San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 14 de agosto de 2015

San Maximiliano Kolbe y la consagración a María como medio para alcanzar la santidad


En sus escritos, San Maximiliano Kolbe da la respuesta al interrogante existencial: ¿para qué estamos en esta vida? Dice San Maximiliano que estamos en esta vida para “santificar y salvar nuestras almas[1]”. ¿De qué manera lo conseguimos? Dando a Dios “la gloria que Él merece (…) la mayor gloria posible”: “En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible”[2]. ¿En qué consiste esta glorificación de Dios? En la salvación de las almas, salvación obtenida al precio del sacrificio de Jesús en la cruz. Es por eso que el cristiano dará mayor gloria a Dios, cuanto más trabaje y se esfuerce por la salvación de las almas, la propia y las de sus hermanos, y en esto consistirá el “ideal más sublime” que una persona pueda tener en esta vida: “La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica”[3].
         Ahora bien, el mejor camino para glorificar a Dios, por medio de la salvación de las almas, es la obediencia a quienes son “sus representantes en la tierra”, porque la obediencia es la que nos manifiesta cuál es la voluntad de Dios: “Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él, y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. ¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios”[4].
Es decir, Dios, que quiere que “todos los hombres se salven”, quiere obrar a través nuestro su misericordia; quiere mostrar, a través de sus hijos adotpivos, su infinita bondad para con todos, porque a todos los hombres los quiere con Él, pero para eso, necesita –por así decirlo- de nosotros, para manifestar su Amor a los hombres por medio de nuestra vida. Y es aquí en donde se ve la necesidad de la obediencia, porque implica docilidad y humildad, a los superiores, a través de quienes se manifiesta su voluntad. En otras palabras, solo si somos dóciles y humildes a nuestros superiores, podrá Dios manifestar su voluntad en nuestras vidas, la cual será siempre que seamos una imitación y prolongación del Amor de Dios hecho carne, Cristo Jesús. Dice así San Maximiliano: “Dios (…) por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer al mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal”[5]. Por el contrario, un alma indócil y desobediente, al no obedecer a sus superiores, no le puede ser manifestada cuál sea la voluntad de Dios sobre ella, y no puede por lo tanto convertirse en instrumento del Divino Amor, que quiere a través suyo salvar a muchas almas. El alma dócil y obediente, el alma “obra conforme a la voluntad de Dios”, y en eso consiste “la grandeza del hombre”[6].
         La obediencia es “el único camino” para la santificación, porque consiste en la imitación de Cristo que, siendo Dios, se hizo hombre y en su etapa de niñez y juventud, “vivió sujeto y obedeció” a sus padres terrenos, San José y la Virgen: “Éste y sólo éste es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible (…) Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y les estaba sujeto. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos con frecuencia en la misma sagrada Escritura que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre”[7].
         El lugar donde se aprende la obediencia por amor, es “el crucifijo”, el “libro más bello y auténtico en donde profundizar este amor”: “El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor (que lleva a sacrificar la propia voluntad) es el Crucifijo”[8].
Por último, el modo más perfecto, según San Maximiliano María Kolbe, de cumplir la voluntad de Dios, es consagrándonos a María Santísima, porque a Ella “Dios le ha confiado toda la economía de la misericordia”, porque su voluntad –la de la Virgen-, es la voluntad de Dios: “(el amor de sacrificio) lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia” (…) y porque al consagrarnos a Ella, seremos, como María y en María, instrumentos de la Divina Misericordia: “La voluntad de María (…) es la voluntad del mismo Dios (…) consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras”[9].






[1] Cfr. Gli scritti di Massimiliano Kolbe eroe di Oswiecim e beato della Chiesa, vol 1, Cittá di Vita, Firenze 1975, 44-46. 113-114.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.

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