San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 7 de enero de 2011

El Sagrado Corazón, el Amor divino y la ingratitud humana


Muchos, erróneamente, tildan a la devoción al Sagrado Corazón de sensiblera y superficial. Muchos, erróneamente, creen que una devoción así, en esta época hipertecnológica y cientificista, que todo lo explica con el rasero de la razón científica, es propio de señoras grandes, que se quedaron en el pasado, y que por lo tanto nada útil puede aportar para el progreso del hombre. El hombre del siglo XXI, dicen muchos, fascinado por el progreso de la ciencia y de la tecnología, no puede obtener nada útil de una devoción sensiblera y anticuada.

¿Cómo evitar caer en la deformación de la verdadera devoción al Corazón de Jesús? ¿De qué manera podemos al menos intuir el alcance de las apariciones de Jesús a Santa Margarita, apariciones que son para la Iglesia toda?

No se comprende la devoción al Sagrado Corazón, si no se tienen en cuenta, por un lado, la inmensidad inabarcable y la profundidad insondable del Amor divino, expresado y manifestado en el amor del Hombre-Dios Jesucristo y, por otro, la inmensidad de la ingratitud y de la malicia del corazón del hombre sin Dios.

Ambos aspectos aparecen figurados en la segunda aparición de Jesús a Santa Margarita: “El divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, mas brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior, la cual significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en él la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión”.

El Sagrado Corazón aparece en un "trono de llamas", “transparente como el cristal”, con la “llaga adorable”, lo cual significa que el corazón humano del hombre Jesús de Nazareth, el corazón compuesto por músculo cardíaco, se encuentra unido a la divinidad, al corazón único de Dios, y está envuelto en el Amor de Dios, todo lo cual está significado por la transparencia del cristal, símbolo de la pureza del Ser divino, y por las llamas, símbolo del Amor divino. El corazón humano de Cristo, que late con la fuerza de su humanidad perfecta, sin pecado, santificada al infinito por el contacto con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, late además con el Amor de esa misma Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que es el Amor de Dios Trino, el Espíritu Santo. La transparencia del corazón y las llamas, presentes en esta segunda aparición, significan la santidad y el Amor sin manchas del Ser divino, que se comunican y transmiten a través de la santidad y del amor humano del corazón de Jesús de Nazareth.

El otro elemento de la aparición son la cruz y la corona de espinas, las cuales significan los dolores producidos por los pecados de los hombres, y la ingratitud y el menosprecio que recibiría el Amor de Dios, manifestado y donado en Cristo Jesús.

En el Corazón de Jesús, se ven entonces los dos elementos necesarios para comprender el alcance de la devoción: el Amor eterno, infinito, insondable, inabarcable, de un Dios que, en el extremo de locura de amor por su criatura, el hombre, se auto-dona a sí mismo por medio del amor humano del corazón humano de Jesús de Nazareth; por otro lado, se ve la ingratitud, el desprecio, la indiferencia, el rechazo, la maldad, del corazón humano, que al Amor de Dios le responde abofeteando su rostro, escupiéndolo en la cara, coronando de espinas su cabeza, y crucificándolo. Y no conforme con esto, estando ya muerto el Hombre-Dios, la maldad del hombre lo lleva a perforar su costado con una lanza, para asegurarse de que está bien muerto en la cruz, y que no volverá a vivir, pero Dios, en su locura de amor, responde con amor al odio deicida, porque en el momento en el que el soldado le traspasa su Corazón Sagrado, suspendido en la cruz, derrama su sangre sobre la humanidad, y con la efusión de su sangre, efunde su Espíritu Santo, su Espíritu de Amor. Al extremo odio deicida del hombre, que traspasa su cuerpo ya muerto, Dios responde derramando su sangre, y con su sangre, su Amor, el Espíritu Santo.

¿Qué hacer, entonces, no sólo para no desvirtuar a la devoción al Sagrado Corazón, pensando que es una devoción sentimentalista reservada a señoras grandes, pasada de moda, inútil para el mundo científico, racionalista, e hipertecnológico en el que vivimos?

El mismo Sagrado Corazón nos da la respuesta. Le dice así a Santa Margarita. “De Jueves a viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que Yo quise sentir en el huerto de los olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía mas difícil de sufrir que la muerte”. Es decir, la adoración al Santísimo Sacramento, en donde late, vivo y glorioso, el Sagrado Corazón, y la expiación y reparación por aquellos que no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman. Nuevamente el Sagrado Corazón: “Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otro tanto soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento. ‘Eso, le dice Jesús a Margarita, fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades’”.

La verdadera devoción al Sagrado Corazón consiste en esto: en corresponder a su infinito amor con la adoración al Santísimo Sacramento, y con la expiación y reparación por los que no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman.

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