Si Jesús es Dios Hijo y en cuanto Dios Hijo, es la Sabiduría
Divina, ¿no sería más adecuado que se manifestara como la “Inteligencia Suprema
del Universo”, o algún título parecido? ¿Por qué elige el Corazón para su
manifestación? ¿Acaso no es un atributo inferior en el hombre, toda vez que se
identifica al corazón con la sensibilidad?
La
respuesta nos la dan dos de los más grandes doctores de la Iglesia, Santo Tomás
de Aquino y San Agustín, para quienes el corazón, en el hombre, es el símbolo del
amor, pero no solo es el símbolo, sino también es la sede del amor, con lo cual
quieren significar que el corazón es “el todo del hombre”.
Veamos
de qué manera.
Dice
Santo Tomás que el corazón es “el principio de todas nuestras acciones”, y San
Agustín, por su parte, afirma que es “el principio de todos los actos de
nuestra vida”, y el motivo es que el corazón es la sede del amor y es el amor –a
alguien, a algo- lo que constituye el motor, el impulso, que nos empuja a
conseguir aquello que amamos; el amor es como un peso que hace inclinar el alma
entera y la hace dirigir hacia un fin determinado[1]. Para
Santo Tomás y para San Agustín, el amor, cuya sede es el corazón, es el motor
de nuestras acciones, y así, según sea aquello que amemos, así será nuestro
movimiento, el movimiento de todo nuestro ser, de toda nuestra alma, de todas
nuestras potencias, dirigidos a conseguir aquello que amamos. No en vano el
mandamiento más importante está formulado en este sentido: “Amarás a Dios con
toda tu alma, con todo tu ser, con todo tu corazón”. Es decir, amarás a Dios
con todo tu amor o, lo que es lo mismo, con todo lo que eres y con todo lo que
tienes: con todo tu ser, con toda tu inteligencia, con todo tu amor, con todas
tus obras. El amor es un motor que pone en funcionamiento al ser mismo y, con
el ser, todas las potencias del alma que del ser emanan. El amor es el motor y
al mismo tiempo el combustible, sin el cual el movimiento del hombre hacia un
fin es imposible. Solo cuando el hombre experimenta amor -por algo o por
alguien-, es capaz de moverse a sí mismo. Por supuesto que muchas veces ama
algo o alguien que solo le provoca daño y en lo cual jamás encontrará su
felicidad, porque no es el objeto adecuado para su amor, pero lo que nos interesa
considerar aquí es que, más allá de que el objeto de su amor sea adecuado o no,
le conceda felicidad o no, el amor será siempre el motor y el combustible de su
movimiento, y determinará todo en el hombre: sus pensamientos, sus deseos, sus
palabras y su obrar. El amor, cuya sede es el corazón, y por lo tanto está
simbólicamente representado en el corazón en cuanto órgano físico, es una
fuerza dinámica cuya energía se imprime a todo el ser del hombre y lo pone en
movimiento, haciéndolo obrar en la dirección necesaria para obtener aquello que
ama, y lo hace con tanta intensidad, que nada lo detiene y ningún sacrificio es
obstáculo para conseguir lo que ama, incluso es capaz de sacrificarse hasta la
muerte.
El
amor es como un foco o punto central en el hombre, en donde todo converge: la
inteligencia, la voluntad, los afectos, los sentimientos. Todo pasa por el
amor: la inteligencia contempla su objeto, la imaginación lo embellece, la
memoria solo conserva recuerdos buenos, la voluntad solo desea lo que ama, las
potencias operativas se disponen a conseguir aquello que ha sido contemplado en
el amor.
Este
es el motivo por el cual se dice que “el amor lo es todo para el alma, como el
corazón lo es todo para el cuerpo”[2]. Esto
es lo que lleva a San Agustín a afirmar que el hombre es lo que ama: “Amas la
tierra, eres tierra; sois dioses, si amáis a Dios”[3].
Llegados aquí, podemos entonces responder a las preguntas
del inicio: si el corazón –y el amor, cuya sede es- es “el todo del hombre”, lo
es también en el Hombre-Dios y tanto más en Él, que en cuanto Dios, “es Amor” (1
Jn 4, 16). El hombre es imagen de Dios, y si en el hombre el corazón y el
amor lo es todo, así también en Dios, cuya imagen refleja. Jesús se manifiesta
como el Sagrado Corazón porque en Él todo es Amor, Amor Puro, Perfecto, en Acto
Puro de Ser; Amor eterno, Amor inagotable, incomprensible, celestial, Amor que
ama con locura a la humanidad toda, Amor por la humanidad que no vacila en dar
la vida en el santo sacrificio de la Cruz, para salvarla y conducirla a sí
mismo; Amor que se hace Carne gloriosa y resucitada en cada Eucaristía; Amor
que se dona todo entero, sin reservas, en la Sangre que brota del Sagrado Corazón
traspasado por la lanza y que se recoge, cada vez, en el cáliz de la Santa
Misa, para ser libado por los corazones que aman a Dios Uno y Trino.
Al manifestarse como el Sagrado Corazón, Dios Hijo nos
revela que todo lo que Él es, Amor en Acto Puro de Ser, lo ha llevado a dar la
vida en la Cruz por nuestra salvación y por nuestro amor y que nada más que
nuestro amor y nuestra salvación quiere para nosotros. Es por eso que le dice a
Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres”, pero
luego también el amargo reproche: “y solo ha recibido de ellos ingratitud,
indiferencia, desprecios y ultrajes”. Amemos al Sagrado Corazón –“el Amor no es
amado”, decía Santa Teresa de Ávila-, y de manera tal, que al menos de nosotros
no tenga que quejarse de la frialdad y dureza del corazón de los hombres;
amemos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús con todas las fuerzas de nuestro
pobre corazón, y que el Amor del Sagrado Corazón sea el motor, el combustible,
el impulso y la fuerza que ponga en movimiento todo nuestro ser, en el tiempo y
en la eternidad.
[2]
Diligcs Dominum, etc... Diligcs proximum, etc... in his duobus mandatis
universa lex pendet et prophetae. (S. Mat 22, 37.39.405 Hoc est enim omnis
horno. (Eccl. 12, 13).
[3]
Terra diligis? terra cris. Deum diligis? Deus cris. Non audeo dicere ex me,
Scripturam audiamus. (Ps. 81,6; Ego dixi; Dii estis, et Filii Altissimi omnes.
(S. Agustín, in Epist la Sti Joan., tract. II, n. 14, t. 111, p. 1997).
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