San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 29 de agosto de 2018

Santa Rosa de Lima



         Vida de santidad[1].

         Nació en el año 1586 de ascendencia española en la capital del Perú, Lima, en 1586. Sus padres, de origen humilde, fueron Gaspar de Flores y María de Oliva. Mientras vivía en su hogar y hasta que se consagró, llevó una vida de piedad, oración y virtud. Una vez consagrada y vistiendo el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, profundizó todavía más su camino de penitencia y contemplación mística. Murió el día 24 de agosto del año 1617.
El nombre de Rosa lo adquirió la santa el día de su confirmación por parte del arzobispo de Lima, Santo Toribio. El  modelo de vida y santidad para Sana Rosa de Lima fue Santa Catalina de Siena. En una ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas; considerando esto como una vanidad y para reparar por esto, Santa Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia. Debido a que era muy agraciada por naturaleza, recibía constantes elogios de parte de la gente acerca de su belleza, por lo que la santa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.
En otra ocasión, una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras penitencias daban muestra de cómo aún a temprana edad, la santa poseía un espíritu de penitencia, mediante el cual combatía contra las acechanzas y peligros del mundo exterior y de las propias pasiones. Sin embargo, Santa Rosa era también consciente de que la penitencia de nada le serviría si antes no desterraba de su corazón la fuente de todo mal, que es el orgullo, el cual es una pasión que se manifiesta en el amor propio y es capaz de esconderse bajo el disfraz de la oración y el ayuno. Decidió emprender esta lucha contra su amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.
Jamás desobedeció a sus padres, dando ejemplo de perfecto cumplimiento del Cuarto Mandamiento y no mostró nunca hacia nadie, aún en las dificultades y contradicciones, gestos del más mínimo fastidio, siendo con todos caritativa y paciente. Sufría mucho por quienes no tenían visión sobrenatural y no comprendían su camino de penitencia, austeridad y piedad.
Su familia padeció penurias económicas luego del fracaso en una empresa por parte del padre de Santa Rosa. Para ayudar al sostenimiento de la familia, Santa Rosa trabajaba todo el día en el huerto y durante parte de la noche, se dedicaba a la costura. A pesar de que sus padres querían que se casara e insistían permanentemente en ello, la santa hizo voto de virginidad durante diez años para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Pasados esos diez años e imitando a Santa Catalina de Siena, ingresó en la Tercera Orden de Santo Domingo. Desde ese momento, se recluyó en una cabaña que había construido en el huerto. Sobre su cabeza solía portar una cinta de plata, cuya parte interna estaba recubierta de puntas, sirviendo dicha cinta a modo de corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de Él, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión eucarística su corazón se unía sobrenaturalmente al Amor Increado y Fuente del Amor.
A Santa Rosa le fueron concedidas enormes gracias extraordinarias, aunque también permitió Dios que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, al mismo tiempo que su alma se veía sumergida en la más profunda desolación espiritual. Además de esto, sufría constantes ataques por parte del Demonio, quien la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales. Santa Rosa vivió los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la santa era: ·”Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”. Dios la llamó a Su Presencia el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. Al momento de su muerte su fama de santidad había trascendido tanto que el capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro. Fue canonizada por el Papa Clemente X en el año 1671.

         Mensaje de santidad[2].

         Aunque sus dones y gracias eran particulares para su persona y por lo mismo no todos pueden imitar sus prácticas ascéticas, sí podemos pedirle a la santa que interceda por nosotros ante Nuestro Señor Jesucristo para que, por manos de la Virgen, Mediadora de todas las gracias, seamos capaces de imitarla en su ardiente amor por Nuestro Redentor Jesucristo.
Su mensaje de santidad también está contenido en sus escritos. En uno de ellos, Santa Rosa de Lima, haciendo hablar a Nuestro Señor Jesucristo, la Santa resalta el enorme valor de dos grandes dones del Cielo: las tribulaciones y la gracia que nos viene por los sacramentos. Escribe así la santa: “El Salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”. La santa describe una experiencia mística en la que Nuestro Señor es el que habla, ponderando el valor del sufrimiento aceptado con humildad y jamás rechazado, como preludio del don de la gracia. Muchos cristianos se quejan de la cruz que les toca llevar, cometiendo así un grave error, puesto que la Santa Cruz es el único camino al Cielo. De allí tenemos que tomar lección nosotros, para no solo nunca quejarnos de la Cruz, sino para abrazarla con todo el amor del que seamos capaces.
Continúa luego la santa: “Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: “Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma”. En un mundo como el nuestro, en el que el predominan el materialismo y el hedonismo, es decir, la ausencia de Dios y la búsqueda de los placeres sensuales, el mensaje de santidad de Santa Rosa de Lima se dirige en dirección absolutamente contraria al espíritu mundano de nuestro siglo, desde el momento en que la santa nos anima a participar de la Pasión del Señor –sus aflicciones, su Cruz, su tribulación-, como modo de participar de la naturaleza divina, por medio de la gracia, adquirida por estas tribulaciones y aflicciones.
Luego continúa la santa elogiando el tesoro de la Gracia Divina: “Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: “¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres”. 
Santa Rosa nos anima no solo a no desear los bienes y placeres terrenos, sino a desear un único bien, el bien divino de la Gracia celestial, que nos hace partícipes de la naturaleza divina, conseguida por Nuestro Señor Jesucristo para nosotros al precio de su Pasión. Su mensaje, entonces, puede resumirse así: no solo no quejarse de la Cruz, sino abrazarla con amor para participar de la Pasión del Redentor, de sus trabajos, aflicciones y tribulaciones, para así recibir la gracia divina que, al unirnos a la naturaleza divina, se convierte para nosotros en el bien más preciado y en la fuente de todo bien sobrenatural.

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