San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 11 de junio de 2019

San Bernabé Apóstol



         Vida de santidad[1].

Era judío, de la tribu de Leví, pero nació en la isla de Chipre. Vendió las fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los apóstoles para que lo repartieran a los pobres. Cuando después de su conversión Saulo llegó a Jerusalén, los cristianos sospechaban de él y se le alejaban, pero entonces Bernabé lo presentó a los apóstoles y se los recomendó, siendo quien luego lo encaminará después a emprender sus primeras grandes labores apostólicas.
De San Bernabé se hallan elogios de su persona en la Santa Biblia que son difíciles de hallar en otras personas. Dice así: “Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hch 11, 24). Bernabé, que se encontraba en Antioquía -ciudad fue donde por primera vez se llamó “cristianos” a los seguidores de Cristo-, invitó a Saulo a Antioquía, trabajando juntos desde entonces, predicando en Antioquía, la cual se convirtió en un gran centro de evangelización. Sucedió que un día mientras los cristianos de Antioquía estaban en oración, el Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que eran profetas y dijo: “Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una misión especial”. Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar, partieron para su primer viaje misionero. Luego de evangelizar en Chipre, en donde se convirtió el gobernador, Saulo y Bernabé emprendieron su primer viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y Pablo declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los no israelitas. En la ciudad de Listra, al llegar curaron milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente entró otra vez en la ciudad. Después de todo esto Bernabé y Pablo se devolvieron ciudad por ciudad donde habían estado evangelizando y se dedicaron a animar a los nuevos cristianos y les recordaban que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22).

         Mensaje de santidad.

         Uno de los mensajes de santidad de San Bernabé es el haberse opuesto, con todas sus fuerzas, a la idolatría y sobre todo a la auto-idolatría. Como vimos, después que él y Saulo hicieron el milagro de curar al paralítico, la multitud trató de hacer sacrificios de animales en su honor, creyendo supersticiosamente que ellos eran dioses venidos a la tierra. San Bernabé sabía que cuando alguien hace un verdadero milagro, es porque lo hace no con sus propias fuerzas, sino con la fuerza y la omnipotencia de Dios. Es decir, el justo o el santo que hacen milagros, lo hacen porque Dios los hace partícipes de su poder divino y es así como se obran prodigios. San Bernabé tenía clara conciencia de que si ellos aceptaban esos sacrificios en honor de ellos, hubieran estado pasando por encima de la gloria de Dios, habrían relegado a Dios, atribuyéndose la gloria que sólo a Dios le pertenecía y se hubieran hecho pasar por unos impostores. Es por eso que, junto a Pablo, rechazan enérgicamente los sacrificios que la multitud pretendía hacer para ellos, dejando en claro que quien hace los milagros es Dios y que ellos son meros instrumentos.
         Este ejemplo de santidad es válido para nuestros días y para nosotros, cristianos del siglo XXI. Muchas veces ni siquiera hacemos milagros, sino una insignificante obra buena y ya nos atribuimos el poder y la gloria de esta obra  buena, con lo cual quitamos a Dios la gloria que le pertenece y nos ponemos en su lugar, recibiendo una gloria que sólo es de Dios. En otras ocasiones, los líderes de sectas hacen pretendidos milagros -cualquier milagro que no venga de Dios es un falso milagro, un invento de los hombres o un invento de Satanás- y los hombres buscan, con desesperación, ser reconocidos por su bondad y poder. El ejemplo de humildad de San Bernabé que, cumpliendo la voluntad de Dios, hace un milagro junto a Pablo en su nombre, es válido para nosotros, para que lo imitemos en su humildad y, si llegamos a hacer no ya un milagro, sino al menos una obra pequeña obra buena, no nos adjudiquemos nosotros la gloria, sino que demos todo el poder, el honor y la gloria a Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado.



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