San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 24 de junio de 2013

San Juan Bautista, mártir del misterio divino



         Cuando se lee el párrafo del Evangelio que narra la muerte de Juan el Bautista, se piensa que dio su vida por el matrimonio y, específicamente, por el matrimonio cristiano, puesto que es su firme oposición al concubinato lo que le vale ser decapitado. El hecho es así, efectivamente, pero su testimonio no se detiene en la defensa del matrimonio monogámico: Juan el Bautista da su vida por el misterio de Dios Uno y Trino, misterio que se hace visible en la Encarnación del Hijo de Dios, y misterio que se manifiesta al mundo a través del matrimonio monogámico.
         Es decir, Juan el Bautista muere por defender el matrimonio monogámico y por oponerse al concubinato, pero muere también por algo infinitamente más grande, que es aquello que fundamenta al matrimonio, y es el misterio de Dios Trino y el misterio de la Encarnación de Dios Hijo. Es de este misterio celestial y sobrenatural de donde el matrimonio obtiene sus características de unidad, indisolubilidad y fidelidad en el amor. En otras palabras, el matrimonio es uno e indisoluble porque Dios es Uno y Trino, y es indisoluble y los esposos se deben la fidelidad en el amor porque la Segunda Persona de ese Dios Uno y Trino, Dios Hijo, se encarnó y se unió en nupcias místicas a la naturaleza humana, y esta unión la hizo en el Amor de Dios, en el Espíritu Santo.
Por este motivo, cuando se defiende al matrimonio monogámico –y mucho más, cuando se da la vida por él, como en el caso de Juan el Bautista-, no se está defendiendo un mero orden moral, aun cuando este sea nuevo y sobrenatural, como en el caso del cristianismo: se está defendiendo un “gran misterio”, el misterio de la Trinidad y el misterio de la Encarnación, misterio del cual el matrimonio es una manifestación visible en medio de los hombres. El matrimonio no puede ser de otra manera que uno e indisoluble, porque una e indisoluble es la naturaleza divina de Dios Trino, y la fidelidad de los esposos no tiene otro fundamento que el Amor divino, porque es el Amor el que une a las Tres Divinas Personas en los cielos, y es el que une en la tierra al Verbo de Dios con la naturaleza humana en la Encarnación. La unidad, la fidelidad conyugal, el amor de los esposos terrenos, constituyen una manifestación “ad extra” de la unidad y el Amor que reina entre las Tres Personas divinas, y entre el Hijo de Dios y la humanidad. El adulterio, el concubinato, representan los amores impuros del hombre, que se aleja de Dios para amar creaturas que no son Dios, y en esto consiste su falta más grave.
Por esta razón, el concubinato, el adulterio, la infidelidad esponsal, la ausencia de amor, no solo son faltas contra el matrimonio y el amor esponsal, sino que ante todo son faltas contra el Amor divino, que en los cónyuges y a través de ellos, quiere difundirse entre los hombres.

La muerte de Juan el Bautista no es, entonces, solo por defender el matrimonio monogámico, ya que si fuera solo por eso, no sería considerado mártir. Juan el Bautista ofrenda su vida por el misterio de la Trinidad y por el misterio de la Encarnación, misterios que se reflejan en el amor conyugal, fiel e indisoluble, hasta la muerte de cruz, de los esposos cristianos.

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