Inés, cuyo nombre proviene de “Agnus” y significa “Pura”[1], fue mártir de la pureza
del cuerpo –la virginidad- y mártir de la pureza del alma –el alma que está en gracia
y cree solo en Jesucristo por la fe-. Fue mártir de la pureza corporal porque
rehusó el adulterio corporal, debido a que ya estaba desposada con Cristo
Esposo, mediante su voto de castidad; fue mártir de la pureza del alma, es
decir, del alma que se encuentra en gracia y vive de la fe en Cristo Jesús,
porque rehusó el adulterio espiritual, al negarse a adorar a los ídolos, manteniendo
firme su fe en que sólo Cristo es Dios, el Único y Verdadero Dios, que debe ser
adorado. Santa Inés muere mártir por la doble pureza, del cuerpo y del alma y
quien nos da noticias acerca de su doble martirio, es San Ambrosio[2]. Afirma el santo que Santa
Inés, que tenía trece años, había consagrado su virginidad a Jesús, considerándolo
como su Esposo; la causa de su martirio fue, precisamente, el negarse a
desposarse con el hijo del alcalde de Roma. Cuando éste, enamorado de la
belleza de Santa Inés, “le promete grandes regalos a cambio de la promesa de
matrimonio, la santa le responde: “He sido solicitada por otro Amante. Yo amo
a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen; lo amaré y seguiré
siendo casta”[3].
Santa Inés consideraba, con razón, que si cedía a este amor terreno, cometería
adulterio contra su Esposo, Cristo y es por eso que rechaza la propuesta de
matrimonio. Su respuesta enfurece al hijo del alcalde, quien recurre a su padre; éste último la hace apresar para amenazarla luego con las llamas si no
renegaba de su religión; al mostrarse firme en su relación de morir por Cristo,
la condenan a morir decapitada[4].
Así
relata San Ambrosio el doble martirio de Santa Inés: “(…) muchos desearon
casarse con ella. Pero ella dijo: “Sería una injuria para mi Esposo esperar a
ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas,
verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos
ojos a los que yo no quiero”[5]. En cuanto al martirio por
la pureza del alma, es decir, el alma en gracia y que cree en Jesucristo como
el Hombre-Dios, el Único Dios Viviente que merece ser adorado, dice así San
Ambrosio: “Llevada contra su voluntad ante el altar de los ídolos, levantó sus
manos puras hacia Jesucristo orando, y desde el fondo de la hoguera hizo el
signo de la cruz, señal de la victoria de Jesucristo”[6].
En
nuestros días, en los que se exalta la impureza corporal en todas sus formas,
presentándola incluso como “derecho humano” y pretendiendo que aún los niños adquieran,
desde su más tierna infancia, todas las faltas contra la pureza imaginables –se
enseña en las escuelas a niños de pequeña edad que las faltas contra la
castidad no son tales, sino parte de la “evolución” del sujeto-, el ejemplo de
Santa Inés, que a la edad de trece años había consagrado su virginidad a Cristo
Esposo y muere por no cometer adulterio contra Él, es más válido y más actual que
nunca, y es por eso que Santa Inés resplandece en el firmamento como un ejemplo
a seguir por los jóvenes que quieren conservar la pureza corporal y vivir la
castidad, en la imitación de Cristo, Casto y Puro.
Pero
Santa Inés es ejemplo también de la pureza espiritual, porque su fe, firme y límpida
en Jesucristo como Hombre-Dios, no se ve contaminada, en ningún momento, por la
adoración a los ídolos. En nuestros días, en los que la secta luciferina de la
Nueva Era, New Age o Conspiración de
Acuario, propicia la idolatría, el neo-paganismo y la adoración de Lucifer, el
doble martirio de Santa Inés, con su negativa a rendir culto idolátrico a los
ídolos paganos, es un don que el cielo nos ofrece para no solo no caer en las
tinieblas de la idolatría, sino para adorar al Único Dios Verdadero,
Jesucristo, el Dios del sagrario, el Dios de la Eucaristía.
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