San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 2 de julio de 2019

Fiesta de Santo Tomás, Apóstol



          “No seas incrédulo, sino hombre de fe” (Jn 20, 24-29). Jesús se aparece a los Apóstoles mientras está ausente Tomás; cuando llega éste, le cuentan de la aparición de Cristo resucitado pero Tomás se niega a creer sin ver: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi mano en la herida del costado, no lo creeré”. A los ocho días, Jesús se vuelve a aparecer, estando Tomás presente y, para que Tomás crea, Jesús le dice que mire las heridas de los clavos y que meta sus manos en la herida del costado, al tiempo que le recomienda el “no ser incrédulo”, sino hombre de fe, puesto que los dichosos son los que “creen sin haber visto”.
          Las palabras de Jesús nos llevan a la siguiente consideración: si Tomás recibió una gracia extraordinaria, pues Jesús se le apareció en Persona y le mostró sus heridas y le dijo que metiera las manos en ellas y en el costado, para que Tomás superara su incredulidad, debemos saber que recibir la fe y no ver fenómenos extraordinarios, sino creer por esta misma fe, es algo que supera a una aparición de Jesús resucitado. El mismo Jesús lo dice: “Dichosos los que creen sin ver”.
          Entonces, en las palabras de Jesús, el creer sin ver, es un motivo o causa de un estado de felicidad para el que cree sin ver: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Paradójicamente, nuestra religión está colmada de misterios que sobrepasan la capacidad de comprensión de la inteligencia humana, aunque su manifestación visible es prácticamente nula, lo cual podría favorecer la actitud de escepticismo y de incredulidad de muchos fieles, al estilo de Tomás. Por ejemplo, hablando de la Eucaristía, alguien podría decir: “Si no veo a la Cruz en el altar y a Jesús sobre la Cruz, no creeré que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario”. Y así, con todos los misterios de nuestra religión. Para los incrédulos, entonces, serían necesarias continuas manifestaciones visibles y sensibles, con el fin de que crean. Sin embargo, pensar así es erróneo, porque poner la condición de “ver para creer” es hacer depender la fe del elemento visible y sensible, cuando la fe no depende de lo que se ha visto, sino de lo que se ha escuchado y se ha atesorado en el corazón acerca del misterio del Hombre-Dios, aún sin ver. En esto, en creer sin ver, está la felicidad, dice Jesús y no en tener continuas apariciones: “Dichosos los que creen sin haber visto”.
Por esto mismo, a los incrédulos, que a cada misterio de nuestra fe responden con la frase de Tomás: “Si no veo, no lo creo”, hay que responder con las palabras de Jesús: “Dichosos los que creen sin haber visto”.

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