San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 4 de noviembre de 2021

San Carlos Borromeo

 



         Mensaje de santidad[1].

         San Carlos Borromeo fue obispo de Milán y luego nombrado cardenal por el papa Pío IV, se caracterizó por ser un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, que son las necesidades de la Iglesia de todos los tiempos, la conversión de los pecadores y la salvación de las almas y para la formación del clero erigió numerosos seminarios, a fin de dar pastores según el Corazón de Cristo para las almas; además, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de mantener siempre vivas las tradiciones, las virtudes y la fe católica.

         Vida de santidad.

San Carlos Borromeo se caracterizó, como obispo, por visitar a toda su diócesis, a todas sus parroquias, para estar en contacto con sus sacerdotes y con los fieles laicos. Su diócesis comprendía una vasta porción de territorio, pero eso no fue un inconveniente para que el santo obispo la visitara y recorriera en toda su extensión, lo cual daba fe de celo por preservar intacta la verdadera fe católica, para que no sufriera contaminación con ideas extrañas, además de su gran amor por las almas, por su conversión y su salvación. En su escudo episcopal llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad; no se trataba de un simple detalle heráldico, sino una elección precisa: atento al Evangelio, el santo obispo era consciente que la humildad era la virtud, junto a la caridad, que más distinguía la Hombre-Dios Jesucristo, al punto de ser la virtud expresamente pedida por Él en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón” y como deseaba imitar a Cristo, deseaba imitarlo en aquello que más lo caracterizaba, la humildad, que nace de la caridad, del amor sobrenatural a Dios y al prójimo. Así, él, que era de cuna noble y que por herencia familiar poseía una gran riqueza, no dudaba en privarse de todos los lujos para emprender largos y fatigosos viajes, con tal de estar en contacto con los fieles laicos y así asistirlos en sus tribulaciones y confortarlos con los auxilios de la Santa Religión. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra, porque se preocupaba tanto de los pobres materiales, como de los pobres espirituales, aquellos que lo tienen todo materialmente hablando, pero que son pobres espirituales porque necesitan de la riqueza inagotable de la Palabra de Dios. Utilizó todos sus bienes en la construcción de hospitales y hospicios, para ocuparse de los pobres materiales y también para construir casas de formación para el clero, para así ocuparse de los pobres espirituales, que no tenían la riqueza de la gracia que conceden los Santos Sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía. Además, en una época caracterizada por el surgimiento de doctrinas extrañas que contradecían y negaban las verdades fundamentales de la Santa Fe Católica, San Carlos Borromeo se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el gran Concilio de Trento, Concilio que no solo fue un dique de contención para las grandes herejías modernistas que pretendían destruir la esencia de la Fe Católica, sino del que además fue uno de los principales interventores y redactores. Este Concilio serviría, hasta el día de hoy, para no solo frenar las numerosas herejías de todos los tiempos, sino para reavivar la verdadera Fe Católica en el pueblo fiel. El santo obispo se preocupaba por la formación humana, académica y espiritual del clero y de los religiosos, porque sabía que si los sacerdotes eran santos, el pueblo también sería santo, devoto, fiel y amante de Jesús Eucaristía y de la Virgen, Madre de Dios, y por eso llevó adelante numerosas reformas dirigidas en este sentido, aunque esto le acarreó numerosos enemigos, incluso dentro del clero, llegando a ser blanco de un atentado contra su vida mientras rezaba en la capilla, saliendo ileso del mismo y perdonando cristianamente a quienes lo habían agredido. En el año 1756 se desencadenó una gran epidemia en su diócesis, pero esto no detuvo su ánimo misional, por lo que a pesar de la pandemia, siguió visitando su diócesis como lo hacía desde que había asumido el cargo de obispo. Murió el 3 de noviembre de 1584 y fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

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