San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 27 de diciembre de 2017

San Juan Evangelista


San Juan Evangelista, 
Evangeliarios de Lorsch.

         Aunque puede parecer extraño, podemos sin embargo afirmar, con toda certeza, que el Prólogo del Evangelio de Juan describe la escena del Pesebre de Navidad. En efecto: Juan, que es representado con un águila, debido a que, al igual que el águila, que se eleva en dirección al sol y fija su mirada en él en su ascenso al cielo, así el Evangelista Juan, elevándose en vuelo místico por acción del Espíritu Santo, fija su mirada en el Verbo Eterno del Padre, llamado “Sol de justicia”, Verbo que habita en los cielos eternos y hacia donde el alma mística de San Juan es elevada y al cual llama “Dios igual que el Padre”: “El Verbo era Dios (…) era la Palabra del Padre”. De igual modo, así como el águila, estando en las alturas del cielo, es capaz, por la agudeza de su visión, divisar los objetos más pequeños en la tierra –es su táctica para cazar sus presas-, así también el evangelista Juan, contemplando al Verbo en las alturas inaccesibles del seno del Padre, ve al mismo tiempo, en la tierra, al Niño de Belén, que es ese mismo Verbo, que se ha encarnado y que se ha hecho pequeño, se ha hecho Niño y ha venido a habitar entre nosotros: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. El Evangelista Juan, entonces, nos describe al Niño del Pesebre de Belén: ese Niño es Dios, es el Verbo, habitaba en el seno del Padre desde la eternidad, y ese mismo Verbo, esa Palabra, se ha hecho carne, manifestándose a los ojos del cuerpo como un niño humano.

         Ahora bien, el Evangelista Juan nos da también la clave para la adoración eucarística, porque al igual que él, elevados por la gracia del Espíritu Santo, y cual otras tantas águilas que se dirigen hacia el sol, así los cristianos nos dirigimos hacia la Eucaristía, Sol de justicia, el Verbo eterno del Padre, que se ha hecho Carne en el Pan de Vida eterna, de manera tal que parece exteriormente como si fuera pan, pero es la Carne del Cordero de Dios. Como el Evangelista Juan, llevados por el Espíritu Santo, que nos hace proclamar la Fe de la Iglesia, al contemplar a la Eucaristía, nosotros decimos: “El Verbo era Dios; estaba en Dios; el Verbo se hizo Carne en Belén y prolonga su Encarnación en la Eucaristía; la Eucaristía es el Verbo de Dios hecho Carne”.

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