San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 30 de septiembre de 2014

Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz


         Santa Teresita del Niño Jesús tenía una gran devoción a la Santa Faz de Jesús, al punto que su nombre de religiosa era “Sor Teresa de Jesús y de la Santa Faz”, y como parte del amor y de su devoción, rezaba con frecuencia esta oración: “Oh Jesús, en Vuestra amarga Pasión, habéis sido el “Reproche de los hombres y el Hombre del Dolor”. Venero vuestra Santa Faz en la cual ha resplandecido la belleza y la mansedumbre de Vuestra Divinidad. En esas facciones tan desfiguradas, reconozco Vuestro Amor infinito; y anhelo amaros y haceros amar… ¡Concededme la dicha de contemplar Vuestra gloriosa Faz en el Cielo!”.
         Para poder comprender el amor que la atraía a Santa Teresita a la Santa Faz de Jesús, podemos detenernos un poco en la devoción que también experimentaba al Divino Rostro, otra religiosa, llamada Josefina de Micheli, cuyo nombre de religiosa, en la Congregación de las Hijas de la Inmaculada Concepción, fue el de “Sor María Pierini”. La devoción y el amor a la Santa Faz en Sor María Pierini comenzó a la edad de 12 años, en la Iglesia Parroquial de San Pedro in Sala, Milán, cuando el Viernes Santo, oyó una voz que le dijo: “¿Ninguno me da un beso de amor en el rostro, para reparar el beso de Judas?”.
         En su inocencia de niña, creyó que todos habían oído la voz, y observó con gran pena cómo todos continuaban, como es la costumbre del Viernes Santo, besando las llagas, pero no el Rostro de Jesús. Dentro de su corazón, exclamó: “¡Oh, Jesús, ten paciencia!”. Y cuando llegó su turno, le dio un beso en el Rostro con todo el ardor de su corazón. Ya de novicia, en la noche del Jueves al Viernes Santo de 1915, mientras hace oración delante del crucifijo, oye que le dice: “Bésame”. Sor Pierina obedece, y sus labios, en lugar de posarse sobre un rostro de yeso, sienten el contacto del verdadero Rostro de Jesús. Al día siguiente, siente en su corazón los padecimientos de Jesús y el deseo de reparar los ultrajes que recibió en su Rostro y también los que recibe cada día en el Santísimo Sacramento del altar. El 12 de abril de 1920, en la Casa Madre de Buenos Aires, Jesús se le presenta ensangrentado, con expresión de amargura y de dolor, “que jamás olvidaré”, y le dice: “Y Yo, ¿qué hice?”. Sor María Pierina comprende y a partir de entonces el Divino Rostro se vuelve su libro de meditación y la puerta de entrada al Sagrado Corazón. Con el tiempo, crece en ella el deseo de sufrir y de inmolarse por la salvación de las almas. En la oración nocturna del primer Viernes de Cuaresma de 1936, Jesús, después de haberla hecho partícipe de los dolores espirituales de la agonía de Getsemaní, con el rostro velado por la sangre y con profunda tristeza le dice: “Quiero que mi Rostro, el cual refleja las penas íntimas de mi ánimo, el dolor y el amor de mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla, me consuela”.
         El Martes de Pasión, Jesús le vuelve a decir: “Cada vez que se contemple mi Rostro, derramaré mi amor en los corazones y por medio de mi Divino Rostro, se obtendrá la salvación de tantas almas”.
         En 1937, mientras oraba, y “después de haberme instruido en la devoción de su Divino Rostro”, le dijo: “Podría ser que algunas almas teman que la devoción a mi Divino Rostro, disminuya aquella de mi Corazón. Diles que al contrario, será completada y aumentada. Contemplando mi Rostro las almas participarán de mis penas y sentirán el deseo de amar y reparar. ¿No es ésta, tal vez, la verdadera devoción a mi Corazón?”.
         En mayo de 1938, mientras reza, se presenta sobre la tarima del altar, en un haz de luz, una bella Señora: tenía en sus manos un escapulario, formado por dos paños blancos unidos por un cordón. Un paño llevaba la imagen del Divino Rostro de Jesús y escrito alrededor: Ilumina Domine Vultum Tuum super nos; la otra, una Hostia circundada por unos rayos y con la inscripción: Mane Nobiscum Domine. Lentamente se acerca y le dice: “Escucha bien y refiere al Padre Confesor. Este escapulario es un arma de defensa, un escudo de fortaleza, una prueba de misericordia que Jesús quiere dar al mundo en estos tiempos de sensualidad y de odio contra Dios y la Iglesia. Los verdaderos apóstoles son pocos. Es necesario un remedio divino y este remedio es el Divino Rostro de Jesús. Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo”.
