María Magdalena es el ejemplo de cómo el encuentro personal
con Jesús cambia radicalmente la vida de una persona, pero no en el mero
sentido existencial; María Magdalena es un ejemplo de cómo su encuentro personal
con Jesús da un giro decisivo a su vida, tanto en el tiempo, como en la
eternidad. En el tiempo, porque el encontrarse con Jesús, le significa a ella
no solo el salvar doblemente la vida –puesto que Jesús la salva de ser lapidada
y además le perdona los pecados, es decir, le salva la vida temporal, terrena,
y le devuelve la vida del alma, al sacarla del estado de pecado mortal,
expulsándole los demonios- y el ser liberada de sus enemigos, naturales y
preternaturales –los fariseos, que querían lapidarla, y los demonios, que
habían poseído su cuerpo-, sino que le significa también el inicio de una nueva
vida, una vida absolutamente distinta, la vida de la gracia, la vida de los
hijos de Dios, la vida concedida solo por Jesucristo, la vida que comienza precisamente
a partir del encuentro personal con Él, y es una vida que comienza en el tiempo
y que continúa por toda la eternidad, si el alma es fiel a la gracia.
Los
últimos atisbos de la vida terrena y pasada de María Magdalena, anteriores al
encuentro con Jesucristo, caracterizados por la tristeza y el llanto que
producen la perspectiva de la muerte sin la resurrección, se dan momentos antes
de su encuentro con Jesús resucitado (cfr. Jn
20, 11ss): allí, María Magdalena llora porque si bien su vida ha experimentado
el encuentro con Jesús, todavía no conoce la alegría de la Resurrección;
todavía le falta experimentar el triunfo de Jesús sobre la muerte y la alegría
que brota de Jesús resucitado, y es por eso que llora desconsoladamente, ante
la posibilidad de no volver a ver más -según su pensamiento-, a Jesús. Pero
este pensamiento oscuro, causa de su tristeza y de su llanto, desaparecerán
para siempre cuando Jesús resucitado se le manifieste con todo su esplendor, no
solo a sus ojos corporales, sino ante todo a su alma, haciéndole ver la
majestuosidad de su humanidad glorificada por la divinidad y transfigurada por
la gloria divina, comunicándole la alegría de la Resurrección, una alegría que
no pertenece a este mundo, y que hace que el alma no quepa en sí de gozo y de
admiración. Ahora bien, lo más importante es que esta alegría que experimenta
María Magdalena, al contemplar a Cristo resucitado en el jardín, es solo el
inicio de una alegría que no habría de finalizar nunca jamás, puesto que no se
trata de una alegría pasajera, ocasional, sino que se trata de la alegría de la
resurrección, y por lo tanto, es la alegría que se vive en los cielos, en la
eternidad, porque es la alegría que se deriva del Ser trinitario de Jesucristo,
Ser que es eterno y por lo mismo, no finaliza jamás.
El
encuentro personal de María Magdalena con Jesucristo, cambia entonces
radicalmente la vida de María Magdalena, no solo porque en su vida terrena la
libra de sus enemigos –los fariseos y los demonios-, y no solo porque le
concede la vida de la gracia, sino porque, por la gracia, la conduce a la vida
eterna, y el episodio de la alegría de la resurrección, es solo el preludio de
la alegría eterna, sin fin, que María Magdalena habría de experimentar por toda
la eternidad.
Por
lo tanto, María Magdalena es ejemplo para todo cristiano, porque todo cristiano
debe experimentar el encuentro personal con Jesús, el encuentro que cambiará su
vida, tanto en el tiempo, como en la eternidad. Ahora bien, María Magdalena lo
encontró en el jardín; el cristiano lo encuentra, al mismo y único Jesucristo,
igualmente resucitado y glorioso, en la Eucaristía, desde donde también comunica
la alegría de la Resurrección.
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