San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 29 de agosto de 2019

Santa Rosa de Lima y el secreto de la felicidad



         Todo ser humano –y, de modo particular, todo joven- busca la felicidad. El deseo de felicidad está inscripto en el alma, como un sello, desde que el alma es creada. Ya desde el nacimiento, y hasta el fin de la vida, el alma desea ser feliz. Esto no es un problema: el problema radica en las cosas en las que las personas creen que está la felicidad. En nuestros días, y alentados por los medios de comunicación, se transmite un mensaje, directo e indirecto, acerca de dónde radica la felicidad: a través de los medios se comunica la idea de que la felicidad está en las riquezas materiales, en los bienes terrenos, en el dinero, en la hermosura corporal, en el éxito, en la fama. Sin embargo, esto es falso, porque la felicidad profunda, verdadera, interior, espiritual, no está en estas cosas, es imposible conseguirlas allí. De aquí surge otra idea falsa: quien no tiene bienes materiales, quien no tiene dinero, quien no tiene fama, no es feliz. Esto es falso, porque la felicidad no consiste en estas cosas.
         Si esto es así, entonces nos preguntamos: ¿dónde está la felicidad? ¿Dónde radica la felicidad, para ir a buscarla y hacerla nuestra? Afortunadamente, santos como Santa Rosa de Lima, tienen la respuesta. En sus escritos, la santa hace hablar a Nuestro Señor Jesucristo, quien revela que la felicidad del hombre radica en la gracia que sigue a la cruz y a las tribulaciones. Escribe así Santa Rosa, haciendo hablar a Jesús[1]: “El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”. Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: “Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma”. Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: “¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres”.
         Entonces, según Santa Rosa de Lima, la felicidad del hombre radica en la gracia, la cual se nos concede para nosotros, los católicos, a través de los sacramentos, entre ellos, el sacramento de la confesión. Para quien quiera ser verdaderamente dichoso y feliz, en esta vida y en la otra, Santa Rosa de Lima, atravesando el tiempo y el espacio, nos deja este mensaje de santidad: la gracia, que se concede con los sacramentos, es lo que hace verdaderamente feliz al alma. De esto se sigue que, cuanto más se confiese el alma, sacramentalmente, y cuanto más reciba la Eucaristía, en estado de gracia, tanto más feliz será, en esta vida y en la otra. Éste es el mensaje de Santa Rosa de Lima para el hombre del siglo XXI.

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