Vida de santidad.
Toribio
nació en España en el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid,
Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho[1].
Fue nombrado inquisidor en Granada y luego arzobispo de Lima, con jurisdicción
sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá,
Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de
5.000 kilómetros, y el territorio tenía más de 6 millones de kilómetros
cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió
inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Ejerció
su actividad episcopal sin cansancio durante 25 años, organizando, entre otras cosas,
diez sínodos diocesanos y tres provinciales, además de fundar el primer
seminario de América y casi duplicar el número de parroquias, que pasaron de
150 a más de 250. En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, el santo le escribió
al rey de España Felipe II, haciéndole un pequeño balance de su vida: 15.000
kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas. Entre los
confirmandos por Santo Toribio, había tres grandes santos: Santa Rosa de Lima, San
Francisco Solano y San Martín de Porres. Fue llamado “apóstol del Perú y nuevo
Ambrosio” y Benedicto XIV lo comparó con San Carlos Borromeo[2].
Al
final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo
de 1606, un Jueves santo, y en ese momento expiró.
Mensaje
de santidad.
Santo
Toribio solía decir con frecuencia: “¡El tiempo es nuestro único bien y
tendremos que dar estricta cuenta de él!”, y verdaderamente vivió su episcopado
según esta frase, pues recorrió tres veces su enorme diócesis, además de
dedicarse a aprender el idioma nativo, con el único objetivo de transmitir a
los indios el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo[3]. Considerando
la gran extensión de su diócesis y el enorme trabajo apostólico que realizó,
podemos preguntarnos de dónde obtuvo Santo Toribio no solo las fuerzas físicas,
sino también la enorme eficacia apostólica, ya que en gran medida la entera evangelización,
no sólo de su diócesis, sino incluso del Perú y de América Latina, se derivaron
de su apostolado, pues como vimos en su biografía, entre sus confirmandos había
tres jóvenes que luego se destacaron por su gran santidad: Santa Rosa de Lima,
San Francisco Solano y San Martín de Porres. La respuesta a esta pregunta es
una sola: Santo Toribio obtenía la fuerza y la eficacia sobrenatural de un solo
lugar: la Santa Misa. Según testigos presenciales, el santo celebraba la misa
con gran fervor, piedad y devoción y en distintas oportunidades pudieron ver cómo,
mientras celebraba la Misa, su rostro resplandecía. Es de su unión con la
Víctima Inmolada, Jesús, el Cordero de Dios, Presente en Persona en la
Eucaristía, de donde Santo Toribio obtenía la fuerza sobrenatural necesaria
para evangelizar extensas regiones, llevando la Buena Noticia de Jesucristo a
hombres de toda raza, nativos y mestizos, a los que el santo llegaba con el
mensaje de salvación, aun cuando estos habitaban en lugares completamente
inhóspitos y jamás transitados por el hombre blanco. Incluso cuando realizaba
estos extenuantes viajes, celebraba cotidianamente la Santa Misa, con el mismo
fervor, devoción y piedad con que lo hacía en su palacio episcopal o en alguna
de sus parroquias. Además de la Santa Misa, Santo Toribio profesaba gran
devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, por lo que pasaba gran parte
del tiempo rezando de rodillas, devota y píamente ante el Santo Crucifijo. Gracias
a la Santa Misa y a la Pasión del Señor, Santo Toribio hizo realidad una de sus
frases más conocidas: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar
estricta cuenta de él!”, ya que aprovechó de modo excelente el tiempo que el Señor
le concedió vivir en la tierra, llevando el Evangelio de la salvación y
logrando la conversión de miles de almas a la verdadera fe de Nuestro Señor
Jesucristo.
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