Con su conversión, San Pablo testimonia el cambio radical
que ocurre en una persona cuando se produce el encuentro personal con Jesús. En
el camino a Damasco, mientras se encontraba en su tarea de perseguir cristianos
para encarcelarlos y, eventualmente, darles muerte -como en el caso del diácono
San Esteban-, Jesucristo se manifiesta a San Pablo, entonces todavía Saulo. ¿Cómo
se produce la conversión? Jesús lo ilumina interiormente con su propia luz, con
lo cual Saulo es capaz de ver no sólo a
la Fuente de Luz divina, que es Jesucristo –“Dios de Dios, Luz de Luz”-, sino
que puede ver, en su alma, aquello que estaba oculto por su propia oscuridad:
así como se pueden percibir los objetos en una habitación totalmente a oscuras
cuando se enciende una candela o cuando se abre una ventana para que entre el
sol, así San Pablo, al ser iluminado por la luz de la gloria de Jesús, se
vuelve capaz de ver la tenebrosa condición de su alma, que hasta ese momento se
encontraba inmersa en las tinieblas del pecado, sin otra luz que la débil luz
de su razón humana. Una de las manifestaciones de la oscuridad en la que vivía San
Pablo, antes de la conversión, es el odio hacia los cristianos y el
convencimiento de que la persecución, el hostigamiento y hasta la muerte de
quienes no profesen la religión que él profesa, están justificados por la Ley
de Dios.
Jesús ilumina sus tinieblas interiores, y así San Pablo se
vuelve capaz de ver la miseria de su alma con todos los pecados cometidos hasta
ese entonces; sin embargo, la iluminación que concede Jesús no se limita a
simplemente hacer ver la tenebrosa realidad del pecado: cuando Jesús ilumina a
un alma con su luz -es decir, con Él, que es “la luz del mundo” (Jn 8, 12)-, concede al mismo tiempo una
nueva vida, porque la luz que emite el Ser divino trinitario de Jesús, es una
luz viva, que hace vivir al alma que ilumina con la vida nueva de la gracia y
es en esto en lo que consiste la conversión. En otras palabras, al ser
iluminado por Jesús, con una luz viva, San Pablo no solo toma conciencia de su
condición de pecador y de los pecados cometidos hasta ese entonces –incluida la
participación en el asesinato por lapidación de San Esteban-, sino que, a
partir de entonces, comienza a vivir una nueva vida, la vida de la gracia, la
vida de los hijos de Dios. Deja de vivir con una ley muerta, la ley del Antiguo
Testamento, para vivir con la Ley Nueva, la ley de la gracia, de la fe y del
amor sobrenatural a Dios y al prójimo. En consecuencia, San Pablo pasa, de
perseguidor de cristianos, a dar la vida por Jesús y sus hermanos; de no ver en
absoluto sus propios pecados –aún más, de considerarlos como virtud de
religión-, a detestar el pecado y a vivir en gracia.
En
el camino a Damasco, a San Pablo se le concede el don más grandioso que una
persona puede recibir en esta vida y es el encuentro personal con Jesús, el
cual adviene de modo extraordinario para San Pablo, en tanto que, para el común
de los bautizados, el encuentro con Jesús se produce por la oración, la
meditación de la Palabra de Dios, la adoración eucarística, la ascesis cristiana y las obras de misericordia -todo esto constituye, para nosotros, cristianos comunes, nuestro "camino a Damasco", es decir, nuestro camino hacia el encuentro personal con Jesús-. Quien
no se encuentra personalmente con Jesús, no puede decir que está “convertido”.
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