión por los presos, y todos los que estaban en
problemas, obtener para nosotros el espíritu de la misericordia.
San
Noe Mawaggali, humilde trabajador y amante de la pobreza evangélica, nos
obtenga el amor de la pobreza evangélica.
San
Lucas Baanabakintu, que ardientemente desea imitar el sufrimiento de Cristo por
el martirio, nos obtenga un amor de la patria.
San
Bruno Serunkuuma, soldado que dio un ejemplo de arrepentimiento y la templanza,
nos obtenga el virtud del arrepentimiento y la templanza.
San
Mugagga, joven conocido por su castidad heroica, nos obtenga perseverancia en
la castidad.
Que
los Santos Mártires, firmes en su fidelidad a la verdadera Iglesia de Cristo,
nos ayude a ser siempre fiel a la verdadera Iglesia de Cristo.
Oremos
Señor Jesucristo, que
maravillosamente fortaleciste a los Santos Mártires de Uganda San Carlos
Lwanga, Matías Mulumba, el Santo Jildo Irwa, a San Daudi Okello y sus
compañeros, y dándonoslos a nosotros como ejemplos de fe y fortaleza, de castidad,
de caridad, y de fidelidad ; , te rogamos, que por su intercesión, las mismas
virtudes puedan aumentar en nosotros, y que podamos merecer ser propagadores de
la fe verdadera.Tu que vives y Reinas por siempre. Amén.
[1] Esta oración se hace tres veces
al día (se sugiere al medio día, a las 3 pm y a las 6 pm, aunque se puede
ajustar al horario de cada uno en particular) después del rezo del Santo
Rosario durante nueve días por alguien que está luchando contra los pecado de
la impureza, especialmente contra la fornicación. Durante ese tiempo se debe de
añadir algún tipo de ayuno con la limosna, junto con el uso del escapulario
marrón, junto con una oración de la Sangre de Jesús para cubrir tanto usted
como la persona(s) por la que esta orando. En un mundo donde la gente está
atrapada en "hacer lo que se siente bien" y " son relativos el
concepto del bien y mal ", es un gracia conocer la verdad de la Palabra de
Dios, es un gran regalo de verdad! »
jueves, 1 de junio de 2017
San Justino, mártir
San
Justino, filósofo y mártir, nació a principios del siglo II en Flavia Neápolis
(Nablus), la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana. Una vez convertido
a la fe, escribió profusamente en defensa de la religión, aunque sólo se
conservan de él dos «Apologías» y el «Diálogo con Trifón». Abrió una escuela en
Roma, en la que sostuvo públicas disputas. Sufrió el martirio, junto con sus
compañeros, en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.
No
fue sacerdote, sino laico, y escribió varias apologías o defensas del
cristianismo, frente a los detractores[2] de
la religión católica. El mismo Justino cuenta que él era un Samaritano, porque
nació en la antigua ciudad de Siquem, capital de Samaria. Sus padres eran
paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo
lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.
Un
día que paseaba junto al mar, meditando acerca de Dios, vio que se le acercaba
un venerable anciano, el cual le dijo: “Si quiere saber mucho acerca de Dios,
le recomiendo estudiar la religión cristiana, porque es la única que habla de
Dios debidamente y de manera que el alma queda plenamente satisfecha”. El
anciano le recomendó además que le pidiera a Dios la gracia de lograr saber más
acerca de Él, y le recomendó la lectura de las Escrituras, consejo que San
Justino siguió al pie de la letra, encontrando allí la verdadera sabiduría,
dedicando toda su vida, en adelante, al estudio de la Palabra de Dios.
El
santo cuenta que cuando todavía no era cristiano, había algo que lo conmovía
profundamente y era ver el valor inmenso con el cual los mártires preferían los
más atroces martirios, con tal de no renegar de su fe en Cristo, y que esto lo hacía
pensar: “Estos no deben ser criminales porque mueren muy santamente y Cristo en
el cual tanto creen, debe ser un ser muy importante, porque ningún tormento les
hace dejar de creer en Él”.
