San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 9 de marzo de 2023

Santa Francisca Romana

 



         Vida de santidad[1].

Santa Francisca Romana, esposa, madre, viuda y apóstol seglar. Nació en Roma en el año 1384. Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar. Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobres y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres.

En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente.

A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Ella repetía: “Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros”.

Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más grandes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes en una guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital.

Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años, pero Santa Francisca nunca se quejó, porque sabía que, ofreciendo sus tribulaciones a Jesús, esas tribulaciones se convertían en premios para el cielo.

Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona, quien se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.

Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.

Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre “Oblatas de María”, y sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.

Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y consejo y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. En las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, los atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.

Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.

Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: “El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”. Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.

Tan pronto se supo la noticia de su muerte, los historiadores dicen que “toda la ciudad de Roma se movilizó”, para asistir a los funerales de Francisca. Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.

Mensaje de santidad.

         Santa Francisca Romana nos deja los siguientes ejemplos de santidad.

         Es un maravilloso ejemplo de cómo, siendo seglar, en este caso, esposa y madre de familia, eso no es un obstáculo, sino todo lo contrario, para cumplir los deberes de estado y los deberes para con Dios.

         Es un ejemplo admirable de esposa y madre católica, pues se encargó de amar a su esposo y de educar a sus hijos en la fe católica, y sobre todo en estos tiempos, en los que los padres de familia descuidan por completo, en la inmensa mayoría de los casos, la educación en la fe católica de sus hijos, educación a la que no le dan ninguna importancia.

         Es un excelente ejemplo de cómo se debe vivir el Primer Mandamiento, que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo: Santa Francisca amó a Dios por sobre todas las cosas y a su prójimo por amor a Dios, realizando innumerables obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.

         Vivió de forma cristiana, tanto en la riqueza como en la pobreza, cuando su familia perdió todas sus riquezas materiales a manos de los enemigos de la Iglesia.

         Obró una de las obras de misericordia espirituales más importantes: “Enseñar al que no sabe”, puesto que formó en la religión a sus hijos y también a los enfermos a los que asistía en el hospital.

         Unió su vida y su enfermedad a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo su dolorosa enfermedad a Jesús crucificado, por manos de la Virgen.

         Amó a sus enemigos, como Cristo lo ordena –“Amen a sus enemigos”-, logrando su conversión, como sucedió con su nuera, la esposa de uno de sus hijos.

         Dios le concedió el don de curar enfermos y de alejar malos espíritus, además de tener el don de pacificar a los corazones enemistados.

         Para continuar en el tiempo y así multiplicar la caridad para con los más necesitados, fundó una orden de religiosas seglares, las “Oblatas de María”.

         Cuando había epidemias, no se quedaba encerrada en su casa, sino que salía a atender a los enfermos, preocupándose no solo por la salud corporal sino ante todo por la salud espiritual, procurando que curaran sus almas mediante el Sacramento de la Penitencia.

         El día de su muerte, dio indicios de que no pasaría ni un segundo en el Purgatorio, sino que iría directamente al cielo, al decir: “El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”.

Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes de estado que tenemos en nuestro hogar, sin descuidar por eso mismo nuestros deberes para con Dios, que es el de orar y el de obrar la misericordia corporal y espiritual para con nuestros prójimos.

 

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