San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 6 de noviembre de 2020

San León Magno

 



         Vida de santidad[1].

Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba correctamente el latín. Llegó a ser Secretario del Papa San Celestino y de Sixto III, y fue enviado por éste como embajador a Francia a tratar de evitar una guerra civil que iba a estallar por la pelea entre dos generales. Estando por allá le llegó la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice, en el año 440. Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y de él se conservan noventa y seis sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A los que estaban lejos los instruía por medio de cartas de las cuales se conservan ciento cuarenta y cuatro. Su fama de sabio era tan grande que cuando en el Concilio de Calcedonia los enviados del Papa leyeron la carta que enviaba San León Magno, los seiscientos obispos se pusieron de pie y exclamaron: “San Pedro ha hablado por boca de León”. En el Concilio de Calcedonia, en el que defendió la doctrina ortodoxa sobre la encarnación de Dios[2].

         Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad de San León Magno nos recuerda al libro de Job: “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (Job 7, 1). En efecto, no por ser Papa, estuvo exento de luchar contra los enemigos de la Iglesia. El santo luchó contra dos tipos de enemigos: los externos, que querían invadir y destruir a Roma, y los internos, que trataban de engañar a los católicos con errores y herejías. Los externos fueron Atila, quien en el año 452 quiso invadir Roma con su ejército de hunos, pero el Papa León le salió a su encuentro, desarmado con armas de hierro pero armado con el arma espiritual de la Palabra de Dios y logró milagrosamente que no entrara en Roma y regresara a su tierra. Luego, en el año llegó 455 llegó otro enemigo feroz, Genserico, jefe de los vándalos, al cual no pudo impedir que entrara en Roma y la saqueara, aunque sí obtuvo de éste que no incendiara la ciudad ni matara a sus habitantes.

Pero los enemigos más importantes con los que se tuvo que enfrentar el Papa San León Magno provenían del interior de la Iglesia: en efecto, un grupo de herejes, entre los cuales se encontraban muchos sacerdotes, comenzaron a negar el dogma de la Encarnación del Verbo: estos enemigos fueron combatidos y derrotados por el Papa en el Concilio de Calcedonia, en donde el Papa defendió la verdadera doctrina, es decir, que Quien se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de María era el Verbo Eterno de Dios, consubstancial al Padre. Esto quiere decir que Jesús de Nazareth es Dios y no un hombre más entre tantos. La doctrina de la Encarnación del Verbo es importantísima para la fe católica, porque si el que se encarnó en la Virgen es el Hijo de Dios, entonces la Eucaristía es ese mismo Hijo de Dios oculto en apariencia de pan, porque la Eucaristía es la prolongación de la Encarnación del Verbo. Es por esto que la Eucaristía se debe adorar, porque no es un pan bendecido, sino Dios Hijo en Persona, oculto en las apariencias de pan. El mensaje de santidad de San León Magno es entonces el siguiente: el católico no puede cruzarse de brazos frente a los enemigos, tanto externos como internos, de la Iglesia de Cristo y debe salirles a su encuentro, seguros de la victoria, pues la victoria sobre los enemigos de la Iglesia ya la obtuvo Nuestro Señor Jesucristo, por medio de su Sacrificio en la Cruz.

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