El amor al Sagrado Corazón
y a Jesús Eucaristía es un único y solo amor
Puede suceder que muchos católicos, con buena intención y de
buena fe, piadosos y devotos, consideren que una cosa es la devoción y el amor
al Sagrado Corazón de Jesús, y otra distinta, la devoción y el amor a Jesús
Eucaristía. Son en realidad dos devociones distintas, sí, pero para nosotros, por
nuestro modo limitado de conocer y porque necesitamos “dividir” la realidad
para poder entender el conjunto o totalidad, aunque la realidad que en sí misma,
en cuanto totalidad, es una sola cosa.
Esto que decimos lo podemos constatar en la vida de Santa
Margarita María de Alacquoque, en su período de vida previo a las Apariciones
del Sagrado Corazón. En el itinerario de su crecimiento en el amor a Dios, podemos
decir que en Santa Margarita se identifican tres etapas sucesivas, que
comprenden: el amor a Dios, el amor al Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, y
el amor al Sagrado Corazón, que es el mismo Jesús Eucaristía. Es decir, Santa
Margarita despierta en el amor a Dios desde muy pequeña; luego ese amor se hace
más explícito en Jesús Eucaristía; por último, ese Dios, que es Jesús
Eucaristía, se le manifiesta sensiblemente como el Sagrado Corazón, con el
objetivo no tanto de que se inicie una nueva devoción en la Iglesia, sino de
que todo el mundo pueda gozar de las delicias del Corazón de Dios.
En su autobiografía, Santa Margarita afirma que desde
pequeña recibió la gracia de amar a Dios y además le concedió la gracia de la
aversión al pecado, de manera que aun la más pequeña falta le resultaba
insoportable[1].
Es decir, desde niña ya comenzaba a desarrollarse en su corazón la gracia del
amor a Dios, aunque era a un Dios invisible. Poco tiempo más adelante, este
amor a Dios se afianza todavía más, al consagrar su virginidad durante la Misa,
en la elevación de la Eucaristía (una parte muy importante de este crecimiento
en el amor de Dios, fue el rezo del Santo Rosario, pues la Virgen, por el
Rosario, nos hace crecer en el amor a Jesús). A los nueve años, cuando recibe
la Primera Comunión, rechaza cada vez más los placeres mundanos, a la par que el
amor a Dios se hace concreto en el amor a la Eucaristía. Dice así: “Desde ese
día (el día de la Primera Comunión) el buen Dios me concedió tanta amargura en
los placeres mundanos, que aunque como jovencita inexperta que era a veces los
buscaba, me resultaban muy amargos y desagradables. En cambio encontraba un
gusto especial en la oración”, realizada sobre todo ante el sagrario. A medida
que crecía, experimentaba místicamente la Presencia de ese Dios de su niñez,
que ahora estaba en el sagrario, oculto bajo los velos sacramentales. Amaba hacer
oración delante del Sagrario, donde sabía que se encontraba Jesús Sacramentado
en la Sagrada Hostia. El intenso amor que experimentaba por Jesús Eucaristía la
llevaba a querer ocupar los primeros asientos, para así estar lo más cercana
posible al altar, en la Santa Misa.
Más
adelante, sucedió que un día, después de comulgar, sintió que Jesús le decía: “Soy
lo mejor que en esta vida puedes elegir. Si te decides a dedicarte a mi
servicio tendrás paz y alegría. Si te quedas en el mundo tendrás tristeza y
amargura”. Es decir, llega un momento en que Santa Margarita ya no tenía dudas
de que el Dios que había conocido desde pequeña, era el mismo Dios que, desde
la Eucaristía, la llamaba a desposarse con Él por medio de la vida consagrada. Luego
vendrán las apariciones, en donde ese Dios de su niñez, que era el Dios de la
Eucaristía, se le manifestará visiblemente como el Sagrado Corazón. El itinerario
espiritual de Santa Margarita, desde la niñez hasta las apariciones, será:
Dios, Dios de la Eucaristía, Sagrado Corazón.
Ahora bien, este itinerario espiritual de Santa Margarita también
lo es para nosotros, que también tenemos que crecer desde un amor inicial a
Dios, a quien no vemos, para pasar luego por el amor a ese Dios que está en la
Eucaristía, hasta concretar en nosotros la imagen sensible del Corazón de Dios,
que late en la Eucaristía y que, si lo pudiéramos ver, lo veríamos como al
Sagrado Corazón. Entonces, la vida de Santa Margarita de Alacquoque es ejemplar
para nosotros, católicos del siglo XXI, en este hecho: en que el amor a Dios
crece, desde la concepción de un Dios invisible, a un Dios que está en la
Eucaristía y que tiene un Corazón, que es el Sagrado Corazón de Jesús. Y puesto
que el Sagrado Corazón de Jesús late en la Eucaristía por amor a nosotros -y en
cada latido pronuncia nuestro nombre -personal, particular, individual-, la
única manera de corresponder al amor de Dios, es uniendo nuestros corazones al
Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, por medio de la comunión
eucarística.
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