San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 3 de marzo de 2023

Santas Perpetua y Felicitas y compañeros mártires en Cartago

 



Vida de santidad.

Perpetua, nacida en la nobleza, conversa. Esposa y madre. Fue martirizada con su servidora y amiga y otros mártires.

En el siglo IV se leían las actas de estas santas en las iglesias de África[1]. El pueblo les profesaba una estima tan grande que San Agustín se vio obligado a publicar una protesta para evitar que se las considerara en plano de igualdad con la Sagrada Escritura. Durante la persecución del emperador Severo, fueron arrestados en Cartago cinco catecúmenos el año 205[2]. Eran estos Revocato, Felícitas (su compañera de esclavitud, que estaba embarazada desde hacía varios meses), Saturnino, Secúndulo y Vibia Perpetua.  Esta última tenía 22 años de edad, era madre de un niño pequeño y tenía buena posición económica. A estos cinco se unió Sáturo quien les había instruido en la fe y se negó a abandonarles.

Perpetua escribió las actas: “Yo estaba todavía con mis compañeros. Mi padre, que me quería mucho, trataba de darme razones para debilitar mi fe y apartarme de mi propósito. Yo le respondí: ‘Padre, ¿no ves ese cántaro o jarro, o como quieras llamarlo?... ¿Acaso puede llamarlo con un nombre que no le designe por lo que es?’ “No”, replicó él. “Pues tampoco yo puedo llamarme por un nombre que no signifique lo que soy: cristiana”. Al oír la palabra “cristiana”, mi padre se lanzó sobre mí y trató de arrancarme los ojos, pero sólo me golpeó un poco, pues mis compañeros le detuvieron... Yo di gracias a Dios por el descanso de no ver a mi padre durante algún tiempo... En esos días recibí el bautismo y el Espíritu me movió a no pedir más que la gracia de soportar el martirio. Al poco tiempo, nos trasladaron a una prisión donde yo tuve mucho miedo, pues nunca había vivido en tal oscuridad. ¡Qué horrible día! El calor era insoportable, pues la prisión estaba llena. Los soldados nos trataban brutalmente. Para colmo de males, yo tenía ya dolores de vientre...”.

Más tarde, Perpetua tuvo un sueño que le ayudó a prepararse para el martirio. Su padre regresó para implorarle que renunciara a su fe para evitar el martirio. Le decía de rodillas y besando sus manos: “... Piensa en tu madre y en la hermana de tu madre; piensa sobre todo en tu hijo, que no podrá sobrevivirte. Depón tu orgullo y no nos arruines, pues jamás podremos volver a hablar como hombres libres, si te sucede algo”. Ella le respondió: “Las cosas sucederán como Dios disponga, pues estamos en Sus manos y no en las nuestras”.

Condujeron a los reos a la plaza del mercado para juzgarlos ante una multitud. Narra Perpetua: “Todos los que fueron juzgados antes de mí confesaron la fe. Cuando me llegó el turno, mi padre se aproximó con mi hijo en brazos y, haciéndome bajar de la plataforma, me suplicó: “Apiádate de tu hijo”. El presidente Hilariano se unió a los ruegos de mi padre, diciéndome: “Apiádate de las canas de tu padre y de la tierna infancia de tu hijo. Ofrece sacrificios por la prosperidad de los emperadores”. Yo respondí: “¡No!”. “¿Eres cristiana?”, me preguntó Hilariano. Yo contesté: “Sí, soy cristiana”. Como mi padre persistiese en apartarme de mi resolución, Hilariano mandó que le echasen fuera y los soldados le golpearon con un bastón. Eso me dolió como si me hubiesen golpeado a mí, pues era horrible ver que maltrataban a mi padre anciano”.

Se reservó a los mártires para los espectáculos que se iban a ofrecer a los soldados durante las fiestas de Gueta, a quien su padre, Severo, había nombrado César cuatro años antes, en tanto que había nombrado Augusto a su hijo Caracala.

Felícitas tenía miedo de que se la privase del martirio, porque generalmente no se condenaba a la pena capital a las mujeres embarazadas. Todos los mártires oraron por ella y así dio a luz a una hija en la prisión; uno de los cristianos adoptó a la niña. Según las actas: “El día del martirio los prisioneros salieron de la cárcel como si fuesen al cielo... La multitud, furiosa al ver la valentía de los mártires, pidió a gritos que les azotaran; así pues, cada uno de ellos recibió un latigazo al pasar frente a los gladiadores”. Entre tanto la veleidosa muchedumbre pidió que las mártires fueran arrojadas nuevamente a la arena, para ser despedazados por los animales; así se hizo, con gran gozo para las dos santas. Antes de morir, las mártires se despidieron de esta vida terrena, luego de lo cual, Felícitas primero y Perpetua después, fueron decapitadas.

Mensaje de santidad

Una observación que podemos hacer es que vemos en este grupo a toda clase de personas: gente de la nobleza, esclavos, madres de niños pequeños con sus hijos, embarazadas, catecúmenos, es decir, que recién habían abrazado la fe, y otros catequistas, es decir, quienes ya profesaban la fe cristiana desde hacía tiempo. Esto nos hace ver que el Espíritu Santo quiere que todos nos salvemos y por eso nos llama desde nuestro estado de vida, sin importar edad, raza, posición social, etc.

Otra observación se deriva de lo que sucedió en el momento del martirio y es lo siguiente: Perpetua y Felícitas fueron arrojadas a un toro embravecido, el cual las embistió a ambas, provocándoles numerosas y sangrantes heridas. En este momento, en el que la bestia ataca a las mártires, sucedió algo que nos hace ver que los mártires están asistidos especialmente por el Espíritu Santo y que si no fuera por esta asistencia, los mártires se desesperarían o gritarían dando aullidos de dolor: luego del ataque de la bestia, Perpetua volvió en sí de una especie de éxtasis y preguntó si pronto iba a enfrentarse con las fieras. Cuando le dijeron lo que había sucedido, la santa no podía creerlo, hasta que vio sobre su cuerpo y sus vestidos las señales de la lucha. Esto quiere decir que los mártires pueden soportar las torturas y los dolores atroces, gracias a la especial asistencia del Espíritu Santo, por lo que sus palabras, pronunciadas antes de morir, también podemos considerarlas como inspiradas por el Espíritu Santo. Perpetua llamó a su hermano y al catecúmeno Rústico y les dijo: “Permaneced firmes en la fe y guardad la caridad entre vosotros; no dejéis que los sufrimientos se conviertan en piedra de escándalo”.

 



[1] El martirio se conmemoraba originalmente el 7 de marzo. Estos mártires aparecen en todos los calendarios y martirologios antiguos, como por ejemplo en el calendario filocaliano de Roma, (354 P.C.); cfr. Butler, Vida de los Santos, Vol I.

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