San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 13 de junio de 2018

San Antonio de Padua presbítero y doctor de la Iglesia



         Vida de santidad[1].

Nació en Lisboa (Portugal) a finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san Agustín, y poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de los frailes Menores, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África. Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes. Fue el primero que enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Murió en Padua el año 1231.

         Mensaje de santidad[2].

En uno de sus sermones, refiriéndose al alma en gracia, dice San Antonio de Padua que el justo que está en gracia está “lleno del Espíritu Santo” y que éste habla “diversas lenguas”: “El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas”. Ahora bien, para San Antonio de Padua, estas “lenguas diversas” no se tratan de idiomas; es decir, para San Antonio de Padua las lenguas que habla el que está lleno del Espíritu Santo no son conocimiento de idiomas extranjeros, diversos a la lengua natal, como si el que habla español pudiese hablar en alemán, o en inglés, o en cualquier otro idioma. Para el Santo, las “diversas lenguas” son las virtudes, expresión externa de la Presencia del Espíritu en el alma, como la humildad y la paciencia, entre otras: “Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta”. Es decir, se puede saber que alguien está lleno del Espíritu Santo, no porque hable idiomas desconocidos, sino porque obra de modo virtuoso, lo cual es el reflejo externo de la Presencia interior de la Palabra de Dios. En aquel en el que habitan la Palabra y por lo tanto el Espíritu de Dios, esta Presencia se refleja en las obras: “La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras”.
La Presencia de la Palabra de Dios y del Espíritu de Dios en el alma no consisten en palabras orales vanas, las cuales deben cesar, sino en obras virtuosas que reflejen la Presencia del Verbo de Dios y el Espíritu Santo: “Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen”.
Muchas veces el cristiano piensa que por hablar muchas palabras y repetir palabras santas, es en eso en lo que constituye la santidad, pero no es así, dice San Antonio de Padua, porque son en realidad las obras de misericordia y las obras virtuosas las palabras que exteriorizan la Presencia interior del Espíritu de Dios: “Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras”. Esto no es algo sin importancia, porque Dios no solo no bendice a quien así actúa, con palabras vanas, sino que lo maldice y esta maldición se ve reflejada en la ausencia de frutos de santidad, como la higuera maldecida por Cristo se vio frondosa, pero sin frutos: “Y por esto el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo”. Luego cita a San Gregorio, según el cual quien predica la Palabra de Dios debe caracterizarse por poner por obra lo que predica: “La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica”. En otras palabras, quien habla de humildad, debe reflejar humildad en su comportamiento, de otra manera, con el orgullo y la soberbia, lo único que hacen es un palabrerío vano, contradiciendo con este obrar la misma doctrina cristiana: “En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras”.
Ejemplo de coherencia entre la Presencia del Espíritu Santo, las palabras y las obras puestas en acto, son los Apóstoles, que obraban según el Espíritu y no según el propio sentir humano: “Pero los apóstoles hablaban según les hacía expresarse el Espíritu Santo. ¡Dichoso el que habla según le hace expresarse el Espíritu Santo y no según su propio sentir!”.
El que habla palabras vanas, esto es, aquel que utiliza palabras del Evangelio o de los santos, pero no los acompaña por obras, lo que hace es robar las palabras a los demás y los que esto hacen, demuestran que están movidos por su propio espíritu humano, cargado de concupiscencia y malicia, pero no obran movidos por el Espíritu Santo y de estos tales se debe pedir la gracia de vivir alejados de ellos: “Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndolas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas -oráculo del Señor- que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos -oráculo del Señor-, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso son inútiles a mi pueblo -oráculo del Señor-. El cristiano que habla palabras falsas o huecas, es decir, que roba palabras al Evangelio o a los santos, pero no las acompaña por obras, es un cristiano que habla falsamente en nombre del Espíritu de Dios, porque está hablando por su propio espíritu humano, cargado de pecado y concupiscencia.
El cristiano debe hablar, no tanto con palabras, sino con virtudes, las virtudes que el mismo Espíritu Santo le inspire, esto es, a algunos humildad,  a otros paciencia, a otros mansedumbre, y así sucesivamente y esto es una gracia que se debe pedir constantemente, a fin de expresar, con las obras y con la vida, el verdadero significado de Pentecostés, esto es, la infusión del Espíritu Santo en el alma: “Hablemos, pues, según nos haga expresarnos el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés”. La Presencia del Espíritu Santo, el verdadero significado de Pentecostés, se expresa por la modestia exterior, pero sobre todo, por la observancia de los sentidos y de los Mandamientos de la Ley de Dios y la contrición del corazón, formas por las cuales el cristiano, al tiempo que ilumina las tinieblas del mundo, vive esta vida con la esperanza de llegar a contemplar a Dios Uno y Trino en la eternidad: “(La Presencia del Espíritu Santo se manifiesta) Mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios Uno y Trino”.


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