San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 27 de abril de 2017

Santo Toribio de Mogrovejo


         Vida de santidad.

Toribio nació en España en el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho[1]. Fue nombrado inquisidor en Granada y luego arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenía más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Ejerció su actividad episcopal sin cansancio durante 25 años, organizando, entre otras cosas, diez sínodos diocesanos y tres provinciales, además de fundar el primer seminario de América y casi duplicar el número de parroquias, que pasaron de 150 a más de 250. En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, el santo le escribió al rey de España Felipe II, haciéndole un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas. Entre los confirmandos por Santo Toribio, había tres grandes santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres. Fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y Benedicto XIV lo comparó con San Carlos Borromeo[2].
Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y en ese momento expiró.

Mensaje de santidad.

Santo Toribio solía decir con frecuencia: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”, y verdaderamente vivió su episcopado según esta frase, pues recorrió tres veces su enorme diócesis, además de dedicarse a aprender el idioma nativo, con el único objetivo de transmitir a los indios el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo[3]. Considerando la gran extensión de su diócesis y el enorme trabajo apostólico que realizó, podemos preguntarnos de dónde obtuvo Santo Toribio no solo las fuerzas físicas, sino también la enorme eficacia apostólica, ya que en gran medida la entera evangelización, no sólo de su diócesis, sino incluso del Perú y de América Latina, se derivaron de su apostolado, pues como vimos en su biografía, entre sus confirmandos había tres jóvenes que luego se destacaron por su gran santidad: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres. La respuesta a esta pregunta es una sola: Santo Toribio obtenía la fuerza y la eficacia sobrenatural de un solo lugar: la Santa Misa. Según testigos presenciales, el santo celebraba la misa con gran fervor, piedad y devoción y en distintas oportunidades pudieron ver cómo, mientras celebraba la Misa, su rostro resplandecía. Es de su unión con la Víctima Inmolada, Jesús, el Cordero de Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, de donde Santo Toribio obtenía la fuerza sobrenatural necesaria para evangelizar extensas regiones, llevando la Buena Noticia de Jesucristo a hombres de toda raza, nativos y mestizos, a los que el santo llegaba con el mensaje de salvación, aun cuando estos habitaban en lugares completamente inhóspitos y jamás transitados por el hombre blanco. Incluso cuando realizaba estos extenuantes viajes, celebraba cotidianamente la Santa Misa, con el mismo fervor, devoción y piedad con que lo hacía en su palacio episcopal o en alguna de sus parroquias. Además de la Santa Misa, Santo Toribio profesaba gran devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, por lo que pasaba gran parte del tiempo rezando de rodillas, devota y píamente ante el Santo Crucifijo. Gracias a la Santa Misa y a la Pasión del Señor, Santo Toribio hizo realidad una de sus frases más conocidas: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”, ya que aprovechó de modo excelente el tiempo que el Señor le concedió vivir en la tierra, llevando el Evangelio de la salvación y logrando la conversión de miles de almas a la verdadera fe de Nuestro Señor Jesucristo.


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