San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 30 de agosto de 2018

San Ramón Nonato



         Vida de santidad[1].

         Se le llama así –Nonato, que quiere decir: “no-nacido”- porque su madre falleció antes de que lo diera a luz, siendo necesario practicarle una cesárea para que San Ramón pudiera nacer: por esta razón, las mujeres embarazadas se encomiendan a él para dar a luz sin peligros. San Ramón nació en Cataluña, España, en el año 1204. A muy temprana edad entró en la Congregación de Padres Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco, quienes se dedicaban a rescatar cautivos que los mahometanos habían llevado presos a Argel. En ese entonces, los mahometanos tomaban a los cristianos por rehenes y los mantenían esclavizados, exigiendo una suma de dinero para su rescate. Precisamente, San Ramón, ya siendo religioso, fue enviado por sus superiores a África con una gran cantidad de dinero, con el fin de rescatar a los católicos que estaban esclavizados por los musulmanes. San Ramón cumplió con su misión, gastando todo el dinero que tenía en conseguir la libertad de muchos cristianos y enviarlos otra vez a su patria, de donde habían sido llevados secuestrados por los enemigos de nuestra religión.
Una vez que se le acabó el dinero se ofreció él mismo a quedarse como esclavo, con tal de que libertaran a algunos católicos que estaban en grave peligro de perder su fe y su religión por causa de los atroces castigos que los mahometanos les infligían.
Debido a que los musulmanes prohíben absolutamente hablar de la religión católica y puesto que Ramón, en vez de callar, se dedicó a catequizar a sus compañeros de esclavitud, incluidos algunos mahometanos, en castigo le aplicaron terribles tormentos y lo azotaron muchas veces hasta dejarlo casi muerto. Pero aun así San Ramón continuaba con su apostolado, de manera que los musulmanes decidieron ponerle un candado en la boca, abriéndolo sólo para que pudiera comer.
Los musulmanes lo liberaron para que fuera a España y trajera más dinero para rescatar cristianos, pero San Ramón, una vez en libertad, continuó proclamando el Evangelio, por lo que los musulmanes lo volvieron a encarcelar y a torturar. Luego de un tiempo, el fundador de la Orden, San Pedro Nolasco, envió a algunos de sus religiosos con una fuerte suma de dinero y pagaron su rescate y por orden de sus superiores volvió a España.
Como premio por su valiente testimonio de fe ante los islamistas, el sumo Pontífice Gregorio IX lo nombró Cardenal, aunque San Ramón siguió viviendo humildemente como si fuera un pobre e ignorado religioso. El Santo Padre lo llamó a Roma para que le colaborara en la dirección de la Iglesia y el humilde Cardenal emprendió el largo viaje a pie. Sin embargo, durante el viaje, se vio afectado por una enfermedad desconocida que, entre otras cosas, le produjo un cuadro con altísimas fiebres, hasta que finalmente murió. Era el año 1240 y el santo apenas tenía treinta y seis años. Pero había sufrido y trabajado muy intensamente, y se había ganado una gran corona para el cielo.

         Mensaje de santidad.

         Algo que se destaca en San Ramón –y es lo que le valió el título de cardenal y luego la santidad, es decir, la bienaventuranza en el cielo- es que el santo no permaneció mudo frente a los enemigos de la religión, llevando a cumplimiento lo que dice la Escritura: “No podemos callar lo que hemos visto” (Hch 4, 13-21) y también “Predica a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4, 2). Es decir, San Ramón contempló los misterios de Cristo en el Evangelio, en la Cruz y en la Eucaristía y los proclamó, aun cuando estaba rodeado de enemigos y predicó a tiempo y a destiempo, o sea, cuando estaba a salvo en su Congregación y predicó también cuando estaba en la cárcel y no dejó de predicar, ni siquiera cuando lo torturaban.
         Muchos cristianos, cuando están frente a los enemigos de la fe y estos insultan a la fe católica, se quedan callados, cumpliendo el papel de “perros mudos” que denunciara el profeta Isaías (cfr. Is 56, 10). Muchos cristianos, ante los atropellos que sufre la religión católica día a día –por ejemplo, en estos días, unos irreverentes estudiantes universitarios retiraron la imagen de la Virgen que estaba colocada en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba[2]- se quedan callados, ya sea en los medios de comunicación, o en las conversaciones cotidianas. San Ramón nos da ejemplo de cómo no debemos callar las verdades de fe, ni siquiera cuando nuestras vidas estén en peligro, ya que él predicó en la cárcel, a sabiendas que podían condenarlo a muerte. Le pidamos  a San Ramón Nonato la gracia de no callar ante los enemigos de la fe y de predicar, más que con las palabras, con el ejemplo de vida, “a tiempo y a destiempo”, como lo hizo él.

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