San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

domingo, 28 de septiembre de 2014

Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael


Podemos determinar cuál es la función de los Santos Arcángeles en nuestras vidas, según el desempeño de estos Santos Arcángeles en las Escrituras.

De San Miguel Arcángel –que significa “Quién como Dios”-, principalmente, se habla en el Apocalipsis, en donde se narra su glorioso triunfo a las órdenes de Dios, comandando al ejército celestial, que derrotó y expulsó del cielo a la Antigua Serpiente y a sus inmundas huestes, luego de la rebelión angélica: “Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (Ap 12, 7-9).

El Arcángel San Miguel, por lo tanto, nos asiste en esta vida en nuestra lucha diaria contra “los principados y las potestades de los cielos” (Ef 6, 12-14), los demonios, que habiendo perdido la batalla en el cielo luego de combatir contra San Miguel Arcángel, y habiendo sido precipitados “como un rayo” (cfr. L c 10, 18)hacia la tierra, vagan por el mundo “como un león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8), haciendo la guerra a los hijos de la luz, a los hijos de Dios y de la Virgen, porque desde su caída de los cielos, Dios puso “enemistad entre la Serpiente y los hijos de la Mujer” (Gn 3, 15), es decir, los hijos de la Virgen. 



Y San Miguel Arcángel, así como, bajo las órdenes de Dios, expulsó al demonio del cielo, así también, bajo las órdenes del Hombre-Dios Jesucristo, Rey de los Ángeles, y bajo las órdenes de la Madre de Dios, Reina de los ángeles, expulsará al demonio de nuestras vidas y las de nuestros seres queridos, para que libres de las acechanzas de la Antigua Serpiente, vivamos los días de nuestra vida terrena en alabanza y en adoración al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, como anticipo de la adoración que le tributaremos en el Reino de los cielos. Ésa es entonces la tarea de San Miguel Arcángel.


Con respecto al Arcángel San Gabriel –que significa “Mensajero de Dios”-, de él se habla en el glorioso pasaje de la Anunciación y Encarnación del Verbo de Dios: “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Salve, llena de gracia, el Señor está contigo’. Ella se conturbó por estas palabras, y preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin’. María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios... Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.' Y el ángel dejándola se fue’. (Lc 1, 26-38).


Por su relación con la Santísima Virgen María, el Arcángel San Gabriel nos asiste en esta vida para que amemos a la Virgen como Madre de Dios y también como a nuestra Madre celestial, y también nos asiste para que la imitemos a la Virgen por la gracia santificante, para que, a igual que la Virgen, que fue concebida como la Inmaculada Concepción y llena del Espíritu Santo, con el fin de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad, es decir, su Hijo Jesús, la Eucaristía, también nosotros recibamos a su Hijo Jesús en la Eucaristía –su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad-, y el modo más perfecto de hacerlo, es imitando a la Virgen en su pureza virginal, lo cual lo logramos por medio de la gracia –alma pura- y con la castidad o la virginidad –cuerpo puro-. Para eso es que tenemos que imitarla a la Virgen, para que seamos puros para recibir a Jesús en la Eucaristía, con un cuerpo puro –castidad, virginidad- y con el alma en gracia, y esa es la tarea que realiza en nosotros el Arcángel San Gabriel.



Con respecto al Arcángel San Rafael, que significa “Medicina de Dios”, algunas de sus palabras en la Escritura son: “Bendecid a Dios y glorificadle. Habéis hecho el bien y nada malo os pasará. Por eso me envió Dios a curarte a ti. Yo soy Rafael, uno de los siete santos ángeles que presentamos las oraciones de los justos” (Tb 12, 15). 


Puesto que el Arcángel San Rafael asiste a Tobías, joven justo y piadoso, que ama a Dios, obra la misericordia y ama a sus padres y a su esposa, la tarea del Arcángel San Rafael en esta vida es asistirnos para que, al igual que Tobías, crezcamos en el amor a Dios y en el amor a los padres, obremos las obras de misericordia para con  los más necesitados y cumplamos nuestro deber de estado con la perfección y el amor propio de los hijos de Dios, ya que esa es la manera más perfecta de bendecir y glorificar a Dios con nuestras vidas, en el tiempo, para luego hacerlo por toda la eternidad, en compañía de los Santos Arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael.
Los Santos Arcángeles, entonces, tienen asignada, por la Divina Providencia, la función de perfeccionarnos en todos los órdenes de la vida, para que cumplamos el pedido de Jesús, de "ser perfectos, como el Padre celestial es perfecto" (cfr. Mt 5, 48): nos asisten en nuestra lucha contra el Ángel caído, que quiere nuestra perdición; nos asisten en nuestro deber de amor, de obrar las obras de misericordia, corporales y espirituales, y de amar a nuestros padres y, finalmente, lo más importante, nos asisten en nuestra tarea de imitar a la Madre de Dios en su pureza de cuerpo y alma, ayudándonos a que vivamos en estado de gracia santificante para que, a semejanza de la Virgen en la Anunciación, recibamos, por la comunión eucarística, con un cuerpo puro y con un alma pura, al Verbo de Dios hecho carne, es decir, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

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