San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 3 de enero de 2011

Juan el Bautista y la Iglesia dicen: "Este es el Cordero de Dios"


“Este es el Cordero de Dios” (cfr. Jn 1, 29-34). Juan el Bautista ve pasar a Jesús, y lo señala, diciéndole: “Este es el Cordero de Dios”. Esto constituye una novedad para los judíos, porque el cordero de Dios, el cordero de Yahvéh, era el que se inmolaba en el templo. Juan, iluminado por el Espíritu Santo, revela que el verdadero y único Cordero de Dios es Jesús. Mientras otros ven en Jesús al “hijo del carpintero” (cfr. Mt 13, 54-58), Juan ve en Jesús a Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que ha venido a derramar su sangre por los hombres.

El Cordero que señala Juan, Jesús, es el verdadero Cordero, porque es Dios en Persona, que ha asumido un cuerpo y un alma humanos, para ofrendarlos en la cruz. Juan el Bautista ve en Cristo al Hombre-Dios, a Dios que, sin dejar de ser Dios, se hace Hombre, para entregar su vida en la cruz y así conducir a los hombres al seno del Padre en la eternidad.

La Iglesia, tomando las palabras de Juan, inspiradas por el Espíritu, e inspirada Ella misma por el Espíritu Santo, reconoce, en la Eucaristía, a ese mismo Dios en Persona, que en el Evangelio se manifestaba revestido de una naturaleza humana, y por eso, en la ostentación eucarística, dice: “Éste es el Cordero de Dios”.

Así como para Juan Cristo no era un hombre común, sino que era el Hombre-Dios, así para la Iglesia la Eucaristía no es un pan bendecido, sino el mismo Hombre-Dios, que como Cordero se inmola en la cruz y en el sacrificio del altar[1].

La Iglesia adora al Cordero en el altar eucarístico, en el sacramento de la Eucaristía, y es a Él, al Cordero que está en la Eucaristía, a quien se los hombres le deben tributar honor, majestad, alabanzas, adoración y gloria: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, la gloria y el poder por todos los siglos” (Ap 5, 13).

El cristiano debe pedir, constantemente, la luz del Espíritu, para ser iluminado con la luz divina, y así poder adorar al Verdadero y único Cordero, Cristo Eucaristía, porque según el Apocalipsis, al fin de los tiempos vendrá una Iglesia ecuménica, que hará adorar a una bestia con apariencia de cordero, una bestia que intentará hacerse pasar por un cordero: “Vi luego otra bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos de cordero, pero hablaba como dragón” (Ap 13, 11).

La bestia con cuernos de cordero, que habla como dragón, será una falsa iglesia, una iglesia ecuménica, universal, en donde no existirán dogmas, en donde Cristo no será Dios, y en donde la Eucaristía no será Cristo, el Cordero. El falso cordero, la falsa iglesia, hará adorar a la Bestia, el Anticristo, en lugar de Cristo, y dará muerte a quienes no se postren su adoración.

“Este es el Cordero de Dios”. Juan contempló en Jesús de Nazareth, el misterio del Hombre-Dios, y lo proclamó y lo adoró como a su Dios. La Iglesia, en la Santa Misa, y en la Eucaristía, contempla, con los ojos de la fe, al Cordero de Dios, lo proclama y lo adora, en la espera de su Venida.


[1] Cfr. Misal Romano.

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