San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 6 de noviembre de 2020

San Martín de Tours

 



         Vida de santidad[1].

         San Martín nació en Panonia, Hungría, el 316. Sus padres, que eran paganos, lo obligan a ingresar en el ejército, para alejarlo del cristianismo. Sin embargo, fue en el mismo ejército en donde San Martín se convirtió del paganismo al cristianismo. En efecto, siendo militar, sucedió un hecho en la vida de San Martín de Tours, que lo condujo directamente a la conversión. Sucedió que un día de invierno, al entrar en la localidad de Amiens, el santo encontró un mendigo, prácticamente sin ropas y casi en estado de congelación. Al verlo en ese estado, San Martín de Tours descendió de su caballo, se quitó la capa, la partió en dos mitades con su espada y le dio una mitad al pobre, para que así pudiera abrigarse. Esa misma noche tuvo una visión en la que veía a Cristo con su media capa puesta, que decía a los ángeles: “¡Miren, este es el manto que me dio Martín el catecúmeno!”.

Pronto recibe el bautismo y dos años después, deja la milicia para seguir a Cristo. San Hilario de Poitiers le instruyó en teología, filosofía, Biblia y Santos Padres, con vistas a ordenarle de diácono y luego presbítero. Regresa a Poitiers y funda el monasterio de Ligugé, en donde pasa once años. En el año 371 fue nombrado obispo de Tours, emprendiendo una misión apostólica por toda Francia durante treinta y cinco años, realizando esta labor con tal fidelidad a la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, que es por esto llamado en adelante “el apóstol de las Galias”. Entre sus obras, además de enfrentarse a emperadores, llamándolos a la conversión del paganismo al cristianismo, se encuentra su defensa de los más débiles y la realización de innumerables milagros. La intensidad de sus viajes apostólicos y la realización incansable de obras de caridad, terminaron por agotar sus fuerzas físicas, al punto que llegó un momento en que sentía que ya estaba por morir. Sus discípulos le piden que no les deje huérfanos, a lo que Martín contestó: “Señor, si aún soy necesario, no rehúso el trabajo. Sólo quiero tu voluntad”. Aún así, la muerte –y el ingreso en el Cielo- se acercaba inexorablemente. Estando en su lecho de muerte, los discípulos querían colocarlo en una posición más cómoda, pero San Martín les dijo, mirando al Cielo: “Déjenme así, para dirigir mi alma en dirección hacia Dios”. En su agonía, el demonio se hizo presente, por lo que San Martín exclamó: “¿Qué haces ahí, bestia sanguinaria? No hay nada en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abrahán me espera”. E inmediatamente entregó su alma a Dios. Era el 8 de noviembre del año 397.

         Mensaje de santidad

        San Martín fue un asceta, un apóstol, un hombre de oración, muy influyente en toda la espiritualidad medieval y su faceta principal fue la caridad. El gesto de Amiens, dar media capa, fue superado cuando, siendo obispo, entregó su túnica entera a un mendigo, aunque éste es un hecho menos conocido. Sus mismos milagros, como los de Cristo, fueron milagros de caridad. Como Nuestro Señor Jesucristo, “Pasó haciendo el bien”. Cuando le preguntaban qué profesiones había ejercido, respondía: “Fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma”. Por eso hay quien resume la vida de Martín así: “Soldado por fuera, obispo a la fuerza, monje por gusto”. Podemos decir que en algo estamos en grado de imitar al santo, ya que somos soldados de Cristo por la Confirmación y podemos ser, sino monjes ni obispos, al menos “contemplativos en la acción”, haciendo Adoración Eucarística en medio de nuestras ocupaciones cotidianas; también podemos –y debemos- imitar al santo en su caridad: muy probablemente no se nos aparezca Jesús como mendigo que pasa frío, pero sabemos por la fe que Jesús está, de modo misterioso pero real, en cada mendigo que pasa frío y hambre, en cada prójimo que tiene necesidad de ayuda material y espiritual. Obrar las obras de misericordia, espirituales y corporales, será el mejor modo de imitar a San Martín de Tours y de rendirle homenaje, como santo de Cristo.

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