San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 15 de agosto de 2018

San Roque



Vida de santidad[1].

Nació en Montpellier, de una familia sumamente pudiente. Ya convertido a Cristo, cuando murieron sus padres, heredó toda su fortuna, pero en vez de gastarla para él, vendió absolutamente todo lo que tenía y lo repartió entre los pobres. Empobrecido voluntariamente, se encaminó en dirección a Roma, como peregrino mendicante, para visitar santuarios y pedir gracias a Dios Nuestro Señor por medio de la Virgen y los santos.
Fue en esa misma época que estalló una gran epidemia de tifus, que provocó una gran mortandad. El tifus o fiebre tifoidea es una enfermedad producida por dos tipos de bacterias: Rickettsia typhi o Rickettsia prowazekii[2]. Se caracteriza por propagarse en lugares donde hay bajas temperaturas y las condiciones higiénicas son malas, puesto que se propaga a través de piojos y pulgas: al ser estos insectos hematófagos, se facilita la transmisión de la bacteria al ser humano. En esa situación de calamidad pública San Roque, en vez de retirarse para protegerse él mismo, decidió atender, en nombre de Cristo, a los enfermos más graves, que se encontraban abandonados a su suerte. En el cuidado de los enfermos, comenzaron a observarse numerosos milagros: muchos de ellos curaban con el solo hecho de que San Roque les hiciera la señal de la cruz en la frente. A otros, ayudó a bien morir, instándolos a que se arrepintieran de sus pecados, que ofrecieran sus sufrimientos a Jesús crucificado y que se prepararan para el Juicio Particular. Él mismo se encargaba de cavar las fosas para sepultar a los muertos, puesto que nadie se atrevía a acercarse a los enfermos, debido a que el contagio era seguro y también la muerte. Continuó su peregrinación hacia Roma y cuando llegó a la Ciudad Eterna, continuó dedicándose a atender a los enfermos afectados por la peste. Cuando la gente lo veía pasar decía: “Ahí va el santo”.
Sucedió que, por tantos enfermos que atendió, San Roque terminó contagiándose él mismo del tifus. Su piel se cubrió con las lesiones características del tifus, además de experimentar fiebre y dolores abdominales. Para no molestar a nadie, el santo se retiró a un bosque solitario, para allí morir. Mientras el santo estaba en el bosque, ocurrió que un perro de una casa de una familia rica de la ciudad comenzó con una costumbre que repetía todos los días, provocando extrañeza en sus dueños: el perro tomaba un trozo de pan todos los días e iba al bosque para llevárselo a San Roque. Después de varios días en que se produjo el mismo hecho, su dueño decidió seguirlo al perro, quien así lo condujo hasta el santo, que estaba enfermo en el bosque. Entonces lo llevó a San Roque a su casa y allí curó sus heridas, recuperándose el santo por completo en su salud.
Una vez curado, el santo decidió regresar a su ciudad natal, Montpellier, pero en esa ciudad estaban en guerra dos bandos diferentes, y siendo el santo tomado erróneamente como un espía del bando contrario, fue llevado y encarcelado. Pasó cinco años en la cárcel, pero allí no dejó de catequizar a sus compañeros de cárcel, además de consolarlos y ofrecer sus penas y humillaciones por la salvación de sus almas.
El 15 de agosto de 1378, Fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima, murió San Roque. Cuando estaban preparando su cuerpo para sepultarlo, descubrieron en su pecho la señal de la cruz, que su padre le había hecho cuando era pequeño y así se dieron cuenta que no era un espía, sino el hijo de quien había sido gobernador de la ciudad. Toda la gente de Montepellier acudió a sus funerales y desde entonces empezó a conseguir de Dios admirables milagros y no ha dejado de conseguirlos en gran cantidad a lo largo de los siglos.
En las imágenes que lo retratan, aparece con su bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus llagas y con su perro al lado, ofreciéndole el pan.

         Mensaje de santidad.

         Desde su conversión, la vida de San Roque es una imitación de la vida de Cristo y una participación mística a sus misterios. Como Cristo, que siendo rico por ser Dios, se hizo pobre al asumir nuestra naturaleza humana –sin dejar de ser Dios- para enriquecernos con su divinidad, San Roque, que era rico, se hizo pobre voluntariamente, para dar de su riqueza a los más necesitados.
         Como Cristo, que es el Buen Samaritano pues curó las llagas de nuestras almas, el pecado, con el aceite de su gracia, así San Roque cuidó y curó las llagas de los más afectados por la peste.
         Como Cristo, que siendo Inocente fue condenado injustamente y encarcelado, San Roque fue condenado injustamente y encarcelado, muriendo en la cárcel.
         Como Cristo, que siendo Hijo de Dios había pasado por “el hijo del carpintero”, así también San Roque pasó como un ciudadano más, siendo descubierto su origen noble una vez que murió.
              Es el protector contra las pestes; en nuestros días, gracias al avance científico y médico no hay tantas pestes como en tiempos de San Roque, pero lo mismo le podemos pedir que nos proteja de una peste mucho peor, la malicia del corazón, el pecado, porque el pecado nos aparte de Dios, Bondad Infinita.
         Al recordarlo en su día, hagamos el propósito de imitar las virtudes de San Roque, sobre todo su humildad y, como Él, seamos caritativos con nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados. Y al igual que él, que estando enfermo se alimentó de agua y pan, así también nosotros, pecadores, hagamos el propósito de acudir siempre al agua fresca que es la gracia santificante y de alimentarnos del Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
        

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