San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 19 de abril de 2017

San Expedito elige a Jesús crucificado y Jesús lo lleva al cielo


         En la vida de San Expedito hay un hecho central, que es lo que cambiará su vida para siempre, y es el momento en que debe elegir, entre aceptar la gracia de seguir a Jesucristo hasta el fin, o rechazarlo y elegir en cambio al Demonio. Como todos sabemos, San Expedito era un soldado pagano, lo cual quiere decir que no conocía a Jesús, el Dios verdadero, y en cambio, adoraba ídolos. Los ídolos no son inocentes, sino demonios, ángeles caídos, espíritus malignos que, escondiéndose detrás de una figura, buscan perder al alma para siempre. Que los ídolos sean demonios, lo dice la Escritura: “Los ídolos de los gentiles son demonios” (1 Cor 10, 20). Antes de conocer a Jesucristo, San Expedito –al menos inconscientemente, pero lo estaba- estaba bajo el poder y la influencia del demonio, lo cual es igual a decir “tinieblas espirituales”, que son el pecado, el error, la ignorancia. Para darnos una idea, San Expedito vivía en una noche permanente, muy oscura, sin luz de luna ni luz artificial. Pero un día recibe una gracia, que es una luz que, viniendo de lo alto, le ilumina su inteligencia y también su corazón, y le da a conocer a Jesús, como así también la posibilidad de amarlo. Esta gracia enviada por Dios era la gracia de la conversión, pero como somos seres libres y no cosas, Dios necesita de nuestra libre elección, y es así como San Expedito debía elegir: o Jesucristo crucificado, muerto y resucitado, con la consiguiente vida nueva de la gracia, o seguir con los ídolos de los demonios, viviendo esclavizado bajo el pecado. Como Jesús es llamado “Sol de justicia” y el Demonio es el “Príncipe de las tinieblas”, es como si nosotros dijéramos que San Expedito debía elegir para él, o vivir en un espléndido día de sol, o vivir en una noche oscura, muy oscura, en un bosque, solo y rodeado de lobos. Sabemos que San Expedito, sin dudarlo un instante, eligió a Jesús crucificado, y esa es la razón por la cual se lo llama “el Patrono de las causas urgentes”, porque la primera causa urgente que le tenemos que pedir, es la de la propia conversión. Es decir, San Expedito eligió vivir libre, bajo el Sol de justicia, Jesucristo, y no en las tinieblas, esclavo del pecado y del Demonio.
         Ahora bien, también a nosotros se nos presenta esta misma disyuntiva, o Jesús crucificado o el Demonio, o la vida de la gracia, o la vida del pecado, y es en esto en lo que San Expedito es nuestro modelo: en que él responde, velozmente, eligiendo la vida de la gracia, la vida de la luz, la vida de los hijos de Dios, y no la vida de los hijos de las tinieblas. También a nosotros, como a San Expedito, se nos presenta esta libertad de elegir, y nosotros, como San Expedito, elegimos a Jesucristo, pero esta elección debe ser ratificada todos los días, todo el día: debemos elegir, o la gracia o el pecado, o Jesús o los ídolos. Todos los días debemos elegir a Jesús, meditando las palabras de la Escritura: “Considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús” (Rm 6, 8-11).

         En nuestros tiempos, los ídolos asumen muchas formas: el dinero, el poder, la fama, el deporte sin Dios, la sensualidad –Carnaval, murgas, bailes inmorales, música indecente, como la cumbia, el rock satánico, el reggaeton-, el materialismo, la satisfacción ilícita de las pasiones –alcohol, substancias tóxicas-, la avaricia, la pereza –espiritual, que nos impide cumplir nuestros deberes de amor para con Dios y corporal, que nos impide cumplir con nuestro deber de estado-, la gula, la soberbia, etc. Es por esto que, todos los días, a imitación de San Expedito, que eligió a Jesús crucificado, debemos elevar la Santa Cruz de Jesús y decir: “Hoy, aquí y ahora, te elijo a Ti, Jesús, Cordero de Dios, como mi Dios, mi Rey, mi Dueño y mi Señor”. Y así Jesús, al igual que a San Expedito, nos llevará junto con Él, al Reino de los cielos.


         

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