Vida de santidad[1].
Según tradición eclesiástica, Marcos
es el autor de un evangelio y el intérprete que traducía a Pedro en sus
predicaciones frente a auditorios de habla griega. Primo de Bernabé, la
tradición afirma que Marcos nunca habría oído personalmente la predicación del
Señor, y que tal vez haya conocido al grupo de seguidores sin llegar a ser
propiamente discípulo. Marcos acompañó a Pablo y Bernabé desde Jerusalén hacia
Antioquía y luego a Chipre y Perges, de donde regresó por causas desconocidas.
Luego, Marcos siguió a Bernabé una vez más hasta Chipre y aunque luego
reaparece junto a Pablo en Roma, se cree que fue más bien discípulo de Pedro,
quien confirma esta suposición al llamarlo “hijo” suyo en su primera carta. Por
otra parte, en su evangelio sigue muy de cerca el esquema de los discursos de
Pedro del libro de los Hechos de los Apóstoles. Poco y nada se sabe de su
existencia posterior. Según el historiador Eusebio de Cesarea (a comienzos del
siglo IV), sería el fundador de la Iglesia de Alejandría. Se desconocen también
sus últimos años y el lugar de su muerte. Se lo representa como un león alado
en relación a uno de los cuatro seres vivientes del Apocalipsis. Hay quienes
consideran que esto se debe a que el Evangelio de San Marcos inicia con Juan
Bautista clamando en el desierto, a modo de un león que ruge[2].
Mensaje de santidad.
Su
Evangelio se caracteriza por presentar a Jesucristo como el Mesías anunciado
por los profetas y en esta presentación, resalta la condición divina de Jesús
de Nazareth, condición aceptada y reconocida por los discípulos por boca de
Pedro[3].
En el Evangelio de Marcos, si los discípulos reconocen a Jesús en su condición
divina, no sucede así con las masas, quienes en un primer momento lo reciben
con agrado pero luego, al comprobar que no
es el mesías terreno de sus expectativas, se decepcionan y lo abandonan.
Luego de narrar el reconocimiento de la divinidad de Jesús por parte de los
discípulos, el Evangelio de Marco se orienta hacia el misterio pascual de
Jesús, su muerte y resurrección, concentrándose el relato en Jerusalén, la
ciudad santa, en donde esta oposición del populacho será alimentada por la
perfidia e iniquidad de los sacerdotes del templo, quienes lo harán arrestar,
lo juzgarán en juicio inicuo condenándolo a muerte y lo crucificarán. El
Evangelio de Marcos finaliza con la resurrección de Jesús, cumplimiento de su
misma profecía, en la que había anunciado que habría de resucitar al tercer
día. En la narración de Marcos se destaca y contrapone, así, la figura del
Mesías-Dios-Siervo: mientras es humillado, crucificado y muerto por la malicia
e ignorancia de los hombres, de los mismos hombres a los cuales Él había venido
a redimir y por quienes entregaba su vida, por otro lado, es exaltado y
ensalzado por Dios, al resucitarlo triunfante del sepulcro el Domingo de
Resurrección. De San Marcos nos queda, entonces, esta imagen del Mesías: es
Dios, es humilde, se humilló por nosotros hasta la muerte de cruz y resucitó al
tercer día. Lo que la Iglesia nos enseña, interpretando el Evangelio, es que
ese mismo Mesías descripto por San Marcos, es el que se encuentra, vivo,
glorioso y resucitado, en la Eucaristía.
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