Cuando se lee el párrafo del Evangelio que narra la muerte
de Juan el Bautista, se piensa que dio su vida por el matrimonio y, específicamente,
por el matrimonio cristiano, puesto que es su firme oposición al concubinato lo que le
vale ser decapitado. El hecho es así, efectivamente, pero su testimonio no se
detiene en la defensa del matrimonio monogámico: Juan el Bautista da su vida
por el misterio de Dios Uno y Trino, misterio que se hace visible en la Encarnación
del Hijo de Dios, y misterio que se manifiesta al mundo a través del matrimonio
monogámico.
Es decir, Juan el Bautista muere por defender el matrimonio
monogámico y por oponerse al concubinato, pero muere también por algo
infinitamente más grande, que es aquello que fundamenta al matrimonio, y es el
misterio de Dios Trino y el misterio de la Encarnación de Dios Hijo. Es de este
misterio celestial y sobrenatural de donde el matrimonio obtiene sus
características de unidad, indisolubilidad y fidelidad en el amor. En otras
palabras, el matrimonio es uno e indisoluble porque Dios es Uno y Trino, y es
indisoluble y los esposos se deben la fidelidad en el amor porque la Segunda
Persona de ese Dios Uno y Trino, Dios Hijo, se encarnó y se unió en nupcias
místicas a la naturaleza humana, y esta unión la hizo en el Amor de Dios, en el
Espíritu Santo.
Por
este motivo, cuando se defiende al matrimonio monogámico –y mucho más, cuando
se da la vida por él, como en el caso de Juan el Bautista-, no se está
defendiendo un mero orden moral, aun cuando este sea nuevo y sobrenatural, como
en el caso del cristianismo: se está defendiendo un “gran misterio”, el
misterio de la Trinidad y el misterio de la Encarnación, misterio del cual el
matrimonio es una manifestación visible en medio de los hombres. El matrimonio
no puede ser de otra manera que uno e indisoluble, porque una e indisoluble es
la naturaleza divina de Dios Trino, y la fidelidad de los esposos no tiene otro
fundamento que el Amor divino, porque es el Amor el que une a las Tres Divinas
Personas en los cielos, y es el que une en la tierra al Verbo de Dios con la
naturaleza humana en la Encarnación. La unidad, la fidelidad conyugal, el amor
de los esposos terrenos, constituyen una manifestación “ad extra” de la unidad
y el Amor que reina entre las Tres Personas divinas, y entre el Hijo de Dios y
la humanidad. El adulterio, el concubinato, representan los amores impuros del
hombre, que se aleja de Dios para amar creaturas que no son Dios, y en esto
consiste su falta más grave.
Por
esta razón, el concubinato, el adulterio, la infidelidad esponsal, la ausencia
de amor, no solo son faltas contra el matrimonio y el amor esponsal, sino que
ante todo son faltas contra el Amor divino, que en los cónyuges y a través de
ellos, quiere difundirse entre los hombres.
La
muerte de Juan el Bautista no es, entonces, solo por defender el matrimonio
monogámico, ya que si fuera solo por eso, no sería considerado mártir. Juan el
Bautista ofrenda su vida por el misterio de la Trinidad y por el misterio de la
Encarnación, misterios que se reflejan en el amor conyugal, fiel e indisoluble,
hasta la muerte de cruz, de los esposos cristianos.
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