San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 7 de agosto de 2015

Las elementos del Sagrado Corazón de Jesús y su significado


         ¿Cuáles son los elementos y del Sagrado Corazón y cuál es su significado?
         Los elementos son: el Corazón, las llamas, el Agua y la Sangre que brotaron de él, la corona de espinas que lo circunda, la cruz en la base, las espinas y la herida abierta de por la lanza y, finalmente, la relación entre los latidos y la corona de espinas.
El Corazón: El Corazón de Jesús no es un corazón más entre tantos: es un Corazón sagrado, por el hecho de ser el Corazón del Hombre-Dios. El Corazón de Jesús es sagrado porque todo Él está santificado por la unión hipostática, personal, del Corazón en la Persona del Hijo de Dios. Al estar unido en la Persona de Dios Hijo, el Corazón de Jesús –y toda su humanidad, Alma y Cuerpo- queda, por este contacto, pleno de la divinidad de la Persona del Verbo de Dios, y ésa es la razón por la cual el Corazón de Jesús es Sagrado, porque en Él inhabita la divinidad. El Corazón de Jesús es el corazón de Dios hecho hombre; es el Corazón de Dios, que se hace hombre para tener un corazón de hombre, pero como el que se hace hombre es Dios, sin dejar de ser Dios, entonces ese corazón se convierte en el Corazón de Dios-Hombre, que ama conjuntamente con amor humano perfectísimo y santificado por la divinidad, y con Amor Divino de la Persona del Verbo de Dios, unido al amor humano perfecto y santificado del Hombre Jesús. Jesús nos da este Sagrado Corazón suyo, pleno del Amor. Al ofrecernos su Sagrado Corazón, Jesús, el Hombre-Dios, nos ofrece la plenitud del Amor Divino y humano que en él inhabita, pero también significa que nos da su Vida, que es la vida misma de Dios Uno y Trino, porque el corazón en el hombre, además de representar la sede del amor, representa la vida misma del hombre, puesto que sin corazón no se puede vivir. Al darnos su Sagrado Corazón, Jesús nos ofrece entonces su Amor Divino y humano y su vida misma, la Vida eterna que brota de su Ser divino trinitario. Con su Sagrado Corazón, Jesús nos da todo lo que ES y todo lo que TIENE.
         Las Llamas: Como el Hijo de Dios espira el Espíritu Santo junto al Padre, tanto como Dios que como Hombre, el Corazón Sagrado de Jesús está inhabitado por el Espíritu Santo y ésa es la razón por la cual el Sagrado Corazón aparece envuelto en llamas: son las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo, que lo abrasan sin consumirlo, así como la zarza ardiente que vio Moisés, estaba envuelta en llamas pero no se consumía. Es el Amor de Dios el que abrasa en el Fuego de su Amor al Sagrado Corazón, y Él está deseoso de abrasar con estas llamas a todas las almas: Jesús quiere amar a todas las almas con el Fuego del Divino Amor; a todos quiere incendiar con estas llamas; a todos quiere ver convertidos en antorchas llameantes, que ardan con el Fuego del Amor Divino, un fuego que no solo no provoca dolor, sino que concede al alma que en este Divino Fuego se ve envuelta, la plenitud de su felicidad, de manera tal que el alma ya nada más quiere ni desea, que no sea al menos una chispa de este Fuego del Divino Amor. Al ofrecernos su Sagrado Corazón, inhabitado por el Espíritu Santo, Jesús nos ofrece, con la Carne de su Corazón empapada en el Divino Amor –así como una esponja está empapada por el agua del mar al ser arrojada en él-, la plenitud del Amor Divino de Dios Uno y Trino, para que el Amor de Dios sea de nuestra posesión personal, a todos y cada uno de los redimidos. Ésa es la razón por la cual quien consume la Carne glorificada del Cordero, Presente en el Pan Eucarístico, recibe de esta Carne, la Vida, el Amor y la Gloria de Dios en los que esta Carne del Cordero está empapada, y esto es lo que explica las palabras de Jesús: “El Pan que Yo daré es mi Carne, para la vida del mundo” (Jn 6, 51). La Carne gloriosa del Sagrado Corazón, empapada en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, está contenida en la Eucaristía, Pan Vivo bajado del cielo, que alimenta con el Amor de Dios a quien de este Pan, que es Carne glorificada del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, lo comulga con fe y con amor. La Carne gloriosa del Sagrado Corazón de Jesús, envuelta en las llamas del Espíritu Santo, desean consumir y abrasar en el Fuego del Amor Divino a todos los corazones humanos, pero el corazón humano será abrasado en ese Amor sólo si está ávido de ese Amor, así como la madera seca o la hierba seca, al contacto con las llamas, se muestran ávidas del fuego. De la misma manera, nuestros corazones deben ser así, como una madera seca o como un hato de hierbas secas, para que se combustionen al instante, al contacto con la Brasa Ardiente de Amor que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. De lo contrario, si nuestros corazones son como la roca fría, dura y húmeda, no podrá prender en ellos el Fuego de Amor, el Espíritu Santo.
