Santa Marta de Betania, hermana de María y Lázaro, grandes
amigos de Jesús, es un hermoso ejemplo de fe inquebrantable en Jesús en la
adversidad, puesto que cree en Jesús y no se rebela ante Él, aun cuando,
humanamente hablando, pareciera que Jesús, siendo amigo de ella y de sus
hermanos, pareciera no haberlos escuchado en los momentos en los que más los
necesitaba, que es la enfermedad y muerte de Lázaro. ¿Qué es lo que había
sucedido? El hermano de Marta y María, Lázaro, enferma gravemente y muere. Pero
antes de morir, Marta y María, conocedoras por un lado del poder milagroso de
Jesús, puesto que lo habían visto hacer milagros –resucitar muertos,
multiplicar panes y peces, expulsar demonios, dar vista a los ciegos, etc.-, y
confiando en el amor de amistad que unía a los tres hermanos con Jesús, mandan
a avisar a Jesús que su hermano, Lázaro, está gravemente enfermo. Las hermanas
saben que Jesús es el Hombre-Dios y que por lo tanto, tiene el poder de curar a
su hermano, y por eso es que acuden a su auxilio. Sin embargo, contra toda
lógica humana, Jesús no acude al instante; extrañamente, y contra todo parecer
humano, en vez de emprender el camino inmediatamente, se queda dos días, el
tiempo suficiente para que Lázaro empeore y muera. Alguien podría haber pensado
que, siendo Jesús tan amigo de Lázaro, de Marta y de María, debería haberse
puesto en camino en el acto; incluso, podría haber pedido prestado un caballo,
o un carruaje, para llegar más rápido, pero Jesús hace lo opuesto: se queda dos
días, y mientras tanto, su amigo muere y las hermanas Marta y María se sumen en
la más profunda de las tristezas.
Cuando Jesús llega, Marta sale a su encuentro, y en el
diálogo que entabla con Jesús, se ve la entereza de su fe y la integridad de su
amor para con Jesús, fe y amor que no solo no han disminuido, a pesar de que
humanamente la actitud de Jesús no es comprensible, sino que, en el diálogo, se
comprende que incluso han aumentado. En un primer momento, Marta no solo no le
reprocha el hecho de que Jesús no haya venido, sino que, confiando en su poder
divino, acude a Él para pedirle por su hermano: “Señor, si hubieras estado aquí
–parece un reproche, pero no lo es-, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé
que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Marta no solo no le
reprocha la ausencia a Jesús, sino que su fe y su amor en Él son tan grandes
que, confiando en Él, aun cuando su hermano lleva ya días de muerto, y su
cadáver está en descomposición, le pide que lo vuelva a la vida. Jesús, en
premio a su fe, le concede la resurrección –temporal- de su hermano Lázaro,
pero además, se revela ante Marta como el Hombre-Dios que vence a la muerte con
su propio poder, puesto que Él es, con su Ser trinitario, la Fuente inagotable
de la Vida Increada, y el Creador de toda vida creatural, participada: “Yo Soy
la resurrección y la vida, el que crea en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el
que vive y cree en Mí, no morirá jamás”. Jesús finaliza el diálogo con Marta,
con una pregunta: “¿Crees esto?”. Marta le responde con un firme: “Sí, Señor, creo
que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que debía venir al mundo”.
Ahora bien, el mismo Jesús que resucitó a Lázaro, y el mismo
Jesús que dialogó con Santa Marta, es el mismo Jesús que, resucitado y
glorioso, que ha vencido ya a la muerte, porque ha pasado ya por su misterio
pascual de muerte y resurrección, nos pregunta también a nosotros lo mismo
desde la Eucaristía: “¿Creen que Yo Soy el Hombre-Dios Jesucristo, que está,
invisible, glorioso y resucitado en la Eucaristía, y que cada vez que comulgan,
voy a sus corazones, para darles mi Vida eterna, mi Amor infinito, y que cuando
mueran, los resucitaré para que no mueran nunca más y vivan para siempre en el
Reino de los cielos?”. Y nosotros, junto con Santa Marta, con su misma fe, le
respondemos a Jesús Eucaristía: “Sí, Jesús, creemos que Tú en la Eucaristía
eres el Hombre-Dios, que estás invisible, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu
Divinidad, tu Amor Eterno, y que te donas cada vez, sin reservas, en la
comunión, y que cuando muramos, nos darás la Vida eterna, tu misma Vida, para que
vivamos junto a Ti, al Padre, y al Amor que los une, el Espíritu Santo, en el
Reino de los cielos, por toda la eternidad”.
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