En la vida de San Expedito hay un hecho central, que es lo
que cambiará su vida para siempre, y es el momento en que debe elegir, entre
aceptar la gracia de seguir a Jesucristo hasta el fin, o rechazarlo y elegir en
cambio al Demonio. Como todos sabemos, San Expedito era un soldado pagano, lo
cual quiere decir que no conocía a Jesús, el Dios verdadero, y en cambio,
adoraba ídolos. Los ídolos no son inocentes, sino demonios, ángeles caídos,
espíritus malignos que, escondiéndose detrás de una figura, buscan perder al
alma para siempre. Que los ídolos sean demonios, lo dice la Escritura: “Los
ídolos de los gentiles son demonios” (1 Cor 10, 20). Antes de conocer a Jesucristo, San
Expedito –al menos inconscientemente, pero lo estaba- estaba bajo el poder y la
influencia del demonio, lo cual es igual a decir “tinieblas espirituales”, que
son el pecado, el error, la ignorancia. Para darnos una idea, San Expedito
vivía en una noche permanente, muy oscura, sin luz de luna ni luz artificial.
Pero un día recibe una gracia, que es una luz que, viniendo de lo alto, le
ilumina su inteligencia y también su corazón, y le da a conocer a Jesús, como
así también la posibilidad de amarlo. Esta gracia enviada por Dios era la
gracia de la conversión, pero como somos seres libres y no cosas, Dios necesita
de nuestra libre elección, y es así como San Expedito debía elegir: o
Jesucristo crucificado, muerto y resucitado, con la consiguiente vida nueva de
la gracia, o seguir con los ídolos de los demonios, viviendo esclavizado bajo
el pecado. Como Jesús es llamado “Sol de justicia” y el Demonio es el “Príncipe
de las tinieblas”, es como si nosotros dijéramos que San Expedito debía elegir
para él, o vivir en un espléndido día de sol, o vivir en una noche oscura, muy
oscura, en un bosque, solo y rodeado de lobos. Sabemos que San Expedito, sin
dudarlo un instante, eligió a Jesús crucificado, y esa es la razón por la cual
se lo llama “el Patrono de las causas urgentes”, porque la primera causa
urgente que le tenemos que pedir, es la de la propia conversión. Es decir, San
Expedito eligió vivir libre, bajo el Sol de justicia, Jesucristo, y no en las
tinieblas, esclavo del pecado y del Demonio.
Ahora bien, también a nosotros se nos presenta esta misma
disyuntiva, o Jesús crucificado o el Demonio, o la vida de la gracia, o la vida
del pecado, y es en esto en lo que San Expedito es nuestro modelo: en que él
responde, velozmente, eligiendo la vida de la gracia, la vida de la luz, la
vida de los hijos de Dios, y no la vida de los hijos de las tinieblas. También a
nosotros, como a San Expedito, se nos presenta esta libertad de elegir, y
nosotros, como San Expedito, elegimos a Jesucristo, pero esta elección debe ser
ratificada todos los días, todo el día: debemos elegir, o la gracia o el
pecado, o Jesús o los ídolos. Todos los días debemos elegir a Jesús, meditando
las palabras de la Escritura: “Considerad vosotros que estáis muertos al
pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús” (Rm 6, 8-11).
En nuestros tiempos, los ídolos asumen muchas formas: el
dinero, el poder, la fama, el deporte sin Dios, la sensualidad –Carnaval,
murgas, bailes inmorales, música indecente, como la cumbia, el rock satánico,
el reggaeton-, el materialismo, la
satisfacción ilícita de las pasiones –alcohol, substancias tóxicas-, la
avaricia, la pereza –espiritual, que nos impide cumplir nuestros deberes de
amor para con Dios y corporal, que nos impide cumplir con nuestro deber de
estado-, la gula, la soberbia, etc. Es por esto que, todos los días, a
imitación de San Expedito, que eligió a Jesús crucificado, debemos elevar la
Santa Cruz de Jesús y decir: “Hoy, aquí y ahora, te elijo a Ti, Jesús, Cordero
de Dios, como mi Dios, mi Rey, mi Dueño y mi Señor”. Y así Jesús, al igual que
a San Expedito, nos llevará junto con Él, al Reino de los cielos.
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