Movido
por el amor a la Verdad, y convencido de la cita del Eclesiástico en la que se
afirma que la sabiduría de nada sirve si no se la comunica a los demás –“Tener
sabiduría y guardársela para uno mismo sin comunicarla a los demás, es una
infidelidad y una inutilidad”-, aprovechando sus conocimientos de filosofía, San
Justino se dedicó a escribir en defensa de la religión cristiana, con el
objetivo de que los paganos se convirtieran, y fue así que surgió su obra más
conocida, llamada “Apologías”, en favor de la religión de Jesucristo y de la
Iglesia Católica. Además de escribir, se dedicó a recorrer ciudades,
discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos, tratando de convencerlos
de que el cristianismo es la única religión verdadera.
En
Roma tuvo Justino una gran discusión filosófica con un filósofo cínico llamado
Crescencio, en la cual le logró demostrar que las enseñanzas de los cínicos
(que no respetan las leyes morales) son de mala fe y demuestran mucha ignorancia
en lo religioso. Crescencio, lleno de odio al sentirse derrotado por los
argumentos de Justino, dispuso acusarlo de cristiano, ante el alcalde de la
ciudad. Había una ley que prohibía declararse públicamente como seguidor de
Cristo. Y además en el gobierno había ciertos descontentos porque Justino había
dirigido sus “Apologías” al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio,
exigiéndoles que si en verdad querían ser piadosos y justos debían respetar a
la religión cristiana.
En
su obra “Apología”, se dirige así a los gobernantes de su tiempo: “¿Por qué
persiguen a los seguidores de Cristo? ¿Porque son ateos? No lo son. Creen en el
Dios verdadero. ¿Porque son inmorales? No. Los cristianos observan mejor
comportamiento que los de otras religiones. ¿Porque son un peligro para el
gobierno? Nada de eso. Los cristianos son los ciudadanos más pacíficos del
mundo. ¿Porque practican ceremonias indebidas?”. Y les describe enseguida cómo
es el bautismo y cómo se celebra la Eucaristía, y de esa manera les demuestra
que las ceremonias de los cristianos son las más santas que existen.
Las
actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos
más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante
el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo memorable:
Alcalde:
¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?
Justino:
Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y
literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por
completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor
religión.
Alcalde:
Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.
Justino:
Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha
proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.
Alcalde:
¿Y qué es lo que enseña esa religión?
Justino:
La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros,
que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo
Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos.
Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y
a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.
Alcalde:
¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?
Justino:
Sí; declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta
la muerte.
El
alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran
cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser
discípulos de Cristo.
Alcalde:
Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan
elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?
Justino:
No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por
Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en
el cielo.
Alcalde:
Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo
hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.
Justino:
Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su
santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y
para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en
sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Los
otros cristianos afirmaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que
Justino acababa de decir. Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer,
fueron azotados cruelmente, y luego fueron decapitados.
Las
Actas del martirio de San Justino termina con estas palabras: “Algunos fieles recogieron
en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se
alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a
quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Mensaje
de santidad.
En
una época en la que el ateísmo, el agnosticismo y el ocultismo gnóstico de la
Nueva Era buscan hacer desaparecer de la faz de la tierra y, sobre todo, del
corazón y de la mente de los hombres, no solo la religión cristiana, sino hasta
el nombre mismo de “Dios”, para reemplazarlo por el materialismo, el hedonismo,
y la práctica del ocultismo, el ejemplo de San Justino, de amor a la Sabiduría de
Dios y la Verdad encarnada, Jesucristo, el Hombre-Dios, es tanto o más actual
que en los primeros años del cristianismo. Es tanto o más actual hoy, cuando el
hombre se aleja de Dios para postrarse ante los ídolos de la neo-modernidad, y
cuando gustoso abandona las iglesias para llenar estadios de fútbol, porque el
martirio de San Justino, quien da la vida por no renegar de Jesucristo, es la
contracara luminosa de la Verdad de Dios, en medio de las siniestras tinieblas de
muerte en las que el mundo está inserto.
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