San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 7 de septiembre de 2018

El Sagrado Corazón y las armas para la lucha espiritual



Santa Margarita recibió del Sagrado Corazón tres armas espirituales necesarias en la lucha que debía emprender para lograr la purificación del pecado y la transformación del alma en una imagen viviente del Sagrado Corazón por medio de la gracia.
Estas tres armas espirituales son: conciencia delicada y dolor ante el pecado, por pequeño que sea; la santa obediencia; el amor a la Santa Cruz[1].
Con respecto a la primera arma, Jesús le dijo una vez a Santa Margarita, cuando había cometido una falta: “Sabed que soy un Maestro santo, y enseño la santidad. Soy puro, y no puedo sufrir la más pequeña mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en mi presencia con simplicidad de corazón en intención recta y pura. Pues no puedo sufrir el menor desvío, y te daré a conocer que si el exceso de mi amor me ha movido a ser tu Maestro para enseñarte y formarte en mi manera y según mis designios, no puedo soportar las almas tibias y cobardes, y que si soy manso para sufrir tus flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir tus infidelidades”. Es decir, Dios es la Pureza Increada, la Santidad Increada; en Él no hay la más ligerísima mancha de pecado. Cuando el alma está en gracia, Dios inhabita en ella y es por esto que la más pequeña falta, el más ligero desvío, la más pequeña imperfección, contrastan inmediatamente con la pureza divina. Por eso es necesario pedir la gracia del odio contra el pecado.
Con respecto a la segunda arma, la santa obediencia, Jesús le dijo a Santa Margarita: “Te engañas creyendo que puedes agradarme con esa clase de acciones y mortificaciones en las cuales la voluntad propia, hecha ya su elección, más bien que someterse, consigue doblegar la voluntad de las superioras. ¡Oh! yo rechazo todo eso como fruto corrompido por el propio querer, el cual en un alma religiosa me causa horror, y me gustaría más verla gozando de todas sus pequeñas comodidades por obediencia, que martirizándose con austeridades y ayunos por voluntad propia”. Es decir, el orgullo y la soberbia son pasiones que se esconden en el amor propio y es así que una persona orgullosa puede hacer grandes obras, grandes penitencias, grandes mortificaciones, pero serán solo una muestra de su orgullo si es que todo esto lo hace motivado por su orgullo y no por obediencia. Jesús dice que es preferible gozar de las pequeñas comodidades por obediencia, que hacer grandes sacrificios y ayunos por voluntad propia, porque ahí se está dando rienda suelta al propio orgullo y vanidad. Jesús no tolera ni la más mínima señal de incomodidad o repugnancia frente a las órdenes de los superiores, según Santa Margarita. Esta arma es necesaria porque la obediencia ayuda a adquirir la virtud de la humildad que, junto con la caridad, son las virtudes que más asemejan a las almas a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Y así confiesa Margarita que para ella lo más doloroso era ver a Jesús incomodado contra ella, aunque fuese ligeramente. Y en comparación a este dolor, nada le parecía los demás dolores, correcciones y mortificaciones y por tanto, acudía inmediatamente a pedir penitencia a su superiora cuando cometía una falta, pues sabía que Jesús solo se contentaba con las penitencias impuestas por la obediencia. Más vale hacer una pequeña obra por obediencia, que una gran obra por orgullo propio: el orgullo es el pecado capital de Satanás y quien peca de orgullo desobedeciendo a sus legítimos superiores –por ejemplo, los hijos a padres, los pastores a sus obispos, los religiosos a sus superiores, los laicos a los párrocos-, participa del pecado de orgullo de Satanás-.
         Con respecto a la tercera arma, el amor a la Santa Cruz, le dijo así Jesús a Santa Margarita, mostrándole una gran cruz toda cubierta de flores: “He ahí el lecho de mis castas esposas, donde te haré gustar las delicias de mi amor; poco a poco irán cayendo esas flores, y solo te quedarán las espinas, ocultas ahora a causa de tu flaqueza, las cuales te harán sentir tan vivamente sus punzadas, que tendrás necesidad de toda la fuerza de mi amor para soportar el sufrimiento”. Pretender vivir esta vida sin la cruz, es como pretender vivir sin oxígeno. Ahora bien, el sufrimiento de la cruz no solo no debe ser rechazado, sino que debe ser ofrecido a Jesús con todo el amor del que se es capaz. Aún más, no basta con amar la cruz con nuestro amor humano: es necesario abrazar la cruz y amar la cruz con el amor mismo de Jesucristo y esto sólo se logra si se participa de su Pasión por la fe, el amor y la gracia. Además de mostrarle la cruz, Jesús le comunicó una parte de sus terribles angustias en Getsemaní, puesto que quería hacer de Santa Margarita una víctima inmolada por el Amor. Lejos de quejarse por estos padecimientos, la santa le dijo a Jesús: “Nada quiero sino tu Amor y tu Cruz, y esto me basta para ser Buena Religiosa, que es lo que deseo”.

A través de estas tres armas espirituales, el Sagrado Corazón quería no solo desapegarla de sus pasiones y de las cosas terrenas, sino conformar cada vez más el corazón de Margarita al suyo, preparándola así para la vida eterna. Cada cristiano, cuando le sobrevengan humillaciones y desprecios, debe estar convencido de que esto lo quiere el Sagrado Corazón para que nos desapeguemos de nosotros mismos y de esta tierra, que es pasajera y así nos preparemos cada vez más y mejor para ingresar en la vida eterna.


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