El Agua y la Sangre que brotaron del Corazón traspasado: El Sagrado Corazón está envuelto en las llamas del Divino Amor, y esas llamas pujan por salir, para incendiar a todos los corazones humanos con el Fuego de este Amor Santo de Dios Trino, pero no puede hacerlo, hasta que no es traspasado por la lanza del soldado romano. Sólo cuando el soldado romano traspasa al Sagrado Corazón, puede el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor, derramarse sobre las almas y los corazones de los hombres, por medio de la Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado, como de una fuente inagotable. Quien se acerca al Sagrado Corazón, que está suspendido en la cruz, y se arrodilla ante Él con un corazón contrito y humillado, y pide humildemente, con fe y con amor, que “su Sangre caiga sobre él”, no en un sentido blasfemo e impío, sino para que esta Sangre le lave sus pecados, obtiene del Sagrado Corazón lo que pide, y así el alma se ve bañada por la Sangre y el Agua que brotan de este Corazón Sagrado, quedando no solo limpia de toda mancha de pecado, sino santificada con la santidad misma de Dios, y envuelta toda ella en el Fuego del Divino Amor, comenzando así a arder sin ser consumida, tal como la zarza ardiente de Moisés, figura de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, pero también de toda alma en gracia, que vive del Amor de Dios y en el Amor de Dios está envuelta.
         Las espinas: el Sagrado Corazón está envuelto y ceñido por una corona de espinas, gruesas, duras, filosas: son la materialización de nuestros pecados. Las espinas que oprimen al Sagrado Corazón, representan tanto los pecados personales de cada uno, como los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos. Si el Sagrado Corazón es la ofrenda de la Trinidad hacia los hombres, la corona de espinas que atenaza y desgarra al Sagrado Corazón, es la ofrenda que a ese mismo Dios Trino hacemos los hombres, a cambio de su Amor. Dios Trino nos da su Amor, contenido en el Sagrado Corazón, y con su Amor, nos da su perdón, su vida divina, su luz y su alegría, y nos lo da sin reservas, para que el Sagrado Corazón sea nuestro único deleite y anhelo, en esta vida y en la otra. Las espinas representan nuestros pecados y es por eso que, al tomar conciencia del dolor moral que le provocamos con nuestros pecados, debemos hacer el propósito de no pecar de más, de huir de las ocasiones próximas de pecado y de vivir en la Presencia de Dios, creciendo en santidad y gracia cada vez más, antes de seguir ofendiendo y lastimando al Sagrado Corazón. Debemos buscar de quitar las espinas propias nuestras y las de nuestros seres queridos, con la penitencia, el ayuno y la oración, para no herir más al Sagrado Corazón.
         La cruz en la base: nos enseña que el Sagrado Corazón está suspendido en la cruz y que por lo tanto, quien desee obtenerlo, debe necesariamente subir a la Cruz para tomar a este Sagrado Corazón, así como un agricultor, recolector de frutas maduras, se sube a un árbol para recoger y cortar una fruta madura y gozar de su dulzor exquisito: el Sagrado Corazón es el fruto más dulce y exquisito del Árbol de la Vida, el Árbol de la Cruz, y quien se sube a este Árbol que es la cruz, para compartir con Jesucristo sus tormentos, dolores y amarguras y hasta su misma propia muerte, podrá tomar de este Árbol más preciado, la cruz, su fruto más exquisito, el Sagrado Corazón, para saborearlo Él solo con fruición y deleite.
         La herida abierta por la lanza: Del Costado traspasado de Jesús fluyen Sangre y Agua y, con ellos, va vehiculizado el Espíritu Santo. La lanzada del soldado romano, cuando Jesús ya estaba muerto en la cruz, es la última crueldad de los hombres hacia el Hombre-Dios; es el último ultraje que los hombres hacen al Hombre-Dios, estando ya Él muerto. Sin embargo, por un misterio incomprensible, ese Corazón traspasado, late con el Amor de Dios, porque la divinidad de Jesús nunca se separó, ni de su Cuerpo Sacratísimo, ni de su Alma Santísima, y es así que, paradójica y misteriosamente, aun estando ya muerto Jesús en la cruz, su Sagrado Corazón, traspasado por la lanza, puesto que late en con el ritmo y la fuerza del Amor de Dios, continúa bombeando Sangre, pero esta vez, no ya hacia su Cuerpo, sino hacia afuera, hacia los hombres, para que la Sangre y el Agua brotados de Él, caigan sobre la humanidad entera y les conceda el perdón de sus pecados y el don de la filiación divina.
         Los latidos del Sagrado Corazón y la corona de espinas: El Sagrado Corazón, si bien está estático en las imágenes, se encuentra dinámico en su realidad, lo que provoca que, al estar circundado por la corona de espinas, esta forme un anillo de punzantes espinas que le provocan inenarrables dolores, tanto en el movimiento de llenado del Corazón –diástole-, como en el movimiento de expulsión de sangre –sístole-: en la fase de llenado, al dilatarse el corazón, sea en sus aurículas como en sus ventrículos, las espinas, duras, gruesas y filosas, se clavan sin misericordia en las paredes cardíacas, mientras que en la fase de expulsión de la sangre, en la sístole, las paredes del Corazón se contraen con fuerza para expulsar la sangre, provocando las espinas otro tipo de dolor lacerante, consecuencia del desgarro que el filo de estas ocasiona en las paredes cardíacas. Puesto que el Sagrado Corazón late con la fuerza y el ritmo del Espíritu Santo, cada latido suyo dice, de parte de Dios  al hombres: “Amor”, mientas que la corona de espinas, puesta por nosotros, representa el odio deicida con el que matamos al Hombre-Dios con nuestra rebelión, con lo que cada latido representa, para el Sagrado Corazón, de parte de los hombres, una muestra de la malicia de sus corazones, que dicen: “Odio”. Al odio deicida de los hombres, Dios responde con el Amor de su Sagrado Corazón, que se dona en su totalidad en la Eucaristía.

         Estos son, entonces, los elementos del Sagrado Corazón y su respectivo significado.

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