San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 24 de enero de 2013

La Conversión de San Pablo




         San Pablo es el ejemplo paradigmático de la conmoción que se produce en lo más íntimo del ser cuando alguien encuentra a Cristo: antes de su encuentro con Cristo, San Pablo es religioso, pero de aquella clase de religiosos criticada duramente por el mismo Cristo antes de ser crucificado: hipócrita, cínico, falso. Antes de encontrar a Cristo personalmente, San Pablo tiene una idea muy errónea acerca de qué es la religión y en qué consiste su esencia: piensa que la religión es cumplir preceptos externamente, y que su esencia es la obediencia ciega, material, fría e irracional, a las normas humanas.
         Antes de encontrar a Cristo, San Pablo cree que ser religioso practicante es asistir al culto religioso, recitar de memoria y mecánicamente las oraciones, conocer al pie de la letra los preceptos y aplicarlos rigurosamente, sin importar si con eso se dejan de lado la compasión, la misericordia, la caridad, para con el prójimo, además de la verdadera piedad para con Dios, porque nadie puede ser piadoso  con Dios si desatiende las necesidades de su prójimo.
         Antes de su encuentro con Cristo, guiado por este falso celo, San Pablo ha participado de numerosas persecuciones y cacerías contra cristianos, además de ser testigo presencial y por lo tanto, cómplice directo, del asesinato del proto-mártir San Esteban. Al momento del encuentro con Cristo, San Pablo se caracteriza por una larga serie de “méritos” –si pueden llamarse así-, obtenidos por la equivocada concepción que de la religión y de Dios tenía: violencias, amenazas, persecuciones, participación en un homicidio.
Antes de la conversión, San Pablo es religioso practicante, pero se caracteriza por la dureza de corazón y por la impiedad, es decir, por la disonancia o discordancia entre su obrar exterior –aparece como religioso- y su ser interior –es frío, calculador, sin amor ni a Dios ni al prójimo-, todo lo cual constituye al perfecto fariseo. Aun más, la carrera enloquecida a caballo, en busca de enemigos a los cuales denunciar para que los atrapen, es un símbolo del fariseo-cristiano-católico: corre apresuradamente a denunciar, para que corran de la Iglesia a los que no son fariseos como ellos.
Antes de su conversión, San Pablo encarna al cristiano-católico fariseo, aquel que cree que porque cumple exteriormente con los preceptos, tiene licencia para criticar, defenestrar, ignorar, vilipendiar, a su prójimo.
         Este estado espiritual de San Pablo cambiará radicalmente luego del encuentro con Jesús, quien al infundirle su Espíritu Santo, Espíritu que es Amor divino, le hace comprender, por un lado, que Dios es Amor celestial, infinito, sobrenatural, eterno, y que si alguien se dice servidor de Dios y por lo tanto se dice religioso, ese tal debe sobresalir no solo por su piedad externa, sino ante todo por la caridad, es decir, el Amor sobrenatural, que debe brotar des de lo más profundo de su ser. El Pablo ciego, enceguecido luego del encuentro con Jesús, que camina lento y ayudado por alguien, es símbolo del cristiano que ha descubierto la mansedumbre y la humildad de Cristo, siendo la ceguera un símbolo de quien no ve a Dios en esencia, pero mantiene la esperanza de recuperar la vista algún día, es decir, de ver a Dios cara a cara en el cielo.
         Jesús le hace comprender a San Pablo –y en esto consiste su conversión- que la religión no es mera práctica exterior; es más, que la práctica exterior, sin la auto-humillación y sin la adoración en espíritu y en verdad a Dios, es cáscara seca de un fruto putrefacto; la religión sin caridad es una pantomima de la verdadera religión, una caricatura grotesca, una impostura cínica y radicalmente falsa, que repugna a Dios y a los hombres.
         La reflexión acerca de la experiencia de San Pablo, antes y después del encuentro personal con Cristo, nos debe servir para que meditemos acerca de con cuál de los dos Pablos nos identificamos: con el Pablo religioso externo, perseguidor, denunciador de faltas ajenas, pronto a la ira y a la ausencia de misericordia, cómplice, cuando no autor, de delitos cometidos contra el prójimo, o el Pablo luego de la conversión, el Pablo humilde, adorador del Dios verdadero “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23), pronto al perdón y al olvido de la ofensa, rápido para tender la mano a quien lo necesita.
                

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