San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 12 de junio de 2019

Los milagros de San Antonio


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San Antonio de Padua está caracterizado como uno de los más grandes obradores de milagros en la Iglesia Católica. Haremos una breve revisión de algunos de ellos.
Sucedió que en Rímini, en una ocasión, un grupo de herejes no le permitían al pueblo acudir a sus sermones –en ellos se convertían innumerables gentes-, por lo que San Antonio decidió ir a la orilla del mar, diciendo: “Dado que vosotros demostráis ser indignos de la Palabra de Dios, he aquí que me dirijo a los peces, para más abiertamente confundir vuestra incredulidad. Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. Entonces ocurrió lo impensado: ante el llamado del santo, los peces afloraron por centenares, ordenados y atentos, dispuestos a escuchar la predicación de San Antonio. El milagro fue presenciado por decenas de testigos y, una vez que se divulgó su noticia, provocó gran admiración en la ciudad de Rímini, sintiéndose los herejes confundidos, debiendo ceder en su propósito de impedir la prédica del santo.
San Antonio se caracterizaba por ser un gran defensor de los pobres y no dudaba en enfrentarse, siempre y dondequiera, a sus opresores. En una oportunidad se encontró cara a cara con sangriento delincuente de Verona, llamado Ezzelino de Romano, quien había perpetrado una terrible masacre entre sus súbditos. Cuando Antonio vio a Ezzelino le dijo estas duras palabras: “Oh, enemigo de Dios, tirano despiadado, perro rabioso, ¿hasta cuándo seguirás derramando sangre inocente de cristianos? ¡Escucha bien, pende sobre tu cabeza la sentencia del Señor, terrible y durísima!”. Cuando los esbirros de Ezzelino esperaban ansiosos que su jefe los mandara a apresar y asesinar al atrevido fraile franciscano, Ezzelino los sorprendió al ordenar que no ejercieran ninguna violencia sobre el religioso. Para explicar su proceder, el tirano les dijo: “Compañeros, no os asombréis. Os digo con toda verdad, que he visto emanar del rostro de este padre una especie de fulgor divino, que me ha aterrado a tal punto que, ante una visión tan espantosa, tenía la sensación de precipitar en el infierno”.

Uno de sus milagros más famosos fue el que permitió que un hombre recuperara un pie amputado. Sucedió que en Padua, un joven de nombre Leonardo, en un arranque de ira, había pateado a su propia madre; arrepentido, le confesó su falta a San Antonio, quien le dijo metafóricamente: “El pie de aquel que patea a su propia madre, merece ser cortado.” El joven, atormentado por los remordimientos, corrió a casa y se cortó el pie. Al enterarse de esto, el santo fue al domicilio de Leonardo y, después de una oración, le reinjertó a la pierna el pie amputado, haciendo el signo de la cruz. Y aquí se realizó el extraordinario milagro, pues el pie quedó de nuevo unido a la pierna, de manera tal que el hombre se puso de pie, empezó a caminar y a saltar de alegría, alabando a Dios y agradeciendo a Antonio.


En otra ocasión, durante un debate entre Antonio y un hereje acerca de la presencia de Jesús en la Eucaristía, el hereje –que no creía en la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Hostia consagrada- retó a Antonio a que le demostrara con un milagro la presencia real de Cristo en la Eucaristía, prometiendo que si lo conseguía él se convertiría de inmediato a la fe verdadera. Para ello, el hereje le propuso lo siguiente: tendría su mula encerrada en el establo durante algunos días sin darle de comer y después la llevaría a la plaza, ante toda la gente, poniéndole delante el forraje; al mismo tiempo, Antonio debería estar de pie, con la custodia y la Eucaristía, al lado del alimento de la mula: si el animal, a pesar del hambre que experimentaba, se inclinaba ante la Eucaristía, ignorando la comida, significaría que el santo tenía la razón.
Llegó entonces el día convenido y después de estar tres días sin comer, la mula fue llevada a la plaza y puesta delante de una gran cantidad de forraje; a su lado, como estaba convenido, se encontraba San Antonio, quien en sus manos tenía una custodia con una Hostia consagrada. En ese momento el Santo le mostró la Hostia a la mula y le dijo: “En virtud y en nombre del Creador, que yo a pesar de ser indigno, tengo verdaderamente entre las manos, te digo, oh animal, y te ordeno acercarte enseguida y con humildad y ofrécele la debida veneración”. Para asombro de todos los presentes, y cuando el religioso aún no había terminado de pronunciar estas palabras, la mula bajó la cabeza hasta los jarretes y se arrodilló ante el Sacramento del Cuerpo de Cristo. El hereje, que sería hereje pero tenía palabra, terminó convirtiéndose a la verdadera fe, gracias a este milagro de San Antonio.


