San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 23 de junio de 2011

La tristeza del Sagrado Corazón

La devoción al Sagrado Corazón
no es mero folclore eclesiástico;
es compromiso de vida,
de reparación y de expiación
por las continuas ofensas
que Jesús recibe
de parte de las creaturas.

En una de las apariciones del Sagrado Corazón, Jesús le dice a Santa Margarita que fuera a hacer adoración eucarística entre las once y las doce de la noche, y allí Él le haría participar de la tristeza de Getsemaní: “Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte”.

¿Cuál es el origen de la tristeza del Sagrado Corazón?

Una primera causa de la tristeza, son los bautizados, los consagrados, sean laicos o sacerdotes, que lo abandonan en las tentaciones, o por falta de ánimo de lucha, o por no querer hacer mortificaciones, y así ceden al mal, a la oscuridad, como los discípulos que duermen mientras Jesús reza: “…veo en tu Corazón todas las heridas de las almas consagradas a ti, que, o por tentación o por estado de ánimo o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a ti, de velar y de orar, se abandonan a sí mismas y, somnolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden…”[1].

Otra causa de la tristeza y de los dolores del Sagrado Corazón, en Getsemaní, son los malos pensamientos, consentidos por las criaturas, sobre todo por aquellas llamadas, por su consagración bautismal, a tener pensamientos santos y puros, pensamientos de pureza, de castidad, de santidad, de bondad, de perdón, de amor, de reconciliación, de paz, de alegría por las cosas santas, y en vez de eso, tienen pensamientos de impureza, de falta o más bien ausencia de perdón, de odio y rencor, de ausencia de reconciliación, de discordia, de tristeza, de tedio y de fastidio hacia las cosas santas. Estos pensamientos malos de las criaturas, sobre todo de los hijos de la Iglesia, punzan la sagrada cabeza de Jesús, provocándole un dolor lascerante, más agudo y profundo que las duras espinas de la corona tejida por los soldados romanos. Dice así Luisa Piccarreta: “(Veo) todos los malos pensamientos, y Tú sientes su horror. Cada pensamiento malo es una espina para tu sacratísima cabeza, que te hiere acerbamente; ah, no se podrán comparar con la corona de espinas que te pondrán los judíos… ¡Cuántas coronas de espinas te ponen en tu adorable cabeza los malos pensamientos de las criaturas!, tanto que la sangre te brota por todas partes; de la frente, y hasta de entre los cabellos… Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias de los ángeles y tu misma inteligencia para ofrecerte una compasión y una reparación por todos”[2].

El devoto del Sagrado Corazón debe considerar que la Pasión de Jesús está en Acto Presente, lo cual quiere decir que él se coloca, en su situación existencial, delante del Sagrado Corazón, en su Pasión, en Getsemaní, en el Via Crucis, en el Monte Calvario, y que se vuelve presente y contemporáneo a Jesús, como si hubiera vivido en ese mismo momento. Por lo tanto, el Sagrado Corazón recibe sus actos y sus pensamientos en el mismo momento en el que los produce en su interior, y sus actos y pensamientos le provocan, al Sagrado Corazón, el mismo dolor, la misma pena y la misma tristeza que le provocaron los actos y los pensamientos de sus contemporáneos.

Una vez sabido esto, el devoto del Sagrado Corazón, si ama al Sagrado Corazón, debe tomar conciencia que la devoción al Sagrado Corazón no es mero folclore eclesiástico, sino compromiso de vida con el Sagrado Corazón, compromiso que significa el ofrecimiento continuo, en Cristo, como víctima expiatoria, que repare las permanentes ofensas, los sacrilegios, las blasfemias, los abandonos, los insultos, al Hombre-Dios.

[1] Cfr. Piccarreta, Luisa., Las Horas de la Pasión, Edición privada, México s.d.

[2] Cfr. ibidem, 90.

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