         Luego se le apareció Jesús, manando Sangre de su Rostro y con mucha tristeza, y le dijo: “¿Ves cómo sufro? Y sin embargo, de poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte de aquellos que dicen amarme! He dado mi Corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres: quiero que sea honrado con una fiesta particular el martes de la Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en la que todos los fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor”. En 1939, le dice: “Quiero que mi Rostro sea honrado de modo particular el martes”.
         La devoción y el amor a la Santa Faz, tanto de Santa Teresita como de Sor Pierina –y la de muchísimos santos-, se explica si se tiene en cuenta que Dios, que “es Amor”, es Invisible, y se hace visible y adquiere un Cuerpo y un Rostro en Cristo Jesús y que, por lo tanto, al contemplar el Rostro de Jesús, no se está contemplando el rostro de un hombre cualquiera, sino el Rostro del Hombre-Dios, el cual, por lo tanto, emana el Amor mismo de Dios y es lo que hace que quien contemple la Santa Faz, quede fascinado y atrapado por la hermosura del Ser trinitario que en la Santa Faz se refleja. En otras palabras, puesto que Jesús no es un hombre más entre tantos, sino el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado, la contemplación del rostro de Jesús no es la contemplación de un rostro humano cualquiera, sino la contemplación del Rostro mismo de Dios, de un Dios que es Invisible, que es Amor y que es la Majestad y la Gloria en sí misma, y que por lo mismo que se ha encarnado, se ha hecho visible y ha hecho visible su Amor, su Majestad y su Gloria, por lo que contemplar el Rostro Divino de Jesús, es contemplar al Dios Invisible, al Dios Amor, al Dios de majestad infinita, al Kyrios, al Dios de la Gloria, al Dios que nos ofrece su Sagrado Corazón traspasado en la cruz.
         Pero si esto es lo que sucede de parte de Dios, por la Encarnación, por parte del hombre, se da el mysterium iniquitatis, el “misterio de la iniquidad” (2 Tes 2, 7), misterio por el cual, ese Rostro hermosísimo de Dios, resplandeciente de Gloria, de Amor y de Majestad divinas, se ve cubierto de ignominia y de oprobio, porque los hombres lo insultan, lo cubren de salivazos, de escupitajos, de bofetadas, de trompadas, de cachetazos, de hematomas, de rasguños; a ese Divino Rostro, resplandeciente de Gloria y majestad divinas, los hombres lo bañan de Sangre, cuando coronan la Sagrada Cabeza con la corona de espinas, haciendo caer un río de Sangre sobre la Santa Faz, inundando sus ojos, sus oídos, su nariz, su boca; a ese Divino Rostro, los hombres lo cubren de insultos, de gritos, de blasfemias, de amenazas de muerte, de injurias, de maldiciones, de imprecaciones, de gritos de odio contra Dios y su Elegido. Y ésa es la razón por la cual Jesús pide reparación a Sor Pierina, y es la razón de la oración de Santa Teresita: “…en Vuestra amarga Pasión, habéis sido el “Reproche de los hombres y el Hombre del Dolor”.
         Al Amor de Dios, manifestado en la Encarnación y en la manifestación visible de su Amor en la Santa Faz, el hombre le responde con el odio deicida del misterio de la iniquidad, que busca destruir el Divino Rostro, crucificándolo y dándole muerte de cruz.
Por último, hay otro aspecto en la devoción a la Santa Faz, y es la relación que tiene con la Eucaristía: los ultrajes que recibe en el Rostro, son los ultrajes que recibe en la Eucaristía, porque el Divino Rostro está Presente, vivo y glorioso, irradiando Luz, Gloria, majestad, paz y Amor en la Eucaristía, pero al mismo tiempo, este Divino Rostro, en el Santísimo Sacramento, está también recibiendo, tal como les enseñara el Ángel de Portugal a los Pastorcitos en Fátima, los “continuos ultrajes, sacrilegios e indiferencias”, y es “horriblemente ultrajado” por los “hombres ingratos”. Esto es lo que explica que las reparaciones que se hacen a los ultrajes al Divino Rostro, sirven para reparar los ultrajes que recibe en la Eucaristía, tal como se lo hace ver la Virgen a Sor Pierina, cuando le revela el escapulario que lleva la Santa Faz: “Todos aquellos que lleven un escapulario como éste (…) hagan, si es posible, una visita cada martes al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía”.


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