En otra ocasión una madre de un bebé de veinte meses llamado Tomasito lo dejó solo en su casa jugando; sin embargo al volver, lo encontró sin vida, pues el niño se había resbalado y se había ahogado en un recipiente de agua. Desesperada, la madre invocó la ayuda del santo y en su oración hizo la siguiente promesa: si obtenía la gracia que pedía, que su hijo volviera a la vida, iba a dar a los pobres tanto pan cuanto pesara el bebé. En ese mismo momento su hijo recobró milagrosamente la vida, naciendo así la tradición del “pondus pueri”, una oración con la cual los padres, a cambio de protección para los propios hijos, prometían a San Antonio tanto pan cuanto era el peso de los hijos[1].
Otro milagro famoso sucedió esta vez en una localidad de Toscana: había fallecido un conocido avaro y usurero, de mucho dinero, y se estaban celebrando con solemnidad sus funerales, como acostumbra hacer la Iglesia cuando fallece un fiel bautizado. San Antonio se encontraba presente en el funeral y, movido por una inspiración, comenzó a decir que aquel muerto no podía ser enterrado en lugar consagrado porque el cadáver no tenía el corazón, pues su corazón estaba con su fortuna, porque así se cumplían las palabras del Señor: “Donde esté tu fortuna, ahí estará tu corazón”. San Antonio exigía que se suspendieran las exequias católicas y que su cuerpo fuera arrojado fuera.



Todos los presentes quedaron asombrados por las palabras del Santo y a tal punto, que fueron llamados los médicos, quienes abrieron el pecho del difunto. Y, efectivamente, el corazón no estaba en la caja torácica del muerto, pues se encontraba en la caja fuerte donde éste conservaba el dinero. Las exequias se suspendieron, porque el corazón de este hombre no estaba con Dios, sino con el oro y la plata.

El encuentro con el Niño Jesús
En mayo de 1231, Antonio se trasladó a Verona y de ahí al castillo de Camposampiero del conde Tisso, donde moraba una comunidad de religiosos franciscanos. En el bosque que circundaba el castillo, al lado de un gigantesco nogal, el Santo se hizo construir una pequeña cabaña, donde moraba la mayor parte del día y la noche dedicado a la meditación y a la oración.


En este humilde sitio tendría lugar la célebre visión del niño Jesús. El conde Tisso, quien solía visitar con frecuencia a su célebre huésped, se percató una noche de que la puerta entreabierta de la cabaña salía un intenso resplandor. Temiendo que fuera el resplandor de un incendio, empujó la puerta y quedó estupefacto con la escena que presenció: San Antonio sostenía entre sus brazos a un niño hermosísimo y resplandeciente, que despedía un esplendor divino, el Niño Jesús. El Santo posteriormente le advirtió al Conde que callara lo que había presenciado, y que lo divulgara sólo hasta que él hubiera muerto, un suceso que iba a ocurrir más temprano que tarde.

En efecto, después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San Antonio comenzó a empeorar y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. El santo supo de inmediato que sus días estaban contados y entonces pidió que lo llevasen a Padua, aunque sólo pudo alcanzar los aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella, recibió los últimos sacramentos. Entonó un canto a la Santísima Virgen y sonriendo dijo: “Veo venir a Nuestro Señor” y falleció. La gente, al enterarse de su muerte, comenzó a recorrer las calles gritando: “¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!”. San Antonio, al morir, tenía tan sólo 35 años de edad.
San Antonio sería canonizado por el Papa Gregorio IX antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte, convirtiéndose en el segundo santo más rápidamente canonizado por la Iglesia, después de San Pedro Mártir de Verona. Su fama de obrar actos prodigiosos no ha disminuido y, aún en la actualidad, San Antonio es reconocido como el más grande taumaturgo de todos los tiempos.

         Mensaje de santidad.

         Es verdad que San Antonio de Padua realizó grandes milagrosa a lo largo de su vida; sin embargo, no debemos pensar que en esto consiste la santidad: lo que le valió el premio eterno, el Reino de los cielos, no fueron sus milagros, sino el amor demostrado a Dios, viviendo en gracia, acrecentándola, conservándola, mediante la recepción de los sacramentos y el cumplimiento heroico de las virtudes cristianas, y esto no un día o dos, sino todos los días de la vida.



[1] https://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/los-milagros-de-san-antonio-de-padua-el-santo-que-sostuvo-entre-sus-brazos-a-jesus/


[1] Este milagro también daría origen a la Obra del Pan de los Pobres y después a la Caritas Antoniana, instancia en que las organizaciones antonianas se ocupan de llevar comida y artículos de primera necesidad y asistencia a los pobres de todo el mundo.

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