San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 27 de diciembre de 2010

Herodes busca al Niño para matarlo


“Herodes va a buscar al niño para matarlo” (cfr. Lc 2, 13-15). En el Nacimiento del Niño, se ponen de manifiesto contraste por un lado, los deseos y las intenciones de los hombres, que buscan matarlo: “Herodes busca al Niño para matarlo”, y por otro, la intención divina buscada en la Encarnación de Dios Hijo, que es la glorificación de Dios en los cielos, y el don de la alegría y de la paz a los hombres en la tierra, tal como lo proclaman los ángeles: “Os anuncio una gran alegría, os ha nacido un Salvador” (Lc 2, 10-11…); “De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad” (Lc 2, 13-14).

Mientras los ángeles anuncian la alegría que viene del cielo, porque Dios ha enviado a su Hijo a la tierra, y mientras los ángeles entonan cánticos de alabanza, al tiempo que auguran paz a los hombres, en la tierra, la respuesta es la muerte: “Herodes busca al niño para matarlo”.

Al Amor sin límites, al Amor incomprensible, e infinitamente grande, que Dios demuestra a los hombres, enviando a su Hijo a encarnarse en el seno de María Virgen para ofrendar su vida por ellos, estos le responden con un odio deicida que asombra a los mismos ángeles: “Herodes busca al niño para matarlo”.

Mientras los pastores y los Reyes Magos, iluminados por el Espíritu de Dios, acuden al Pesebre a adorar al Niño porque reconocen en ese Niño a Dios oculto, Herodes busca, oscurecida su alma por las tinieblas –y junto con él, los hombres que se asocian a los ángeles caídos en su odio a Dios-, busca matarlo: “Herodes busca al niño para matarlo”. Esto demuestra que lo anunciado por el profeta Isaías, de que el hombre vive en “oscuras regiones de muerte” (cfr. Is 9, 1-2), es verdad, puesto que es la oscuridad de las tinieblas la que impide que llegue la luz de Dios.

Y debido a que el que se mueve en tinieblas no puede ver, en su ceguera espiritual, Herodes asesina a niños inocentes, con la esperanza de que alguno de ellos sea el que busca. Así, los santos inocentes son los primeros mártires, puesto que derraman su sangre por el Niño de Belén, que es el Cordero de Dios, quien al derramar más tarde su sangre en la cruz, se convertirá en el Rey de los mártires.

La actitud de Herodes, que se continúa multiplicada casi al infinito al día de hoy –son modernos Herodes aquellos que pervierten en el espíritu a los niños, enseñándoles a adorar a Satanás, como las películas de Harry Potter, o los que pervierten a los niños en sus cuerpos, enseñándoles el permisivismo en materia sexual, o los que buscan la eliminación de la vida física de los niños por nacer-, es el reflejo y la continuación de la lucha que, iniciada en el cielo, continúa en la tierra y continuará hasta el fin de los tiempos: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos” (Ap 12, 7-8). El demonio y sus ángeles son derrotados en el cielo, pero al ser expulsados, caen a la tierra: “Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo" (Ap 12, 12).

Los modernos Herodes, aquellos que buscan ya sea la muerte espiritual o la física o la corrupción de los niños, no son simplemente corruptores del orden moral: son agentes al servicio de los ángeles caídos, que pretenden juntos instaurar un reino de oscuridad y de tinieblas, de error y de perversión, opuesto al Reino de luz, de gracia, de amor y de paz, que el Niño de Belén viene a inaugurar con su Encarnación y Nacimiento. Y logran cada vez más su objetivo, debido a la pasividad, a la indiferencia y, en muchos casos, a la complicidad de aquellos llamados a adorar al Niño.

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