San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 18 de septiembre de 2014

San Jenaro, obispo y mártir


         San Jenaro fue martirizado por la secta de los arrianos, por defender la fe del Concilio de Nicea[1]; en ese Concilio, se afirmaba la divinidad de Jesucristo, porque se sostenía la misma fe de los Apóstoles, en la que se afirmaba que Jesús era “de la misma substancia –divina- que Dios Padre”, y que era “engendrado” y “no creado”, es decir, se afirmaba claramente que Jesús no era una “creatura”. Así decía el texto del Concilio de Nicea, por el cual San Jenaro dio su vida: “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia [ek tes ousias] del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre [homoousion to patri]”. También este Concilio rechazaba todas las teorías que negaban la divinidad de Jesucristo: “Aquellos que dicen: hubo un tiempo en el que Él no existía, y Él no existía antes de ser engendrado; y que Él fue creado de la nada (ex ouk onton); o quienes mantienen que Él es de otra naturaleza o de otra sustancia [que el Padre], o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios, [a ellos] la Iglesia Católica los anatematiza”[2]
       Este Concilio de Nicea fue tan importante, que la Iglesia tomó el Credo que el Concilio redactó y lo incorporó al Misal y es el que rezamos todos los domingos; en él afirmamos nuestra fe en Jesucristo como Dios Hijo encarnado, como “Dios de Dios”, como Dios Hijo que proviene de Dios Padre: por eso en el Credo de los domingos  rezamos el Credo de Nicea, el que le costó la vida a San Jenaro, diciendo: “Dios de Dios, Luz de Luz, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”.
         Como estaba iluminado por el Espíritu Santo, San Jenaro sabía muy bien que no es indistinto afirmar que “Cristo es Dios”, tal como lo sostiene la Iglesia, a decir: “Cristo no es Dios”, porque si decimos que Cristo no es Dios, entonces, nada de nuestra fe tiene sentido. Si Cristo no es Dios, entonces la Eucaristía es solo un pancito bendecido, los pecados no se perdonan en la confesión, el matrimonio no es indisoluble, no hay resurrección de los muertos, y el Infierno es el destino final e irreversible de todo hombre que nace en esta tierra, por lo que la desesperación y el sinsentido deberían dominar toda la vida del ser humano. Sin embargo, San Jenaro, al morir mártir por la fe del Concilio de Nicea, negando la herejía arriana, que sostenía falsamente que Jesús no era Dios sino una creatura, perfecta, eso sí, pero solo una creatura, nos confirma en la fe verdadera, la fe de los Apóstoles, la fe de la Santa Iglesia Católica: Jesucristo de Nazareth es Dios Hijo encarnado, que se hace hombre sin dejar de ser Dios, para perdonarnos nuestros pecados, por medio de la oblación de su Cuerpo y de su Sangre, de su Alma y de su Divinidad, en el Santo Sacrificio de la Cruz, y renueva, de modo incruento, ese sacrificio, en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, y porque Cristo es Dios, los católicos creemos firmemente que la Eucaristía es el mismo Jesús, Dios Hijo en Persona, y no un pan bendecido; creemos que hay perdón de los pecados en la confesión sacramental; creemos que el matrimonio es indisoluble; creemos que hay resurrección de los muertos y creemos que el Infierno ha sido vencido, de una vez y para siempre, por Cristo en la cruz, y que por lo tanto el Infierno no es el destino irreversible de la humanidad, sino solo de aquellos que “libremente elijan morir en pecado mortal”[3], ya que Jesús nos ha abierto las puertas del cielo, de par en par, con su sacrificio en cruz, para todo aquel que quiera seguirlo por el camino de la cruz.
         El testimonio martirial de San Jenaro es un faro de luz divina en medio de las tinieblas del siglo en el que vivimos.




[1] Cfr. http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=521
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, n. 212.

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