San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 7 de marzo de 2023

Santas mártires Perpetua y Felicitas

 



Las santas mártires Felicitas y Perpetua[1] murieron en Cartago, ciudad romana del Norte de África, el 7 de marzo del 203, junto con tres compañeros: Revocato, Saturnino y Segundo, durante la persecución del emperador romano Septimio Severo, el cual había prohibido, incluso hasta con pena de muerte, la conversión al catolicismo. Los detalles del martirio de estos santos de la Iglesia del Norte de África han llegado hasta nosotros gracias a una descripción contemporánea[2]. Perpetua era una joven de la nobleza romana que acababa de dar a luz a su hijo, y Felicitas era una esclava. El relato de su encarcelación y martirio, escrito en buena parte por la misma Perpetua antes de morir, es uno de los testimonios más completos de las persecuciones romanas y del heroísmo sobrenatural de los primeros cristianos. Así, los sufrimientos de la vida en prisión, los intentos del padre de Perpetua de inducirla a la apostasía, las vicisitudes de los mártires antes de su ejecución, las visiones de Sáturo y de Perpetua en sus calabozos, fueron puestas por escrito por estos dos últimos. Poco después de la muerte de los mártires otro cristiano añadió a este documento un relato de su ejecución. Después de su arresto y antes de que fueran llevados a prisión, los cinco catecúmenos fueron bautizados. 

         El juicio de los seis prisioneros tuvo lugar ante el Procurador Hilariano. Los seis confesaron resueltamente su fe cristiana. El padre de Perpetua, llevando en brazos el hijo de ésta, se le acercó nuevamente y trató, por última vez, de inducirla a la apostasía; el procurador también razonó con ella, pero fue en vano. Ella se rehusó a hacer un sacrificio a los dioses para la protección del emperador. El procurador, por tanto, sacó al padre por la fuerza, momento en el cual él fue azotado. Los cristianos fueron condenados a ser despedazados por las bestias durante el festival por el cumpleaños del emperador; al enterarse de la sentencia, los mártires, lejos de llorar y desesperarse, dieron sin embargo gracias a Dios por esta sentencia de muerte, porque sabían que la muerte en Cristo no erar más que el paso a la eternidad en el Reino de los cielos, porque esa es la recompensa que da Cristo a quienes dan testimonio de Él hasta el derramamiento de sangre. Luego de la sentencia a muerte, fueron trasladados a otra prisión, cerca del circo adonde serían arrojados a las bestias.

         Felicitas, quien al momento de su encarcelamiento contaba con ocho meses de embarazo, pensaba que no se le permitiría sufrir martirio junto con los demás, ya que la ley prohibía la ejecución de una mujer embarazada. Sin embargo, como había recibido la gracia del martirio, dos días antes de los juegos dio a luz a una niña, que fue adoptada por una mujer cristiana, con lo cual Felicitas se alegró doblemente: porque su hija sería educada en la fe católica y porque ella estaría en condiciones de sufrir el martirio.

         El 7 de marzo, los prisioneros fueron llevados al anfiteatro. A petición de la muchedumbre pagana, primero fueron azotados; luego, un jabalí, un oso y un leopardo se colocaron frente a los hombres, y una vaca salvaje frente a las mujeres. Heridos por los animales salvajes, se dieron uno a otro el beso de la paz, y fueron pasados por la espada.

         El relato[3] de su ejecución es el siguiente: “Los mártires marcharon de la cárcel al anfiteatro como si fueran al cielo, con el rostro resplandeciente de alegría y llenos de gozo. La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua, quien cayó de espaldas. Al ver a Felicitas tendida en el suelo se acercó, le dio la mano y la levantó. Perpetua -que había sido embestida por una vaca enfurecida-, como si despertara de un sueño (su espíritu había estado en éxtasis, contemplando al Cordero, mientras su cuerpo era embestido por el animal), comenzó a mirar alrededor suyo y, asombrando a todos, dijo: “¿Cuándo nos arrojarán esa vaca, no sé cuál es?”. Como le dijeran que ya se la habían arrojado, no quiso creerlo hasta que comprobó en su cuerpo y en su vestido las marcas de la embestida. Haciendo venir a su hermano, catecúmeno, dijo: “Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de vuestros padecimientos”.

         Sáturo, otro de los mártires, animaba al soldado Prudente diciéndole: “Hasta ahora, no he sentido ninguna de las bestias. Créeme que cuando salga de nuevo, seré abatido por una única dentellada de leopardo”. Y efectivamente, fue arrojado un leopardo y éste con una dentellada lo dejó agonizando, pero antes de morir, dijo a Prudente: “Adiós y acuérdate de la fe y de mí; que estos padecimientos no te turben, sino que te confirmen”. Luego le pasó su anillo, empapado en sangre, como herencia, para caer en tierra ya sin vida.

         Los que quedaban con vida, a pedido de la muchedumbre, fueron llevados para ser decapitados. Todos los mártires, inmóviles y en silencio, recibieron el golpe de la espada”.

         El relato de la ejecución de los mártires cartagineses finaliza así: “¡Oh valerosos y felices mártires! ¡Oh, vosotros, que de verdad habéis sido llamados y elegidos para gloria de Nuestro Señor Jesucristo!”.  

           Mensaje de santidad.

            ¿Qué mensaje de santidad nos dejan los mártires?

         Sus muertes hacen cierta esta afirmación: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, es decir, la sangre derramada por Cristo despierta la fe en quien la tenía dormida, o la concede a quien no la tenía, por eso, cuanto más se persigue a la Iglesia Católica, tanto más frutos de santidad obtiene la Iglesia;

         Alegría ante la muerte por Cristo, porque saben que la recompensa es el cielo;

         Ausencia de dolor en sus cuerpos y paz en sus almas, a pesar de las terribles torturas, porque los mártires son asistidos por el Espíritu Santo;

         Nos aconsejan permanecer firmes en la fe, que es la del Credo, porque es la puerta abierta al cielo;

         Nos animan a que, en el Amor del Espíritu Santo, nos amemos los unos a los otros, como Cristo nos pide en el Evangelio;

         Conocen que su muerte está próxima, pero no sienten ni angustia, ni miedo, ni desesperación, sino paz y alegría, porque saben que en pocos instantes entrarán en la eternidad, para cantar las alabanzas al Cordero para siempre, con sus cuerpos y almas glorificados;

         Nos piden encarecidamente que no nos dejemos abatir por nuestros sufrimientos terrenos, porque si estos son ofrecidos a Cristo por manos de la Virgen, nos abren las puertas del cielo.

 

 



[1] La fiesta de estas santas se celebra el 7 de marzo y sus nombres fueron añadidos al Canon Romano. La descripción en latín de su martirio fue descubierta por Holstenius, y publicada por Poussines. Los capítulos III-X contienen la narración de Perpetua; los capítulos XI-XIII las de Saturo; los capítulos I, II, y XIV-XXI fueron escritos por un testigo ocular poco después de la muerte de los mártires.

[3] De la historia del martirio de los santos mártires cartagineses, Caps. 18. 20-21, edición van Beek, Nigema 1936, 42. 46-52.

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